José Enrique Campillo, Premio Nacional de Investigación 1989. Foto: Carlos Díaz

Tras el éxito de El mono obeso (2004), el profesor José Enrique Campillo, Premio Nacional de Investigación 1989, vuelve sobre las enfermedades de la sociedad actual con El mono estresado (Crítica), una amena reflexión en torno al estrés y las enfermedades que genera.

El estrés es una cuestión seria. Es el causante de enfermedades que van desde la diabetes al cáncer pasando por la aceleración del envejecimiento. Por eso, entenderlo, prevenirlo y tratarlo es tan importante para mantener en forma nuestra salud y afrontar las reacciones del cuerpo ante las situaciones que nos rodean. José Enrique Campillo (Cáceres, 1948) estudia este fenómeno acuñado por el fisiólogo estadounidense Walter Cannon, que lo definía como una respuesta automática de nuestro organismo "cuando percibe una amenaza o un peligro, ya sea real, imaginario o presentido".



-¿Deberían tratarse las llamadas "enfermedades modernas" según la evolución?

-Desde este punto de vista, la llamada medicina darwiniana o evolucionista es la manera de entender la enfermedad, su prevención y su tratamiento a la luz de la evolución biológica. Su probada eficacia hace que cada vez esté más presente en el pensamiento sanitario actual. Básicamente la medicina darwiniana preconiza que muchas de las enfermedades que padecemos en las sociedades desarrolladas y opulentas se deben a una incompatibilidad entre el diseño evolutivo de nuestro organismo y el uso que hoy le damos.



Esta es una de las tesis más interesantes del profesor Campillo recogidas en El mono estresado, presente también en su anterior entrega, El mono obeso. En el capítulo "Debemos movernos como los cromañones" analiza cómo el cuerpo de hoy está diseñado para la actividad de aquella época. "Todos los estudios -escribe Campillo- indican que la actividad física era lo normal en la vida de los hombres del Paleolítico. El llamado ‘ritmo paleolítico' consistiría en la alternancia de días de intensa actividad física con otros de reposo. (...) La menor actividad física va en contra de nuestro diseño evolutivo; la medicina darwiniana dice que eso nos causa enfermedad y favorece los efectos negativos del estrés".



Calorías sin movimiento

-Usted llega a recomendar ser lo más paleolítico que se pueda.

-Bueno, siempre que sea pasible debemos adaptar nuestro estilo de vida y nuestra alimentación a un modelo paleolítico, acorde con los genes que tenemos. Un ejemplo: todos los animales, y por supuesto nuestros ancestros, requieren realizar ejercicio físico para poder conseguir alimentos. En las sociedades opulentas nos atracamos de calorías sin mover un músculo después. La forma de ser paleolítico, por ejemplo, es hacer todos los días el ejercicio correspondiente a la comida ingerida, comida que ni hemos recolectado ni cazado.



-Se habla incluso de la "paleodieta"...

-Sí, está de moda y ya circulan por internet y por las librerías varios modelos, a cual más absurdo. Pero comer como comían nuestros ancestros sólo exige unas pocas medidas que se pueden resumir en las siguientes: comer lo justo, nuestros antepasados pasaban mucha hambre y estaban delgados; evitar tres nutrientes que ellos apenas consumían: azúcar, grasas saturadas (la carne de caza tiene poca grasa) y la sal; evitar tóxicos en la alimentación, como el exceso de alcohol y de aditivos; consumir muchos alimentos vegetales y cereales integrales; tomar pescado con frecuencia y no abusar de los lácteos (ningún mamífero, incluidos nuestros ancestros, consume leche tras el destete).



-¿Podemos preparar o modificar nuestro cuerpo ante las nuevas formas de vida?

-Modificar es difícil. Habría que cambiar nuestra genética y eso, hoy por hoy, es un procedimiento muy limitado. Preparar nuestro organismo es otra cosa, aunque mejor que preparar yo diría adaptar. Nuestros genes son paleolíticos, adaptados a la forma de vida de nuestros ascendientes de hace más de doscientos mil años, por eso chocan con la forma de vida actual. Así que, como decía, lo más positivo es hacernos lo más paleolíticos que podamos.



-En este sentido, y tomando como referencia esas recomendaciones, ¿cuál es el principal pecado de las dietas de adelgazamiento?

-Como he dicho en uno de mis libros, con las dietas de adelgazamiento pasa lo mismo que con los métodos para aprender inglés, buscamos siempre que nos permitan alcanzar el objetivo sin esfuerzo. Y eso, en ambos casos, es imposible. Por otra parte, todo ayuno impone una situación de estrés en nuestro organismo. Nuestras células no saben la causa de que les lleguen pocos nutrientes, así que interpretan la dieta como una amenaza para la supervivencia y ponen en marcha una reacción de estrés.



-Como en El mono obeso, le dedica un buen espacio a la diabetes. ¿Es esta enfermedad la más representativa de los hábitos contemporáneos?

-Yo englobaría a todas las enfermedades de la opulencia: diabetes, obesidad, hipertensión y dislipemia. Todas están relacionadas de tal manera que se comienza por una de ellas y poco a poco van apareciendo las otras, hasta que al final el paciente desarrolla las cuatro y fallece de enfermedad cardiovascular, la consecuencia final común. Es curioso que el mayor aumento de este tipo de patologías se dé en las sociedades emergentes, como China e India, en las que se está produciendo un rápido acceso a los nuevos modelos de sociedad.



-Al margen de la dieta, ¿el mayor peligro del estrés humano es la imaginación, o sea nuestro cerebro?

-El cerebro es una herramienta poderosa pero en esto del estrés a veces nos juega malas pasadas: imaginamos peligros inexistentes, rememoramos una y otra vez un suceso estresante pasado y cargamos de emotividad los sucesos propios y ajenos. En la naturaleza si no te mueves, no comes. La forma universal en la que todos los animales, desde el más primitivo al más complejo, responden ante una amenaza contra su supervivencia (estrés) es mediante el movimiento, para huir o luchar (o para hacerse el muerto).



Campillo analiza en el libro este proceso de manera didáctica: "La gacela que acaba de escapar de las garras de la leona, en cuanto está a salvo olvida por completo el suceso. (...) El problema es que cada vez que evocamos un suceso estresante, gracias al poder de nuestra imaginación, lo revivimos con toda su crudeza y ponemos en marcha todas las respuestas nerviosas, metabólicas y endocrinas implicadas; como si se tratara de la situación real".



-¿Puede hablarse entonces del ‘estrés bueno' que nos proteje del exterior?

-Deslizarnos por una montaña rusa, hacer puenting o practicar deportes de riesgo son situaciones controladas que nos producen beneficio y nos entretienen. Someterse a este tipo de situaciones produce el mismo beneficio frente al estrés que una vacuna de virus muertos frente a una epidemia. Un cierto grado de estrés, controlado y asumido, nos "vacuna" frente a los efectos del estrés real.