No conozco a nadie que no sienta simpatía por las mariposas —estrictamente lepidópteros—, aunque, claro, me refiero a las diurnas porque también son mariposas, aunque nocturnas, las polillas, que creo que no gustan demasiado. Su grácil aunque errático vuelo, sus aparentemente infinitos colores hacen de las mariposas un espectáculo de la naturaleza.

Pero unos seres tan frágiles, tan delicados, ¿cómo están soportando el manifiesto cambio climático que, espero que pocos lo nieguen, está acompañándonos desde hace tiempo, cada vez, cada año, con más crudeza (lluvias tempestuosas, calor extremo…)?

El biólogo evolutivo y ecólogo alemán Josef H. Reichholf, que dirigió el Departamento de Vertebrados de la Colección Zoológica Estatal de Múnich y que es profesor de Ecología y Conservación de la Naturaleza de la Universidad Técnica de esta ciudad, publicó hace pocos años un libro significativamente titulado La desaparición de las mariposas (Crítica, 2021).

Su comienzo es sombrío: "En los últimos cincuenta años han desaparecido más del 80 % de nuestras mariposas. Puede que ya solo las personas mayores recuerden los días en los que las praderas estaban alfombradas de flores multicolor e infinidad de mariposas revoloteaban por encima de ellas".

Aunque pocas veces pude disfrutar de esas extensas praderas alfombradas de flores a las que se refiere Reichholf, yo sí recuerdo en mi querido Parque del Oeste madrileño, que me acogía los largos días, meses realmente, de las vacaciones escolares, a las mariposas pululando aquí y allá.

Las observaciones que Reichholf plasma en su libro se refieren sobre todo a Alemania, aunque es probable que algunas relaciones que establece se apliquen también a hábitats más al sur.

Explica, por ejemplo, que el hecho de que la vegetación crezca durante la primavera demasiado densamente y con gran celeridad no es bueno para aquellas especies de mariposas cuyas orugas viven en el suelo. "El microclima suele ser mucho más decisivo que el 'clima oficial' establecido o las estaciones meteorológica. Un agradable y cálido día de mayo con una temperatura de 25 ºC puede ser demasiado frío y húmedo para las orugas de mariposa que acaban de eclosionar en la pradera, cuya hierba está ya a la altura de la rodilla".

Al leer esto pienso en que las intensas lluvias —también otra consecuencia del cambio climático— de abril y mayo en, por ejemplo, Castilla, han producido esa eclosión de hierba, que, cierto es, pronto amarillea y se seca.

Pero me interesa más otro hecho que señala Reichholf: "El 9 de mayo de 1959, un 'delicioso día de primavera', contemplé la primera mariposa del año: una vanesa de los cardos (Vanessa cardui)".

El problema era que para una mariposa como aquella, que migra desde el sur, era una aparición demasiado temprana. Y era imposible que alguna de esas mariposas hubiera hibernado donde la vio, en Baden-Wurtemberg, pues el invierno previo había sido demasiado frío para ellas. La conclusión era evidente: aquella mariposa había desplazado su hábitat.

Y este punto me lleva a la ecóloga estadounidense, especializada en el estudio de las mariposas, Camille Parmesan, que en la actualidad desarrolla una parte importante de su trabajo de campo en la Estación de Ecología Teórica y Experimental del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS) de Francia, y cuyos trabajos han sentado las bases de la ecología del cambio climático, un campo de investigación fundamental para abordar el desafío de la crisis ambientales.

El pasado 19 de junio, Parmesan recogió el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento, en la categoría de Cambio Climático y Ciencias del Medio Ambiente. En la comunicación que la Fundación BBVA hizo de este prestigioso galardón se decía "Camille Parmesan ha sido pionera en establecer la 'huella globalmente coherente' que ha dejado el cambio climático en la biodiversidad, forzando a las especies a desplazarse a latitudes y altitudes cada vez más elevadas".

Los ejemplos de esto son múltiples: en el sur de Francia, las poblaciones de la mariposa Apollo (Parnasius apollo), que está adaptada al frío, han desaparecido durante los últimos cuarenta años en alturas inferiores a 850 metros, pero continúan saludables por encima de los 900 metros, y en España los límites de altura se han elevado 210 metros para dieciséis especies en los últimos treinta años, coincidiendo con el aumento de 1,3 ºC en la temperatura media anual.

La vida en la Tierra cambiará, sufrirá extinciones, como ya ha sufrido, pero sobrevivirá aunque tome otras formas

Descubrir que se están produciendo movimientos masivos en las áreas de distribución de las especies, a medida que el espacio climático al que están adaptadas las especies salvajes —como la mariposa vanesa de los cardos de Reichholf— se desplaza a lo largo del planeta, tiene serias consecuencias: "estaba claro —manifestó Parmesan en el discurso que pronunció en Bilbao, durante el acto de entrega de su premio— que la red mundial de áreas protegidas, que tanto había costado crear, no va a proteger a todas las especies para las que había sido pensada".

Y continúa: "La conservación, en una época de rápidos cambios climáticos, exige una nueva forma de pensar que permita introducir cambios dinámicos en las comunidades locales, que promueva esos cambios en vez de obstaculizarlos y que acepte las nuevas oleadas de híbridos que se forman al ir uniéndose especies que históricamente estaban separadas".

Debido a que la reducción del casquete polar ha abierto nuevos pasajes oceánicos, especies como las ballenas y las focas del Ártico están apareándose con sus parientes lejanos del Pacífico. Nos encontramos así con otra consecuencia del cambio climático, una que parece pasar desapercibida: un intercambio de genes que a mediano o largo plazo afectará a un gran número de las especies que pueblan la Tierra, incluso a aquellas que pertenecen al ámbito microscópico. La biodiversidad no solo se verá, ya está viéndose, disminuida, también cambiará sus formas.

En cuanto a los desplazamientos de hábitats de las especies que Parmesan y otros investigadores han identificado, en el fondo no es una novedad, aunque dado su origen ahora

se trate de un fenómeno cuestionable, nocivo. La propia historia del Homo sapiens, y de otras especies de homínidos, es una de desplazamientos constantes en busca de mejores hábitats, climatológicos y alimenticios.

Poblaron la Tierra, y a lo largo del camino esos homínidos fueron cambiando y también desapareciendo, todos menos nosotros. Expresado de otra manera: la vida en la Tierra cambiará, sufrirá extinciones, como ya ha sufrido, pero sobrevivirá aunque tome en algunos casos otras formas.