Image: Fernando Colomo

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Cine

Fernando Colomo

“Me resulta muy difícil hacer cine sobre el presente”

24 julio, 2002 02:00

Fernando Colomo. Foto: Mercedes Rodríguez

Desde su ópera prima Tigres de papel, con la cual sentó las bases de lo que en su momento se llamó la "comedia madrileña", han transcurrido 25 años, los que cumple Fernando Colomo como director. Ha sido testigo y protagonista del último cuarto de siglo del cine español, desde la incorporación del sonido directo en los rodajes al cine digital de nuestros días. Coincidiendo con este aniversario, acaba de terminar el rodaje de su decimosexta película, Al sur de Granada -inspirada en los años de juventud del poeta e hispanista Gerald Brenan-, un drama que supone una vuelta de tuerca en su filmografía, siempre centrada en la comedia. Además de explicar las claves de este cambio y de su última producción, el cineasta rememora para El Cultural lo mejor y peor de un cuarto de siglo de cine español, que le ha reportado casi tantas decepciones como alegrías.

Después de veinticinco años amarrado a la cámara, improvisando alta y baja comedia, género al que llegó "de forma tangencial", es decir, porque "las circunstancias así lo quisieron", Fernando Colomo terminó la semana pasada el rodaje de su decimosexto largometraje, Al sur de Granada, una recreación de los años de juventud del hispanista Gerald Brenan en La Alpujarra. Como en la notable Los años bárbaros (1998), recupera con este filme los ambientes de época y la mezcolanza idiomática, pero ese humor que ha ostentado como la piedra filosofal de su cine, es sólo ahora una tímida invitación al drama, a una historia de amor abocada al fracaso.

-Nunca se había enfrentado a una película biográfica. ¿Cómo ha sido la experiencia?
-Lógicamente, me encontré con mucho material, porque en el caso de Brenan hay mucho escrito autobiográfico y bastantes obras interesantes. Pero me he centrado principlamente en su biografía, El castillo interior, de Jonathan Gathorne-Hardy, con quien he trabajado conjuntamente en el guión. Ha sido, sin duda, el que más me ha costado escribir, en total dos años de trabajo, porque nos encontramos con un material que daba para hacer cinco series de televisión. Inevitablemente hubo un intento de meterlo todo en la película, pero fue imposible. En un momento dado pensé que no estaba haciendo una biografía de Colón o de Napoleón, sino de un escritor que salvo en España es muy poco conocido, así que pasé a lo contrario, a relatar un breve espacio de su vida que pudiera describir la personalidad del poeta.

-¿Le atrajo más entonces el Brenan humano que el Brenan escritor?
-Efectivamente. Yo descubrí su obra hace unos siete años. Pero de pronto me atrajo como personaje. Cuando era muy joven, Brenan se vino en los años veinte a La Alpujarra, un lugar totalmente aislado, para refugiarse con 2.000 libros. Cambió de nivel social, porque provenía de una familia muy conservadora, completamente victoriana. Lo que realmente me atrajo de este capítulo de su vida, que fue la génesis de su amor por España, es la historia de amor que vivió con Juliana, algo totalmente desconocido a pesar de que la única hija que tuvo fue con ella. En esa relación sí vi una película, remitiéndome siempre al contraste de mundos, el de un inglés cultísimo y exquisito con espíritu pre-hippie y el de una chica del pueblo semianalfabeta. La película, aunque es coral, narra fundamentalmente esa historia condenada al fracaso.

Micromundo de España
-¿La historia está contada desde el punto de vista del escritor?
-Sí, desde luego, esa era otra de las bases que tenía en mente. Me hacía gracia ver desde el punto de vista de un inglés cómo era esa sociedad rural española de principios de siglo, donde tanto se daba el caciquismo. A su manera, La Alpujarra era un micromundo que reproducía con sus defectos y virtudes lo que podría estar pasando en toda España en los años veinte, o al menos es así cómo lo he enfocado en la película. Realmente, mi mirada es la de Brenan, que va a ser la del espectador. De ahí que al principio de la película le presente con sus amistades inglesas, literatos y colegas, como Dora Carrington, Ralph Partridge o Lytton Strachey, para explicar de dónde viene.

-¿En qué sentido cree que esta historia puede interesar en el momento presente?
-Creo que hay un paralelismo clarísimo con el presente. En las dos películas de época que he realizado hay un punto de vista muy actual, y me sirvo de otras épocas para hablar del ahora. En este caso, me interesaba la búsqueda de la vida real, como decía Brenan. Proveniente de una sociedad excesivamente formal, él quería encontrar a la gente real, en las posadas y medios rurales. Apostaba por una vuelta a la naturaleza y a las raíces de la condición humana, algo que ahora es trasladable a ese progresivo alejamiento de la sociedad de consumo y de la pretendida globalización que nos venden desde todas partes. El grupo de Bloomsbury era muy moderno en este sentido. Era una comunidad en la que los celos estaban prohibidos y tenía un sentido de la libertad muy avanzado. Que también vivió sus contradicciones y sufrimientos, porque Brenan era un hombre que siempre lo pasó mal y en España encontró su sitio.

Entre la ironía y el contraste
-¿Y usted? ¿Cree que en estos 25 años haciendo cine también ha encontrado su sitio? Me refiero especialmente a su progresivo alejamiento de la comedia en los últimos años. ¿A qué se debe?
-Bueno, no es algo premeditado. Es cierto que Los años bárbaros y esta última están más cerca del drama que de la comedia, aunque a mí siempre me ha gustado mezclar géneros. Como cinéfilo, la verdad es que nunca he sido un gran fan de la comedia, aunque sería ridículo negar que gran parte de mi producción es comedia. Lo que ocurre es que siempre procuro aprovecharme de la ironía y el contraste, que son elementos muy cómicos. Hay determinados momentos en esta película en los que sé por mi experiencia que la gente se va a tronchar, pero hay otros que dejan un nudo en la garganta. Ese es el contraste que busco, y creo que es el que siempre he buscado, con éxito o sin él.

-¿Qué opina de la comedia que se hace ahora?
-Me da la sensación de que se hace con más medios en el sentido de que se parece más al cine norteamericano, un tipo de comedia con tiros y acción que nunca me ha interesado. Prefiero el humor minimalista. El caso reciente de A mi madre le gustan las mujeres creo que es un buen ejemplo de hacia dónde avanza nuestra comedia, hacia la transgresión y la irreverencia. Y considero que es un buen camino.

Quizá conviene recordar que con su ópera prima Tigres de papel (1977), Colomo sentó las bases de la "comedia madrileña", cine elemental pegado a la calle y a la vida, documento fílmico de la confusa transición, testigo además de ese invento que fue por entonces el sonido directo y que tanto ayudó a hacer de los personajes del cine español seres más cercanos, más creíbles, más actuales. "Pero de los 31 años que tenía entonces a los 56 de ahora han cambiado muchas cosas, y el cine cambia en función de lo que cambia la vida", explica el director.

-¿Y qué ha cambiado principalemente?
-En aquella época todos tratábamos de hacer un cine basado en los actores. Un cine que hablara de verdad de las cosas que conocíamos y que nos afectaban, de los conflictos sociales y de nuestras creencias. En términos prácticos, creíamos que se podía hacer cine con poco dinero. De hecho, Tigres de papel se rodó en 19 días y rodando de 8 a 3. Y hace 15 años me parecía ideológicamente rechazable rodar películas en decorados. Es muy evidente que se ha producido una transformación abismal en las formas de producción, a la que todos nos hemos tenido que acostumbrar, pero por supuesto también en el aspecto personal.

-¿Como por ejemplo?
-Ahora mismo me resulta muy difícil hablar de la realidad inmediata, del presente. Es algo que me da mucha pereza. Antes hacía un cine más cercano al periodismo o a la crónica de actualidad, pero ahora el cine se ha desideologizado, como la sociedad en general. Me preguntan por qué no hago películas sobre el PP cuando en su momento hice películas sobre el PSOE. Pero me da mucha pereza porque creo que ahora mismo la crítica es tan sencilla y tan obvia que no tendría mérito. Creo que de ahí proviene este intento mío por narrar dramas de otras épocas, porque los conflictos del ser humano se van reproduciendo una y otra vez a lo largo de la historia, con distintos disfraces, revelando que la condición humana es la misma en cualquier tiempo y lugar.

-Películas como Smoking Room, sin embargo, han demostrado que todavía se puede hacer cine con poco dinero y muy crítico con la realidad inmediata, ¿no cree?
-Es una película al límite, de ahí su gran interés. No viene si no a revitalizar las ganas que tengo de volver a hacer películas pequeñas. De hecho, mi anterior filme, El cuarteto de La Habana, lo rodé en 16 milímetros y en apenas cinco semanas. Siempre estoy dispuesto a la aventura de coger la cámara, encontrar unos actores estupendos y ponerme a rodar. Creo que lo importante ahora mismo para llamar la atención es ir a los extremos, porque rodar una comedia al uso, una producción normalita no me apetece nada. Tengo ganas de ir a los extremos. O rodar algo muy pequeñito pero con empaque o meterme en proyectos más voluminosos y llamativos.

Pánico a los estrenos
-¿Ha habido algo en estos 25 años de cine a lo que nunca haya podido acostumbrarse?
-Sin duda a los estrenos. Es algo crónico. Me decía un director que las películas tendríamos que hacerlas y luego no estrenarlas, para ahorrarnos disgustos. Con los años he intentado protegerme frente a esto, para no llevarme chascos, pero siempre te los llevas, porque es tal la cantidad de ilusión que pones en una película, que cuando no hay respuesta resulta bastante deprimente. Y ahora con las multisalas el efecto es destructivo. Durante muchos años, la base del cine español era hacer una película pequeña, que sea buena y guste, porque el boca a boca se encargaría de ponerla en su sitio. Pero ahora, con la competencia desleal y el vértigo de estrenos, es impensable hacer esto.

-Hay voces muy optimistas respecto al futuro del cine español. Pero también las hay pesimistas. ¿En qué lado se coloca usted?
-Ahora mismo soy de los pesimistas. Es casi un milagro que haya podido rodar Al sur de Granada. Hemos vivido buenos momentos y el cine español ha roto relativamente sus limitaciones, pero lo cierto es que todos estamos como esperando a que nos toque la lotería, porque cualquier presupuesto que se salga un poco de la media es imposible amortizarlo si no pegas el bombazo. Y la lotería, cada año sólo le toca a uno, mientras que el resto, unos cincuenta, se queda igual. Y además echamos piedras contra nosotros, porque películas que están hechas para televisión en Estados Unidos, aquí se estrenan en cine.

-¿Qué es para usted el cine y por qué le sigue apasionando?
-Desde luego el cine es antes que nada una forma de comunicación, y además es el arte total que engloba escultura, fotografía, pintura, música y literatura. Al final, lo más divertido es ver cómo todas esas piezas, casi por inercia, se acaban juntando y encajando entre sí para consolidar la obra. Me sigue apasionando la captación del momento único, que es en definitiva en lo que consiste el cine. Lo último que he rodado, ayer mismo, ha sido una mosca. Y esperar ahí con el macro a que la mosca se moviera para dar el plano adecuado sigue siendo algo apasionante. En general, cuanto más pequeña es la película, más disfruto. La película de la que estoy más satisfecho es sin duda La línea del cielo, es la más especial y distinta de mi filmografía. Hay otras que me gustan muy poco y otras que no me acaban de llenar, pero claro, nunca he dicho que fuera perfecto.