[caption id="attachment_1890" width="560"] Una escena de El Tratamiento. Foto: Vanessa Rabade[/caption]

Rato divertido el que me hizo pasar Pablo Remón y sus actores de El tratamiento, obra que acaba de estrenar en el Pavón. Una comedia de humor hilvanada con historias secuenciadas y ambientadas en el mundo del cine, protagonizada por un guionista que enfrenta sus aspiraciones artísticas y profesionales con el rastro que van dejando en su existencia, para darse cuenta finalmente que como en la vida no hay vuelta atrás, lo saludable es aparcar la melancolía.

El tratamiento es la biografía de Martín, personaje que intenta prosperar en ese arduo mundo del cine, pero que acaba ejerciendo fugazmente otros trabajos alimenticios como dar clases o escribir anuncios publicitarios; la obra nos muestra varios episodios de su vida (infancia, adolescencia, matrimonio…), y a través de ellos el autor (que también es guionista) nos ofrece una parodia de la industria cinematográfica, de cómo se escriben y se hacen las películas y, sobre todo, del escaso control que el guionista tiene sobre su obra. Remón nos habla de cine y es todo un detalle que no recurra en la puesta en escena a artilugios audiovisuales tan de moda en el teatro actual, su montaje se basa en la palabra y el actor.

Siguiendo el esquema de sus dos obras precedentes (Barbados y 40 años de paz), el autor urde un carrusel de personajes y ficciones -relatos ocurrentes y graciosos, de ambiente realista y tono irónico-. Lo característico de su narración son los múltiples puntos de vista narrativos que reúne. En escena vemos a cinco actores que se multiplican en varios personajes; en ocasiones, con micrófono en mano actúan como narradores de los sentimientos y las acciones de otros; hay también intervenciones en las que, sobre todo Martín, se citan a sí mismos en relación a lo que piensan, sueñan o sienten ante acciones concretas; y están las escenas dialogadas, que resultan las mejores como no podía ser de otra forma en el teatro.

Esta estructura le permite al autor mezclar hechos y acciones de los personajes con sus fantasías, sentimientos, ambiciones, frustraciones…; también juega con la dimensión tiempo, pues las historias están fechadas, van y vuelven y dentro de ellas hay saltos temporales que sorprenden.

[caption id="attachment_1891" width="560"] Otra escena de la obra. Foto: Vanessa Rabade[/caption]

Remón ha dirigido también la puesta en escena, sencilla, eficaz, con escenografía de Mónica Boromello (que parece inspirada en un panel de herramientas) y luz de David Benito. El elenco hace un trabajo notable: Francesco Carril soporta la función y compone un guionista de carácter simpático y despistado, toque romántico, que hace amable al personaje; adoro a Francisco Reyes, habitual en las obras de Remón, actor singular y creíble haga lo que haga, interpreta a un vendedor de ollas, productor de cine, miliciano republicano, chófer, capitán del Titanic…; Ana Alonso, otra fantástica cómica que ofrece escenas loables como en la que es una espía del CNI. Bárbara Lennie se mueve con convicción entre dos bandas opuestas, la de una vampiresa productora de cine y la dulce y realista novia de Martín, con una clara conciencia de la fugacidad de la existencia. Y Emilio Tomé, otro habitual en las producciones de Remón, que se ventila también varios roles, destacando su joven guionista descerebrado por las pelis de acción.

Lo pasé bien la noche del estreno de El tratamiento, es un texto ambicioso, bien escrito y dialogado, que además incita a la reflexión; sí percibí que la historia de Martín languidece hacia la última media hora, cuando sentí que sus tribulaciones -“la vida es solo un momento” - dejaban de interesarme a falta de tensión dramática, de conflicto. Aún así, y al revisar sus obras precedentes, creo percibir que a Remón, como autor dramático, le anima un propósito puramente teatral: escribir ficción. Y eso es magnífico y un buen contrapunto dentro del panorama teatral actual.