Después de Los colores de nuestros recuerdos, Periférica recupera, con traducción de Laura Salas Rodríguez, Animales célebres (2001), otro sugerente y amenísimo libro del versátil medievalista francés Michel Pastoureau (París, 1947).

La obra consiste en la descripción y glosa de las características de cerca de cuarenta animales –con nombre propio o integrantes de grupos o especies– que han adquirido notoria fama en la cultura occidental, sea por su existencia histórica, sea –en mayor abundancia– por la relevancia lograda como criaturas de ficción, siendo procedentes –en tal caso– de la fabulación literaria o artística y del mundo de la leyenda o el mito. En este segundo campo, sobre todo, Pastoureau pone en valor las dimensiones simbólicas de tales animales, razón de ser de su arraigo y pervivencia en el imaginario popular y en la memoria colectiva.

Estructurado el libro en capítulos cortos e independientes, ordenados con criterio cronológico, cada apartado responde al mismo patrón: se describen, primero, el origen y características de cada animal y los acontecimientos –reales o ficticios– que le dieron notoriedad y se glosan, después, las razones, soportes e itinerarios que han determinado su supervivencia en el acervo cultural europeo.

En esta doble operación, brillan tanto la enorme y transversal formación cultural de Pastoureau como la fluidez y jugosidad de su impecable estilo literario, propenso a adornarse con un sentido del humor medido y sutil.

¿De qué animales estamos hablando? El índice del libro nos evita cualquier otro recuento: la serpiente del Paraíso, las parejas de bichos del Arca de Noé, el bestiario de las cuevas de Lascaux, el minotauro recreado por Ovidio, el caballo de Troya, la burra de Balaam, la ballena de Jonás, la loba de Rómulo y Remo, los gansos del Capitolio, el asno y el buey del pesebre de Belén, el cerdo de San Antonio, el asno de Buridán

Hasta llegar al ratón Mickey, al pato Donald, al perro Milú, a los jabalíes de Obélix, al escurridizo monstruo del lago Ness o a la perra astronauta Laika y a la clonada oveja Dolly, Pastoureau –siempre, recordemos, entre la historia, la ficción y la leyenda–, no se olvida de los elefantes de Aníbal, el rinoceronte de Durero o los animales de las fábulas de La Fontaine.

Y ésta es sólo una pequeña e incitante muestra del censo de animales recogido por Pastoureau, que hace un especial hincapié –cuatro capítulos– en las peripecias de distintos cerdos y cerdas –algunos, asesinos–, mientras vamos contemplando a vista de pájaro los temores y las ensoñaciones del pueblo llano y de los grandes reyes y nobles desde las oscuridades de la Edad Media hasta nuestros días, con la religión, la dura lucha por la supervivencia, las veleidades y ambiciones del poder político –con apariciones estelares de Carlomagno y Napoleón, entre otros–, la crueldad, el irracionalismo y la necesidad de mitos y símbolos como ingredientes, entre otros, del penoso y agitado curso de la Historia.

El libro es amable, por así decirlo, pero también deja un regusto amargo al comprobar el duro camino recorrido hasta hoy para imponer la razón y el buen sentido frente a la superstición y los terrores ancestrales. Para conseguir un aceptable dominio del hombre sobre la naturaleza y sus fantasmas reales o imaginarios. Hay episodios estremecedores.

Y Pastoureau nos recuerda: "En La Sorbona, en los siglos XIII y XIV, se plantean otras cuestiones respecto a los animales, menos ambiciosas pero igual de especulativas. Por ejemplo, en lo concerniente a su vida futura: ¿resucitan tras la muerte? ¿Van al cielo? ¿A un lugar reservado para ellos? ¿Todos los animales, o bien un solo individuo de cada especie? Y a propósito de su vida terrenal, ¿pueden trabajar en domingo? ¿Hay que imponerles días de ayuno? Y, sobre todo, ¿hay que tratarlos aquí abajo como seres moralmente responsables, capaces de saber qué son el Bien y el Mal?".

¡Nada menos que en La Sorbona se hablaba de estas cosas hace sólo seis siglos! Es preciso permanecer en estado de alerta.