Andrea Garrote está sola en la escena de Pundonor. Con un apellido así lo han adivinado: es argentina, actriz extraordinaria, sofisticada, aguda, intelectualmente cómica, deliciosamente dramática, leve y profunda… son pocos los elogios. Está en la La Abadía solo hasta el 20 de marzo. Vayan porque no la olvidarán.

Garrote ofrece un monólogo de una hora y diez minutos que pasa volando. No lo pone fácil de partida, pretende darnos una charla sobre el pensamiento de uno de los gurús filosófos del 68, Michel Foucault, el que actualizó la crítica al orden burgués. Pero no teman, no es una sesuda pieza teatral de teatro discursivo, tampoco un panfleto marxista ni una críptica performance experimental. Es un texto ejemplar por ingenioso y divertido, escrito por Garrote y que ha codirigido con Rafael Spregelburd (cómplice de la actriz y autora en otras producciones anteriores), donde las ideas fundamentales de Foucault sirven de banderín de enganche para el desarrollo de la historia personal que Garrote nos va a confiar.

Dice Garrote: "A mí me importa que el teatro comunique, que tenga humor, emocionalidad, no me interesa que sea críptico, me interesa que todo el mundo lo pueda entender y que tenga nivel". Parece la cuadratura del círculo, pero el tandem Spregelburd-Garrote lo consigue. Pundonor combina la profundidad intelectual –es una obra de alta cultura- con una actuación tan magistral que la hace entendible a la mayoría de los mortales.

Asistimos a una clase de la doctora Pérez Espinosa, vuelve después de una baja y nos va a hablar de Foucault y de su idea de que todo discurso social es la voz del poder burgués y de que cualquiera que se opone a él es acallado. Foucault no tiene distingos con el poder, siempre es indecente y maligno, su paranoia y su odio va contra todo el sistema social, por lo que hay que rebelarse y sospechar de quien no lo haga. Nuestra profesora no llega a ofrecernos una disertación filosófica, afortunadamente.

En un momento, cuando ha convertido a los espectadores en sus alumnos, nos anima a que abandonemos la materia, que nos dediquemos a otra cosa. Y así su discurso se transforma, nos revela episodios recientes que le han ocurrido, que la han marginado, y que vendrían a corroborar las teorías del filósofo revolucionario. A ella la han acallado, porque se rebeló contra la universidad.

En realidad, le han pasado muchas más cosas, su relato “huele a mito”, nos dice esbozando una risa, hay videos vergonzosos de su pasado circulando por las redes… pero ella lo cuenta en un tono tragicómico, con la justa ironía, el comentario ingenioso, el gesto preciso. “Antes de estar loca fui delincuente”, apunta, en recuerdo del estudio de Foucault primero en cárceles y después en manicomios. La articulación de las teorías del filósofo con la vida de la profesora parece un mágico encaje de bolillos, pero lo que prevalece, y es el gran acierto, es la vulnerabilidad de su protagonista, su tremenda humanidad que nos llega al corazón.