Con el anuncio de una nueva creación lírica de zarzuela suelo preguntarme: ¿Es eso posible? ¿Se puede ampliar nuestro repertorio lírico con aportaciones actuales? A tenor de los últimos ejemplos que llevo vistos, dudo de tal empresa, pero los teatros públicos siguen en ello.
Tampoco me aclara el asunto el estreno del pasado jueves, 11 de septiembre, en los Teatros del Canal de El Orgullo de quererte, compuesta por Javier Carmena en 2010 y ambientada en las madrileñas fiestas del Orgullo Gay según libreto de Felipe Nieto.
Es esta una deslavazada coproducción impulsada por el citado teatro, en la que participa el Auditorio de Tenerife y la Orquesta y Coros de la Comunidad de Madrid (ORCAM). Ni siquiera la veteranía y el sólido oficio de Albert Boadella, que comparte las lides en la dirección de escena con Martina Cabanas, corrige la censurable factura de una producción que implica a una cuarentena de actores (coro y ballet incluido) durante las poco más de dos horas que dura la representación.
Boadella ha defendido la partitura por su belleza y porque sigue la senda de los grandes del género sin perderse en extravagancias vanguardistas. Ciertamente que la música de Carmena se recibe bien por cualquier oído habituado al repertorio más clásico; y nos deja una sensación de mezcla de números musicales recreados e inspirados a partir de La verbena de la Paloma, música del maestro Alonso en dúos y romanzas, hasta oímos una variación del Intermedio de La boda de Luis Alonso.
Pero de una zarzuela contemporánea esperamos que tenga correspondencia musical con lo que oímos en nuestro presente, con un lenguaje moderno que no tema incorporar innovaciones que no necesariamente tienen que ser vanguardistas (en alusión al rechazo que estos ismos provocan en Boadella). Nada de eso ocurre en El Orgullo de quererte, no logra musicalmente desprenderse de cierto olor a naftalina que impregna al género quizá por su carácter histórico y local.
Foxtrots, pasodobles, chotis, pasacalles, dúos, romanzas, seguidillas, boleros… hasta 18 números musicales coinciden en este pastiche que la ORCAM interpreta bajo la dirección de la mexicana Alondra de la Parra, con un sonido orquestal que a veces suena turbio, especialmente cuando acompaña al coro de la Comunidad de Madrid, que tiene una destacada participación y que da muestras de que se ha quedado corto con los ensayos.
De la Paloma al Orgullo
Respecto al libreto, escenifica un episodio amoroso entre dos homosexuales durante la verbena del Orgullo Gay. La acción se desarrolla en una noche estival de mucho calor en la madrileña plaza de Chueca, o sea, es la trasposición del argumento de La verbena de la Paloma a otra verbena de nuestros días, en sintonía con lo políticamente correcto y a la vez con la exaltación de lo dionisiaco que tanto se lleva. Y tan previsible como convencional, con algún personaje inexplicable como una prostituta que ejerce su oficio en Chueca.
La obra nos la va contando un narrador, aquí el tenor Enrique Viana, maestro en pergeñar disparates lírico-cómicos en solitario y también un habitual en las zarzuelas al que lo añaden para personajes excéntricos y humorísticos. Viana es P.J, especie de dealer que se ve traicionado por su amante y que actúa de su antagonista.
Al tono arrevistado del espectáculo contribuyen la aparición de tipos populares, como el chulo Alonso (el barítono Germán Olvera, con atractiva voz, que arrancó los aplausos del público) del que se enamora Tadeo (el tenor Santiago Ballerini). En voces femeninas nos encontramos con la prostituta La Petri (la soprano Berna Perles) y las tres Maris, un trío de amigas "mariliendres" a los que dan vida las sopranos María Rey-Joly y Mar Morán y la mezzo Andrea Rey. Se echa en falta algo de emoción.
La puesta en escena desconcierta en sus inicios, reina cierto desorden del elenco mezclado con el cuerpo de baile y el coro. Tampoco ayuda a informarnos de lo que pasa el vestuario neutro y poco acertado de figurantes y actores, aunque la obra logra recuperarse de esta confusión y ganar claridad y limpieza.
El espectáculo me trajo el recuerdo del divertido musical Kinki Boots que se vio en el Teatro Calderón hace unos años, un espectáculo con mucha peluca y maquillaje, mucho taconazo de charol de diez milímetros, abundancia de chascarrillos, descarados drag queens, con una estrellaza como el actor brasileño Tiago, y una animosa partitura creada por Cindy Lauper.
Pero claro, era otra cosa, la zarzuela no es el musical, aunque sean primos. Se podría haber aprovechado la bastardía y la flexibilidad de nuestro género para algo más atrevido.
