The Lords of Salem, de Rob Zombie

Los amantes del cine de terror están de celebración. 'The Lords of Salem', del cineasta y músico Rob Zombie, ha llegado para revolucionar el género y devolverle su papel como auténtica máquina de sueños y pesadillas.

Rob Zombie es uno de los personajes más interesantes de la cultura pop. Apasionado del Lado Oscuro, su grupo White Zombie es historia del rock, vehículo perfecto para su universo de Serie B, cómic, cine mudo, satanismo, splatter, sadomaso, carnival, luchadores enmascarados, etc... Un concepto estético y moral que tiñe con su peculiar color -negro- todas las manifestaciones artísticas de Zombie.



La casa de los 1.000 cadáveres y Los renegados del diablo descubrieron un Rob Zombie cineasta, de energía inaudita. En un género tan codificado como el terror, introdujo la savia de un artista desprejuiciado, sin ajustarse a cánones de corrección cinematográfica, subvirtiendo la narrativa convencional. El resultado fueron dos revisiones del splatter que, evadiendo tópicos, asaltaban al espectador con visiones de orgiástica violencia, celebrando una vanguardista performance ajena a toda moral, genuinamente provocadora en su incómodo nihilismo y negra visión. El imprevisible debut cinematográfico de Zombie le convirtió en fenómeno de culto, deglutido por la industria -diabólica, en el peor sentido- hollywoodiense. Siempre a la caza de talentos, Hollywood abdujo a Zombie en su fiebre por el remake, utilizando como señuelo La noche de Halloween. El resultado fueron dos entradas en esta franquicia, la primera, remake con parte de precuela del original, la segunda, secuela de la propia película de Zombie, que aportaban muy poco, donde la personalidad del director, apuntando maneras en su enérgica forma de rodar, se difuminaba. Parecía que el Moloch hollywoodiense devoraba otro de sus díscolos hijos. Afortunadamente, el Mal triunfa siempre. Los rumores de un nuevo filme de Rob Zombie comenzaron a circular con una gran expectación. ¿Sería posible que retornara el talento satánico de aquel director surgido de las entrañas del rock? Contaba con un reparto, aparte la tradicional presencia de su esposa, Sheri Moon Zombie, compuesto por nombres legendarios: Bruce Davidson, Judy Geeson, Meg Foster, Patricia Quinn, Ken Foree, Dee Wallace, Haigh... Y otros que cayeron por el camino (Bruce Dern, Lynch, Caroline Munro, Richard O'Brien, Billy Drago, Udo Kier, etc.). Se supo el título: The Lords of Salem, una historia de brujería al viejo estilo. Pero no sabíamos que sería un filme de culto polémico y perturbador.



Rob Zombie ha vuelto. En plenas facultades, olvidando cualquier pretensión de satisfacer a la industria o los placeres primarios del espectador. The Lords of Salem es nostálgica y crepuscular. Una evocación -invocación- del cine satánico de los 60 y 70, en las antípodas del splatter actual. El ritmo pausado, la atmósfera opresiva y obsesiva, lo son todo. Nada de montajes frenéticos o sustos baratos. ¡Ni una imagen digital en todo el filme! Con la insistencia hipnótica de la canción que resucita a los muertos en la película, la película resucita a su vez el muerto arte del cine satánico. Zombie juega con el público, destruyendo sus expectativas. Quienes luchan contra el Mal, estilo Stephen King, fracasan miserablemente, mientras sus viejas brujas protagonistas, se erigen en quintaesencia de todas las veteranas brujas de la pantalla negra (Bette Davis, Joan Crawford, Shelley Winters, Debbie Reynolds...). Lo que importa en The Lords of Salem es la magia. Auténtica praxis mágica del cinematógrafo.



Apoteosis final

Zombie sigue las líneas maestras trazadas por Polanski, Carpenter o Kubrick (en sus palabras: "Es como si Ken Russell dirigiera El Resplandor"), hasta una apoteosis final visionaria, lisérgica. Una eclosión de imaginería diabólica y pagana, que bebe en Häxan, Witchfinder General o Messiah of Evil, el final de 2001, Goya y Baldung Grien, los sonidos esotéricos de Mozart y la Velvet, la locura de Manson, y las filosofías de Crowley o LaVey, arrastrándonos al interior de una obra de arte genuina. Una Opus Nigrum, ejemplo de cómo el cine puede ser máquina de sueños y pesadillas. Medio para despertar, alimentar y ejercitar nuestros demonios. Para crear estados alterados de la conciencia. Narrar lo que no puede ser narrado, y llevarnos a sitios donde no podríamos llegar de otra manera. Que eso, y no otra cosa, es la magia del cine.