Michel Piccoli y su muñeca hinchable en Tamaño natural, de Luis García Berlanga



Científicos locos, muñecas hinchables, prostitución, masoquismo... La Academia de cine inicia hoy un ciclo sobre esos oscuros objetos de deseo que presiden algunas de las películas de los más ilustres directores españoles. Jess Franco, Carlos Saura, Luis García Berlanga, Ventura Pons y Pedro Almodóvar. Desde la década de los sesenta, en pleno franquismo censor, al 2004. Hasta el 31 de mayo, Enrique Bocanegra, coordinador cultural de la institución, ha seleccionado cinco filmes que "se caracterizan por hurgar en los recodos más sombríos del alma humana". ¿La excusa? Simplemente, ver buen cine.



Bocanegra dice no tener un termómetro para medir la perversión, pero lamenta una ausencia estelar, la de Luis Buñuel. Porque a él debemos una de las escenas más memorables de nuestro cine, el final de Viridiana, en el que originalmente Paco Rabal y Silvia Pinal se encerraban en un dormitorio sin estar casados. Por supuesto, al censor de turno aquello le pareció escandaloso, y propuso a Buñuel que, en nombre de la decencia, estuviera presente también la criada. El director supo darle la vuelta a la absurda situación y aplicó su sugerencia, formando un trío.



La censura, precisamente, fue la responsable de que muchos cineastas decidieran rodar sus películas en Francia. Allí grabó Jess Franco Miss Muerte (1966), que lleva más allá el mito de Frankenstein. "Su estética enlaza con el expresionismo alemán", explica Bocanegra. "De hecho, veo puntos en común con La piel que habito, es esa historia del científico loco que convierte a otro ser en objeto de sus experimentos y de su deseo. En este tipo de cine, hay más vasos comunicantes que diferencias". Miss Muerte se entronca dentro del cine de terror, con altas dosis de lesbianismo y masoquismo inconcebibles en la España de entonces.



Miss Muerte, de Jess Franco

También al otro lado de los Pirineos tuvo que marcharse Berlanga para sacar adelante Tamaño natural (1973), sobre un hombre que se enamora de una muñeca hinchable para desesperación de su mujer. La pornografía ya se había posicionado como un género más en Europa, y cientos de españoles escapaban a Perpignan para ver El último tango en París. Sumisión, fetichismo y violaciones, con un guión mano a mano entre Berlanga y Azcona que ponía en evidencia la situación de la mujer como objeto, dispuesta en todo momento a satisfacer los deseos de su hombre, su dueño.



La tercera propuesta es Ana y los lobos, de Carlos Saura, protagonizada por su musa Géraldine Chaplin en el papel de una institutriz inglesa que trabaja en una casa habitada por las representaciones del más rancio franquismo, del más inflexible misticismo y de la más reprimida sexualidad. Una jauría completada por una madre enfermiza y unas niñas que imitan el comportamiento de sus mayores. Clausuran el ciclo Amic/Amat (1999), de Ventura Pons, sobre un profesor de literatura seducido por uno de sus alumnos, que además se dedica a la prostitución masculina, y La mala educación (2004), uno de los trabajos más provocadores de Almodóvar, en el que no falta de nada: travestismo, pedofilia, Iglesia incluida, transexualidad y bisexualidad.



Gael García Bernal en La mala educación, de Pedro Almodóvar