Thure Lindhart y Zachary Booth en Keep the Lights On.

Una historia de amor y una forma de hallar y reconciliarse con la identidad sexual a lo largo del tiempo. Ira Sachs pone estos mecanismos en funcionamiento en su nueva película, 'Keep the Lights On', muy celebrada por la crítica estadounidense y británica y reconocida con varios premios en el Festival de Sundance.

"Los segundos matrimonios son mucho mejores que los primeros", dice el risueño Ira Sachs a modo de resumen de su película, la bellísima Keep the Lights On. El filme nos presenta la historia de amor a lo largo de una década de dos chicos que se quieren y se hacen daño. Uno de ellos, el protagonista, el alemán Erik (Thure Lindhart), es un joven de buena familia con sueños de ser director de cine que investiga (eternamente) para un documental sobre un fotógrafo de underground de Nueva York, un chico sensible y tímido, algo perdido por las calles de Manhattan.



Su pareja es Paul (Zacary Booth), un joven y exitoso abogado que trabaja en la industria editorial y que oculta detrás de una vida de esplendor material su adicción al crack. Es un filme con un claro componente autobiográfico y, de hecho, la figura del ejecutivo drogadicto pertenece en la vida real a Bill Clegg, editor neoyorquino conocido por los lectores españoles gracias a su libro de confesiones Retrato de un joven adicto a todo (Suma de Letras).



Con una puesta en escena cuidadísima y una estructura marcada por las emociones de unos personajes perpetuamente enfrentados consigo mismos, que parecen luchar contra el tiempo, el director explica que se basa en una película de Maurice Pialat, La infancia desnuda (1938): "No se trata del principio ni del final, de pensar en términos de causa y consecuencia narrativa sino de fijarse en los hechos y exponerlos en ese punto de incertidumbre y suspenso". De esta manera, Keep the Lights On conmueve por su capacidad para captar las paradojas íntimas de la pareja. "Todos complicamos nuestras vidas de maneras que son destructivas. En este caso, eso se acrecienta porque supone un largo proceso de aceptación personal. Hay unos elementos de represión y de vergüenza que son culturales". Surge una paradoja: del mismo modo que el cineasta ha querido mostrar Nueva York "desde el punto de vista de quienes lo viven todos los días, no como un decorado" y como un lugar en el que "los gais ya no viven en guetos y conviven de forma natural con la sociedad", esa condición de la pareja es el "elefante en la mesa", o dicho en castellano, el motivo secreto y no revelado de muchas de sus disputas.



La investigación del protagonista de la figura de Avery Willard -fotógrafo que trató de convertir la pornografía gay en un arma de reivindicación política y en el que convivían la grandeza de los pioneros y valientes, la falta de talento artístico y el marginalismo, cuando no ostracismo- sirve como metáfora sutil de ese contexto de "anormalidad" en el que estos dos personajes desarrollan su amor. "Hay una historia de lo ilícito que es consustancial a la experiencia gay. Esos encuentros sexuales esporádicos por teléfono, que aparentemente no tienen ninguna consecuencia, dejan recuerdos. No hago juicios morales al respecto pero tampoco eludo las consecuencias emocionales".



El amor como fuerza constructora da chispazos de su existencia a lo largo de un filme que más bien parece servir como alerta ante los peligros de la pasión. "Hay un tópico y es que uno no puede amar de forma plena hasta que no se quiere a sí mismo. Y es cierto. Hay un tipo de amor basado en la idea de que sin el otro no eres nada y eso ha destrozado muchas vidas. Veo la película como una historia de ese momento en el que uno alcanza cierta madurez y se da cuenta de la perfecta inutilidad del masoquismo". ¿Son las historias de amor homosexuales muy distintas de las heterosexuales? Para Sachs, "los personajes pueden ser universales independientemente de su sexualidad, su país de origen o si son ricos o pobres. Pero, como decía Henry James, a la hora de construir una historia lo más importante son los detalles".