Un posible principio para este texto sería un flashback hasta la mañana del 2 de febrero de 1966. Allí nos encontraríamos con Cleve Backster, especialista en interrogatorios y experto en tecnología de detección de mentiras colaborador de la CIA. En su taciturna oficina de Nueva York ha decidido probar el polígrafo con una de las plantas que tiene allí. Entonces Backster mide lo que ya científicos como el anglo-indio Jagadish Chandra Bose habían enunciado décadas antes: cierta clase de sensibilidad de las plantas a estímulos de diverso tipo (incluidos, según dicen, los emocionales, psicológicos y afectivos), captable y medible mediante los cambios de resistencia eléctrica de sus hojas. El descubrimiento cambiará para siempre el sentido de la vida de Backster. Desde ese momento se dedicará en cuerpo y alma a corroborar sus teorías alejadas de la aprobación científica sobre la “percepción primaria”, donde viene a afirmar que todo lo celular, lo vivo, está conectado por una especie de conciencia y condición telepática. ¡Glups!
Sin adentrarnos en océanos tan inciertos en nave del misterio alguna, lo cierto es que existe una interesante corriente de artistas y músicos que desde la década de los 70 viene interactuando de diferentes maneras con el reino vegetal, y más concretamente con ese pulso eléctrico que puede captarse en sus raíces y hojas. Estamos ya bastante acostumbrados a la premisa de que todo lo que existe en el plano físico suena (hace unas semanas leíamos una defensa de ello por parte de David Byrne en su libro Cómo funciona la música). Pero, cuando que empezábamos a reconocer la música que emiten las cosas por su resonancia acústica, el desarrollo de la electrónica nos trae otras formas más marcianas de obtener el sonido. A su generación sintética y, en las dos últimas décadas, programable, computerizada y digital (aún no del todo asimilada por muchos segmentos del gusto social), ahora hay que sumar las cada vez más abundantes y precisas captaciones de micro sonidos y de energías transformadas en señal sonora.
Unos de los últimos en llegar a ese poco frecuentado rincón del paisaje son Data Garden. Pero lo hacen con la fuerza y convencimiento de un corredor que llega primero a la meta. Data Garden es una iniciativa de creatividad e interactividad surgida en Filadelfia, EE.UU. que funciona a través de una web surtida de abundantes contenidos y una productora de eventos. Su interés se centra en la música y el arte electrónicos y más concreatamente en los puntos en que tales medios hacen contacto con su propia historia así como con la ciencia y la interacción social comunitaria. Se inspiran en los primitivos artistas y músicos electrónicos en general, pero se ocupan especialmente de los que han explorado las posibilidades de la simbiosis entre tecnología electrónica y biología-ecología. Su propósito es generar un foro que sirva para la interacción entre todos estos asuntos abierto a la participación de cualquiera que esté interesado.
Además son un sello discográfico peculiar. Sus lanzamientos incluyen a músicos como el fabuloso e inclasificable batería y multi-instrumentista de Nueva York Greg Fox (colaborador de Dan Deacon o Ben Frost, artífice en Liturgy, Zs, Guardian Alien, etc.), el también científico (trabaja en la NASA) Ben Warfield, el guitarrista experimental japonés Shinji Masuko (DMBQ, Boredoms), cierto grupo de música beat futurista integrado por enmascarados llamado The THANGS, Spaceship Aloha, nombre del proyecto de exótica rítmico-electrónica de Sean Powell (colaborador de gente como Sun Ra Arkestra o Boredoms e integrante de Man Man), el legendario productor, compositor, DJ de electrónica King Britt, o la banda Cheap Dinosaurs que intenta reinventar la chip-music y fusionarla con ingredientes rock. Pero amén de por tal clase de excursionista selección, Data Garden llaman especialmente la atención porque no editan discos físicos: sus lanzamientos consisten en cartones de semillas de plantas que contienen un código de descarga. La idea, claro está, es que tras usar el código para descargar la música y después de unos días de tener el objeto (de bonito diseño), uno acabe por plantar el cartón para que germinen sus semillas. Por lo demás en su bandcamp y soundcloud puede oírse una buena parte de su catálogo.
La última jugada de este laboratorio cultural que es Data Garden es el Midi Sprout. Se trata de un pequeño dispositivo que cualquiera puede usar y que convierte los biorritmos de las plantas en data que puede ser usado para controlar dispositivos MIDI. Dos sondas envían las pequeñas señales eléctricas a la planta y miden la resistencia que ésta activa frente a la corriente de entrada. Tal resistencia, bio-feedback fluctuante y al parecer dependiente de la luz, la humedad y la interacción o cercanía de otros seres vivos, se convierte automáticamente en señal sonora y musical al conectarse a un sintetizador o DAW de ordenador.
La idea, que ahora tratan de sacar adelante mediante una campaña de micro-financiación en la plataforma Kickstarter, se originó en los experimentos que los propios integrantes de Data Garden hicieron con prototipos. En 2012 crearon una instalación en esa línea para el Philadelphia Museum of Art que luego itineró por EE.UU. y vino acompañada de talleres. El éxito de su convocatoria en cuanto a la interacción de la gente y la demanda de la tecnología que estaban manejando les llevó a pensar en su comercialización barata y masiva. Ellos ven el MIDI Sprout como un instrumento para redescubrir sensaciones de conexión con el entorno natural y humano y confían en que su uso por parte de músicos y artistas visuales (el data puede convertirse en video también) sirva para impulsar nuevas formas e ideas musicales y sonoras, a rebufo de la interacción con la respuesta imprevisible de los biorritmos vegetales.
La iniciativa de Data Garden es la primera que procura hacer accesible tal clase de interacción con los bio-ritmos desde el punto de vista económico y de la facilidad de manejo y uso aprovechando las ventajas de lo accesible de las nuevas tecnologías. Si su campaña de financiación tiene éxito existirá un pequeño aparato que ofrecerá efectivamente recursos nunca antes vistos. Además de su propósito de hacer de ello algo accesible a cualquiera, la principal diferencia del invento es la aplicación MIDI de esos cambios de voltaje captados en las plantas, lo que permite complementarlo con las múltiples posibilidades de interacción musical de sencillo acceso de lo digital. Lo generativo, lo algorítmico, lo programable e intuitivo propio del paradigma digital cuenta con un nuevo aliado inesperado más allá de lo aleatorio y de la intervención humana.
Pero, como decíamos, Data Garden no están sólos. En ese cruce de caminos tan fructífero entre música, arte contemporáneo (visual y relacional o experiencial), ciencia y cultura popular están trabajando muchos otros. De hecho, los mismos responsables y fundadores de Data Garden, Alex Tyson y Joe Patitucci, han reconocido su deuda con gente como el pionero del arte biosensible, diseñador de ecosistemas y gurú del movimiento slow-tech Richard Lowenberg. Así como con otros pioneros que hace cuarenta años comenzaron a aplicar el bio-feedback en música y vídeo, tales como el británico John Lifton (autor, allá por 1975, de la experiencia Green Music donde se adelantaba a lo que ahora busca Data Garden con el Midi Sprout con un enjambre de aparatos analógicos y el ordenador Altair 8800), Tom Zahuranec que conectaba plantas y otras bio-señales a sintetizadores Tcherepnin o Buchla; el vídeo artista y videografista Jim Wiseman que las usaba con su sintetizador de vídeo Paik-Abe. Todos llegaron a colaborar en The Secret Life of Plants, el documental que adaptaba el libro del mismo nombre, aunque el montaje final apenas muestre imágenes de sus experimentos.
También les interesan autores como el singular y todavía muy activo Duncan Laurie , investigador británico de los límites de lo ciéntifico, promotor de la aplicación a la creación artística de la sonificación de las pequeñas descargas de vegetales y minerales, además de disciplinas sui generis como el Panpsiquismo (conciencia en todos los niveles de materia) o más cercanas a la magia que a lo científico como la Radiónica.
Asimismo, la londinense afincada en Los Angeles Mileece, fue una influencia para Data Garden desde que publicara su disco Formations en 2002, una notable suite de música ambient donde se aproximaba a la música generativa, las escalas microtonales. Mileece ha acabado por dedicarse a las instalaciones bio-electrónicas de arte sonoro con chelo, voz y plantas.
Como bien sintetizan Data Garden y su Midi Sprout, en el presente parece existir un enorme interés por todo esto de la música generada por las fluctuaciones bio-dinánimicas de las plantas, aprovechando lo fácil del acceso a las enormes posibilidades tecnológicas actuales. Por ejemplo, encontramos a la mexicana Leslie García y su interesantísimo proyecto artístico-ciéntifico Pulsu(m) Plantae. A partir de la noción de chaosmosis del filósofo francés Félix Guattari, Leslie García analiza empíricamente los mecanismos que utilizan las plantas para comunicarse y cómo sus propios procesos biológicos constituyen una manifestación de tal comunicación intangible en primera instancia para nuestros sentidos. Lo hace mediante una prótesis sonora diseñada por ella que obtiene datos de bio-feedback y (mediante programación con Pure Data y Arduino) traduce su lectura en una síntesis sonora que quiere ser una especie de “voz abstracta” de las plantas con las que se interactúa.
En el campo del arte aparecen más ejemplos de otros acercamientos a lo vegetal con el sonido como Peter Coffin, que propuso a una serie de músicos encerrarse en un pequeño invernadero con plantas a fin de que tocaran para ellas, intentando una comunicación. El doble CD recopilatorio Music For Plants, publicado por PerfectIfOn en 2005, fue en parte fruto de tales intervenciones aunque se agregaron otras piezas. En el disco uno encuentra temas de infinidad de músicos, desde Mice Parace a Ariel Pink, pasando por Deakin & Geologist de Animal Collective, Christian Marclay o una improvisación de Jutta Koether, Alan Licht y Tom Verlaine.
También está el dúo de artistas franceses Scenocosme, que emplea la conductividad de las plantas para convertirlas en instrumentos que se pueden tocar. O, de manera ya algo más alejada, el artista austriaco Bartholomäus Traubeck, que en su proyecto Years lee los anillos de secciones de diferentes árboles con una aguja para vinilo y convierte los datos de resistencia, grosor y tasa de crecimiento en un proceso generativo donde se asigna a una escala definida por el aspecto general de la madera (con el entorno de programación vvvv y Arduino) y que finalmente suena como música aleatoria de piano.
También parece haber músicos interesados. En la estela de lo que (ese apasionado conocedor del reino vegetal que fue) John Cage hacía con los cactus, están los que tocan vegetales buscando sus resonancias como el ingeniero y músico italiano Diego Stocco, que emplea los árboles vivos en su música de percusión. Y también los que usan en sus piezas las señales que emiten éstos de manera pura. Las experiencias de Michael Prime con hongos y demás ya tienen unos años. En L-Fields (2000), Prime mostraba las grabaciones de las fluctuaciones bioeléctricas híper amplificadas de tres plantas alucinógenas en sus ambientes respectivos: Cannabis sativa en Bruselas, un hongo Amanita muscaria en Honor Oak, y un cactus Lophophora williamsii (Peyote) en Orpington.
En fin, el campo abierto de la interacción con el reino vegetal y su ruido secreto está ahí afuera y propuestas como la de Data Garden parece ampliarlo y acercarlo o al menos trazar un croquis para llegar hasta varias de sus confluencias e intersecciones.
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