Ahora que se cumplen 60 años de su muerte, se está hablando mucho de Alan Turing, el genial matemático y pensador que venció a los nazis desde el caserón de la Escuela de Código y Cifra de Bletchley Park, a las afueras de Londres. Tuirng es también el padre de la ciencia de la computación y de la inteligencia artificial y, por lo tanto, de algunos de los rasgos esenciales de la sociedad del siglo XXI. Es un héroe, se mire el concepto por donde se mire.

 

[caption id="attachment_472" width="560"] Alan Turing, popeado[/caption]

La sociedad británica, tan esencialmente musical, le ha cantado el hosanna en más de una ocasión. La Orquesta de la BBC le dedicó uno de sus célebres Proms, los Promenade Concerts en el Royal Albert Hall, concretamente el del pasado 24 de abril. Los Pet Shop Boys —sí, el dúo electro-pop— estrenaron allí, con la BBC Concert Orchestra, los BBC Singers y la dirección de Dominic Wheeler, “A Man from the Future”, una especie de cantata compuesta por ellos y orquestada por Sven Helbig. Aquí la podéis oír. Ha habido más homenajes ingleses a Turing, . Dominic Brennan estrenó en mayo el musical “The Universal Machine” en el teatro londinense New Diorama. Y en Canadá, que en tiempos de Turing era aún uno de los “dominions” británicos, el santón de la electracústica Barry Truax ha compuesto una obra para tenor y 6 pistas digitales que está, que yo sepa, por estrenar. Se titula “ENIGMA”, como la máquina cifradora alemana. Gracias a que Turing la supo destripar a tiempo no somos todos hoy siervos de la gleba en una granja nazi. El mundo coral, que es una parte fundamental del alma musical inglesa, también ha cantado a Turing. En abril, el Barbican Hall acogió al Hertfordshire Chorus para el estreno de “Codebreaker”, de James McCarthy, un compositor especializado en el género coral.

La presencia de Alan Turing estos días en el ágora global se agranda por el asunto de su homosexualidad. Al pobre Alan lo machacó un juez en 1952 —igual que a Oscar Wilde medio siglo antes— al salir a la luz que vivía con otro hombre. Lo condenaron por “gross indecency” a castración química mediante estrógenos. Eso, o la cárcel. Y, en todo caso, baldón, sambenito y pérdida de la autorización para acceder a secretos oficiales. Dos años después murió por ingesta de cianuro. No queda claro si de forma deliberada o accidental, porque él tenía habitualmente ese tipo de sustancias en el laboratorio de su casa. La tragedia de Turing, que no había hecho sino amar a su amado, adultos los dos, contrasta con la alegría y la impunidad con que Benjamin Britten —genial compositor, por otra parte— vivía en la Inglaterra de esos mismos años su tendencia pederasta, recibiendo niños en casa sin restricciones y bajo la aprobación general.

A mí, de Turing me fascinó siempre su “test”, la célebre “Prueba de Turing”. Diremos que una máquina piensa si pasa repetidamente la siguiente prueba. Un juzgador mantiene una conversación por escrito durante unos minutos con dos interlocutores ocultos, uno de los cuales es una persona y el otro una máquina. Si el juzgador los confunde al menos un 50 por ciento de las veces, la máquina habrá pasado la prueba. La clave está en la primera frase, “diremos que piensa”. No diremos que parece pensar, sino que piensa. Hay mucha chicha epistemológica en esta distinción, pero es muy importante, porque detrás está la afirmación materialista, el mundo es el mundo visible, y la disipación de las nieblas animistas: ante una máquina computadora—¡como ante mi cerebro!— tendremos que decir que existe el pensamiento y todas sus derivadas (la creatividad, la emoción, la ironía, la mentira, la imaginación...) cuando veamos sus efectos (frases creativas, irónicas o mentirosas, reacciones emocionadas o creativas...) y no nos podremos escudar en que se trata de un pensamiento simulado, preprogramado, obra, en realidad, de quien diseñó la máquina, ese sí ser genuinamente pensante. Turing dice, no, ese distingo no tiene sentido: si parece pensamiento, es pensamiento. Y tendremos entonces una inteligencia que surge de la pura complicación de la circuitería. Turing establece la continuidad entre la red de neuronas que pintaba Ramón y Cajal (que es compleja, en el sentido de numerosa e intrincada, pero solo eso, no es nada más que compleja) y la maravilla de una mente humana en acción. Entre medias no hay nada. Ni almas, ni espíritus chamánicos, ni siquiera ideas platonianas. La limpieza de esta visión de Turing es sobrecogedora.