Es probable que todo lo que tenga de danés Henrik Nordbrandt (Frederiksberg, 1945) sea lo obligado por el nacimiento; en cambio, cuanto en él es elegido tiene ese aroma mediterráneo quintaesenciado que tal vez sólo pueda destilar quien no lo es. Norbrandt ha vivido en Turquía, en Italia, en España, en Grecia, y es en esos paisajes (rara vez mencionados) en los que transcurre su poesía nómada, hermana de cuanto está de paso, encadenada a la fugacidad que hiere y cura.



La poesía de Nordbrandt tiene algo de carta escrita a alguien a quien no volverás a ver. Es, sí, elegíaca, de esa manera que es elegíaca la poesía desde que nos dimos cuenta de que no sólo las personas mueren, sino que también los paisajes, las situaciones, los encantamientos desaparecen. Y por ello su intento es el de restituir lo perdido. Pero a Nordbrandt no le sirve con recuperar un recuerdo, necesita reconstruir la escena al completo. En la imposibilidad de hacerlo reside su melancolía verdadera; y en lo cerca que está, su grandeza como poeta. La lección de Nordbrandt es (hermana de Ritsos) que es posible construir un poema en el que sepamos qué hora del día es, cómo entra la luz por la ventana, si la fruta que hay sobre la mesa está verde aún o ya madura, la temperatura exacta del licor que hay en el vaso. Entramos en esa escena para reunirnos con cuanto hemos perdido, como si tuviéramos una última oportunidad para quedar en paz con ello. Y gracias a Nordbrandt, alcanzamos a hacerlo.



La ciudad de los constructores de violines, que aparece ahora en Vaso Roto Ediciones, es el decimocuarto de los libros de poemas de Nordbrandt, y se publicó originalmente en 1985. Es el primer libro de Nordbrandt que se publica en España en edición bilingüe. Bassarai, que tantos grandes poetas extranjeros nos dio a conocer, había publicado antes El temblor de la mano en noviembre, 84 poemas y Armenia; Visor ha publicado Puentes de sueños, y Lumen (y después Debolsillo) la amplísima antología Nuestro amor es como Bizancio, siempre en traducción de Francisco J. Uriz. Uriz es un traductor impoluto, gracias a quien conocemos lo mejor de la poesía nórdica de las últimas décadas. Es difícil juzgar una traducción sin conocer el original, pero sí podemos juzgar el resultado como lo haríamos con un libro de poemas escrito en castellano (y otra cosa no es, al cabo). El Nordbrandt de Uriz es claro, consciente de que su riqueza de recursos, su capacidad para elegir la palabra más sensual (la que más matices despierta en nosotros) y lo matizado de su discurso no necesita complicaciones sintácticas, en el mismo sentido en el que tampoco las necesitaba Brecht. Todo lo más, recurre a frases largas para dejar que su discurso en meandros discurra amablemente. Sólo muy de vez en cuando nos parece que tal vez un verso se podría haber afinado más (el final de “Con la naturaleza”, por ejemplo, “en relación contigo no es más que pura quincalla”, parece un poco enrevesado; tal vez hubiera sido mejor “en comparación contigo”, o “a tu lado”...). Reparos muy, muy menores a un traductor excepcional que nos ha hecho a todos más ricos y más sabios.







La ciudad de los constructores de violines es la novedad más recomendable de la temporada. En él, Nordbrandt dirige su mirada pesquisadora a las relaciones amorosas con más frecuencia que en sus otros libros, para decirnos que no hay momentos que sean sólo luz u óxido, que en cada momento hay algo de ambos, que lo hermoso de la realidad (y lo complejo, y lo doliente) es que todo ocurre y nos ocurre siempre al mismo tiempo. “Carducci” es un buen ejemplo de la escritura de Nordbrandt:



El poeta Carducci, de quien no he leído nada

y del que sólo sé que está muerto

vivió en la casa que está frente a la mía.

Antes, de noche, junto al rumor del río,

anegaban mis sueños estrofas en italiano.

Por la mañana desaparecían, pero yo era incapaz

de emprender nada ni de escribir una línea,

sólo daba vueltas inquieto y ponía orden

en un desorden cada vez más inabarcable

como si varias personas se mudasen a mi casa cada día

por más que siguiera solo. Las estrofas

que llenan ahora mis sueños son atonales

acompañadas por trompas, campanas y el ruido del mercado

de la plaza que tú cruzas cada día,

y además puedo recordarlas por la mañana.

Pero, cuando te veo, pienso

que es el amor de Carducci a otra

lo que revivo, su locura la que sufro

y sus poemas no escritos lo que escribo.

Si es así de veras, lo amo

por haber usado mis ojos para ver

la luz casi invisible que te rodea

-con estas ansias que tal vez sólo los muertos posean.



Además de sus libros de poemas, Nordbrandt ha publicado un libro de cocina turca y unas memorias. Hay quien ha escrito que sus libros inauguran una nueva “metafísica del vacío”. No estoy de acuerdo, o no sin matices. Las habitaciones vacías, los espacios abiertos de los poemas de Nordbrandt son lugares que alguien acaba de abandonar. Y desde ese instante están habitados por las preguntas, por las dudas, por el apetito de quien decide emprender la marcha de nuevo.