Compitió el año pasado en Cannes y extrañamente no se tenía noticias de ella hasta ahora, a pesar de ser una de las películas más interesantes de la pasada edición. Frankie es el último largometraje de Ira Sachs y puede finalmente verse en la plataforma Rakuten TV, además de la película por la que Sachs probablemente ha sido más celebrado como autor independiente, la fantástica Keep the Lights On (2012). Ira Sachs es un autor que lleva en sus venas el gen del espíritu indie neoyorquino –en obras como Verano en Brooklyn (2016) y El amor es extraño (2012)– y que en esta nueva propuesta abandona su paradero natural por una manifiesta exploración turística en Sintra, Portugal. Es su película europea, un drama familiar con la figura de Isabelle Huppert como centro de confluencias. Por este motivo se hace aún más extraño que la película no haya llegado a nuestras salas comerciales y se estrene directamente en plataforma.

La actriz francesa no se interpreta exactamente a sí misma en Frankie, pero ocupa el rol de una actriz de relieve internacional que pasa unas vacaciones con sus dos hijos, de distintos matrimonios, en la legendaria ciudad lusa. Ejerciendo de matriarca, ha organizado una reunión familiar en la que confluyen tres generaciones distintas que irán descubriendo las distancias que les separan a unos de otros. Los dramas familiares, la exploración de las identidades y los roles que ejercemos en la resquebrajada institución familiar son constantes temáticas en los intereses del cineastas, que se ha convertido en un orfebre del retrato psicológico y social en el mundo contemporáneo. Encuentra siempre la deflagración que se oculta tras los pequeños gestos, los inesperados y profundos sentimientos que germinan en sucesos aparentemente banales.

Junto a Huppert, el cineasta arma un heterogéneo y sorprendente reparto que hace convivir los dispares registros interpretativos, procedencias culturales y afinidades cinematográficas de Marisa Tomei, Brendan Gleeson, Greg Kinnear o Jérémie Reiner. Hay algo muy difícil de conseguir plasmar en un guion y, aún más, en la pantalla, y esto es el pálpito y el ritmo de vida, en el que las emociones profundas de los personajes van tomando cuerpo con aparente indiferencia a la creación del drama, pero la delicada maestría de Sachs para bascular entre los largos diálogos y los largos silencios genera un ritmo de comprensión del relato que hace pensar en Renoir, Oliveira y Ozu al mismo tiempo. La grandeza y la belleza de la película radican precisamente en su humildad y su inteligencia. En este sentido, es admirable, y muy infrecuente en el cine de hoy día, el modo en que las historias fluyen sin grandes gestos, la humanidad que destilan los personajes, la inteligencia con que las escenas avanzan en el diagnóstico sentimental de las tramas.

En muchos aspectos, la película es también como un estudio pictórico de las emociones de los personajes. Desde su arranque en una piscina, que parece colocarnos dentro de un cuadro de Hockney o Cézanne, hasta el plano crepuscular de despedida que destila una enorme belleza y melancolía, la estética de la película entra en confluencia con un guion atento a las psicologías de sus personajes, como si fuera un cuento de verano de Eric Rohmer. La estructura del relato plantea diversas conversaciones entre dos personajes con una elegancia y delicadeza insólitas, sin subrayar los dramas sumergidos y los secretos de los miembros de la familia, todos ellos pasando por momentos de transición existencial y sentimental que tratarán de resolver durante este magnífico, inteligente y sutil cuento de verano. 

@carlosreviriego