Perico Lorenzo lleva más de 35 años yendo al teatro. No sabe a ciencia cierta el número de estrenos que tiene a sus espaldas, pero calcula que se habrá visto unas tres mil obras. No es actor, ni productor, ni director, ni siquiera crítico o periodista. Es estrenista o estrenero, de los que en alguna ocasión se oye mentar a los empleados de los teatros cuando dicen: “¡Qué estreno más malo que no vienen ni los estreneros”!



-Comencé a ir al teatro porque estaba en una compañía e iba con mis colegas a ver las obras de otros amigos actores que nos invitaban. Y entonces me aprendí la copla de que en las noches de estreno todo el mundo va de gorra. Ahora voy por afición, estoy enganchado al teatro, ya me conocen en casi todos los teatros y no puedo pasar una semana sin dejarme caer por alguno.



Él es un tipo chistoso, habla muy, muy deprisa y se le dan bien los juegos de palabras. Es de esas personas que entablan conversación rápidamente con los desconocidos. Nació en el barrio de Vallecas, en su opinión, “la zona noble de Madrid”. Cuando mozo, se unió al grupo de teatro Gayo Vallecano, se ocupaba de labores de producción. Hizo muchas giras con el grupo y se dio cuenta que la bohemia casaba bien con su carácter, pero tenía familia que mantener y lo dejó. Ensayó entonces varias profesiones: taxista nocturno, instalador de pérgolas y persianas, comercial, mecánico, instalador de teléfonos... hasta que encontró su sitio como agitador sindical. Y nunca, en todo este tiempo, dejó de ser estrenista.



A la semana asiste a unas tres o cuatro funciones o conciertos. Lleva un control exhaustivo de la cartelera teatral, de los festivales de flamenco y de la Feria de San Isidro y de la de Octubre. Teatro, flamenco y toros, sus tres pasiones. A menudo se entera de lo que programan leyendo el periódico, pero su red de amigos y conocidos también le mantiene informado de eventos y presentaciones.



Le basta saber el cartel de la obra para hacerse una idea aproximada de la capacidad de convocatoria del estreno y, por tanto, de la dificultad para entrar. Su forma de operar habitual es dejarse caer quince minutos antes por el teatro la noche de marras. “Me acerco a la puerta y echo una visual. La parroquia me suele ser familiar: los críticos, los actores, algunos escritores, políticos, amigos de los artistas, otros estrenistas... y me fijo si vienen solos o esperan a alguien. Por lo general, en los sobres van dos invitaciones, por lo que me lanzo sobre mi presa de forma discreta cuando detecto a un solitario espectador”.



De los parroquianos habituales en los estrenos quién no se ha encontrado a un tipo de estos, que pregunta si te sobra alguna entrada. Paco Bezerra, dramaturgo, recuerda que en un preestreno de Vida y muerte de Marina Abramovic, en el Teatro Real (gran acontecimiento), le dio una entrada que le sobraba a una señora: “Me dio un beso y luego me cogió del brazo y vimos la ópera juntos, estaba sentada en la butaca de al lado... ¡Qué iba a hacer! Así que me vi la ópera con esta desconocida. Estaba entusiasmada porque era un espectáculo muy bueno y difícil de ver”.



Este método de mendigar entradas no funciona siempre y entonces el estrenista pone cara de buen chico y negocia con el jefe de sala la posibilidad de entrar. “En casi todos los estrenos tengo unos siete u ocho”, me cuenta Gloria Navarro, jefa de sala del teatro de La Abadía, “y algunos tienen mucho morro. Les siento en las sillas disponibles y luego, ellos, si ven que quedan libres en las de protocolo, que tienen mucha mejor visibilidad, se cambian. Menos mal que no suelen vestir muy mal”. Gloria dice que le da rabia que los invitados les regalen las entradas que les sobran a los estrenistas: “Yo también las necesito porque suelen aparecer actores y gente de la profesión que conozco y que vienen sin invitación”.



En la opinión de la jefa de sala de La Abadía, “algunos estrenistas entienden de teatro, pero son los menos. La mayoría vienen para pasar el rato”. Y a la pregunta de si cree que pagarían alguna vez por ver una obra, contesta: “Hay un señor mayor, con muy buena pinta, que suele venir como estrenista pero a veces se compra la entrada y entonces me lo dice”. Lorenzo paga pocas veces, la última vez para ver Cielo abierto, con José María Pou, en el Español, pero porque iba con varios amigos. Él cuenta con un amplio abanico de trucos para entrar gratis, dignos de formar parte de un tratado sobre picaresca, aunque me pide que no los desvele porque le desenmascararía. Sirva éste de botón de muestra: “Conseguí entrar en el Vicente Calderón para ver a los Rolling Stones empujando el carrito de un minusválido. Era realmente difícil, con un montón de controles y guardias de seguridad que te cacheaban. Pero me di cuenta que a un minusválido le abrían un camino especial de acceso y entonces esperé. Al rato apareció otro minusválido y me enrrollé con la persona que iba con él, ya sabes, qué buena la música de los Rolling, mi hermano que también es minusválido no ha podido venir... y me uní a ellos. Lo logré”.



De teatro dice que ha visto lo mejor que se ha programado en Madrid. No tiene mal gusto, recuerda el Mahabharata de Peter Brook, Acció de La Fura, La madre por Taganka, Tito Andrónico de Deborah Warner, El alcalde de Zalamea con Jesús Puente, El público, de Lluís Pasqual, La serva amorosa, del Piccolo, Veraneantes, de Miguel del Arco... Cuando le digo a Perico Lorenzo que me da la impresión de que a estas alturas todos estos ardides los pone en marcha por el vicio de ejercer de pirata teatral y saber si logrará cada noche su objetivo, contesta: “Puede que haya convertido mi costumbre en una segunda naturaleza, yo me siento como un invitado de segunda en las noches de estreno, donde hay gorrones de todo pelaje, pero si voy es porque realmente estoy enganchado al teatro y al arte. El pasado sábado estuve en La Cartuja viendo la exposición de Ai Weiwei y esta noche me espera el estreno de El hijo del acordeonista en el Valle-Inclán”.