Image: Dino Risi o la comedia amarga

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Cine

Dino Risi o la comedia amarga

La Mostra de Valencia recuerda el neorrealismo del director italiano

11 octubre, 2000 02:00

Tristeza, inteligencia y sonrisa son las claves de la obra de Dino Risi. Autor de Perfume de mujer y La escapada, su actitud reflexiva y crítica hacia la realidad transformó y otorgó personalidad a la comedia italiana. Junto a Monicelli, Rossellini y Blassetti, entre otros muchos, dibujó uno de los retratos sociológicos más agudos de la historia del cine. La XXI edición de la Mostra de Valencia, que se inaugura el próximo lunes, le rinde homenaje en colaboración con Cinecittà Holding y programa un ciclo sobre los mejores títulos de la emergente comedia italiana.

La XXI edición de la Mostra de Valencia ríe con acento milanés, romano y napolitano. ¿Por qué? Porque rinde homenaje a uno de los grandes maestros de la comedia italiana, Dino Risi, y dedica un ciclo a todos esos jóvenes salvajes que lo han tomado como modelo.

En el fallecido fanzine No se publicó un artículo titulado "La comedia es el lenguaje de los dioses". Si el cine americano se ocupó, exceptuando las islas de genio ideológico habitadas por Charles Chaplin y Preston Sturges (en Los viajes de Sullivan), de utilizar la comedia como un género escapista, el cine italiano -y el español- asoció la risa al estado de las cosas de la sociedad que lo nutría de historias. La Mostra de Valencia ha decidido hablar el idioma divino a través de los homenajes que rinde al maestro Dino Risi, autor de películas como La escapada o Perfume de mujer, y a la joven comedia italiana, los dos extremos de un género con denominación de origen y personalidad propia que ha ido perdiendo su proyección internacional a medida que el cine europeo se convertía en un muro de tinieblas grave y solemne.

Le contaba Mario Monicelli a José ángel Cortés que en una comedia tratas a la realidad de una forma crítica, reflexiva, mientras que en una tragedia la tratas de un modo obvio, infantil.

Una mirada populista

Monicelli había inaugurado el formato de comedia populista con tintes sociales en Totó busca casa y abrió el camino, iniciado por comedias de posguerra como La machina ammmazzacattivi, de Rossellini, o Prima Communione, de Alessandro Blassetti, de toda una pandilla de humildes maestros que realizaron uno de los retratos sociológicos más acertados y agudos que el cine recuerda. Uno de los hermanos de sangre de esta familia numerosa fue Dino Risi. Nacido en Milán en 1916, recogió, como la mayoría de sus colegas de generación, la herencia del neorrealismo hasta situarla en el terreno de la comedia costumbrista, en la que personajes y realidad parecían fundirse en un solo gesto. Risi supo mantenerse al margen de la politización expresa de cineastas como Giusseppe di Santis o Cesare Zavattini; supo, también, alejarse de la política de autores que Visconti, Fellini y, sobre todo, Antonioni, ejercían con premeditación y alevosía. No tan lejos, a unos cuantos miles de kilómetros al oeste, en un universo paralelo llamado España, Marco Ferreri con El Pisito y El cochecito, Berlanga con Plácido y El verdugo, y Fernán-Gómez con La vida por delante, La vida alrededor y El mundo sigue, continuaban el ejemplo de un género popular que tuvo que trabajar mucho para encontrar el reconocimiento crítico que se merecía.

El cine como recurso

No es extraño que Dino Risi, como su hermano Nelo, empezara como documentalista. El cine italiano había encontrado en su pobreza su más rico recurso narrativo. A medida que la sociedad italiana prosperaba, Risi y sus compañeros afilaron sus cuchillos para criticar a la burguesía incipiente que luchaba por hacerse un hueco en una país que aún sufría los remotos efectos de la posguerra. Risi, que se había ganado un puesto entre los grandes (ahí está su Concha de Oro en el Festival de San Sebastián del 57 por Sabela), derivó su afición por la comedia del pueblo y para el pueblo hacia lugares más amargos. La escapada, protagonizada por Vittorio Gassman y Jean-Louis Trintignant, fue, sin lugar a dudas, la culminación de su obra. Ambos inician un viaje extrañamente iniciático, una desconcertante, sarcástica y ácida "road movie" que es, en palabras de José Luis Guarner, "el análisis de un proceso de corrupción (...), una comedia picaresca y agridulce, sutilmente plebeya e incisivamente psicológica". En cierto sentido, y un año antes que Antonioni, Risi llegaba más lejos que El desierto rojo en sus intenciones reflexivas sobre una sociedad condenada a la incomunicación.

Risi prolongó su vena ácida con el que, tal vez, sea el último éxito del cine italiano populista de su generación, Perfume de mujer. Extensión crepuscular de La escapada, el punto de partida de esta comedia negra no podía ser más siniestro: el capitán Fausto (otra vez imponente Gassman) y el teniente Vicenzo, que quedaron ciegos después de la explosión de una granada en unas maniobras, acuerdan suicidarse disparándose mutuamente. El viaje de Fausto a la búsqueda de Vicenzo, en compañía del soldado Ciccio (Alessandro Momo, tránsfuga del Roberto de La escapada), es un doble viaje: hacia la muerte y hacia el aprendizaje, que es lo mismo que decir hasta la vida. En esa dualidad podría estar resumida la esencia del cine de Dino Risi, cine cuya vitalidad y amargura, desgraciadamente, no ocupó, en su recta final, un lugar relevante en una cinematografía que sobrevive gracias a la respiración asistida del éxito autóctono. En nuestro país, sus últimas películas se han estrenado de tapadillo -Fantasma de amor- o permanecen en el olvidado cajón de sastre de nuestras desmemoriadas distribuidoras -Tolgo il disturbo-, y lo mismo ocurre con Monicelli o Comencini.

Un relevo incierto

¿Existe, pues, una joven comedia italiana, un relevo para el populismo inteligente de los años cuarenta y cincuenta? Por lo que llega a nuestro país, uno se atrevería a decir que no, o al menos no de la calidad de sus antepasados. Roberto Benigni ha vendido la moto al universo entero con ese bodrio bobo, fofo y falso que es La vida es bella. Monicelli y Comencini trataron los efectos de la guerra en el individuo. Por el contrario, Benigni acude a un sentimentalismo de fotonovela barata. Un caso aislado de éxito internacional. Por su lado, Nanni Moretti, que empezó a escribir su apócrifa autobiografía con un título tan significativo como Io sono un autarchico, es un ejemplo demasiado autosuficiente y personalizado como para considerarlo precursor de una nueva comedia italiana. Si nos paramos a pensar en gente como Christian de Sica o Vicenzo Salerne (del que se presenta en este ciclo L’amico del cuore), sólo podremos extraer una desoladora, amarga conclusión: que el cine italiano ha sustituido la inteligencia de Risi, Monicelli y Comencini por el populismo precario y vulgar de esta nueva generación cuyo modelo imaginario parece ser, por ejemplo, un Mario Ozores napolitano.

LAS COMEDIAS ESENCIALES



No se puede entender el cine italiano sin cinco de sus obras maestras, dirigidas por otros tantos artistas de la sonrisa amarga.



"Dov’e la libertà?" (1952), de Roberto Rossellini. Agria comedia en la que un hombre sale de la cárcel para darse cuenta de que sólo los que están en ella son de fiar.


"Pan, amor y fantasía" (1953), de Luigi Comencini. Retrato de los hábitos de la tipología italiana que convirtió a esta modesta película en un ejemplo a seguir por muchos compañeros de generación.



"Rufufú" (1958), de Mario Monicelli. Entrañable, espléndida biografía del espíritu italiano.



"Monstruos de hoy" (1962), de Dino Risi. Veinte crueles sainetes que analizan el mito del macho italiano con un sentido del humor feroz e implacable.



"Se acabó el negocio" (1964), de Marco Ferreri. Provocativa película que lograba cambiar de tono narrativo con una habilidad insólita.