La trilogía de El padrino comienza con una pantalla en negro. Es el preámbulo de un largo viaje por el amor, el poder, la soledad, el desengaño y la muerte. La oscuridad se diluye poco a poco y, tras las palabras de un padre que implora justicia para su hija ultrajada, aparece el rostro de Vito Corleone, magistralmente interpretado por Marlon Brando. Con una voz áspera y susurrante, el capo mafioso acepta vengar el agravio, pero a cambio exige lealtad y respeto. Hasta que el padre suplicante besa su mano y le llama “padrino”, no se compromete a enviar a sus matones para que ajusten cuentas a los violadores.

Aunque Vito describe sus actividades ilegales como un simple negocio, asegurando que detrás de sus decisiones no hay nada personal, su insistencia en que le llamen “padrino” insinúa todo lo contrario. Al igual que los héroes de la Ilíada, su principal preocupación es que su nombre suscite admiración, temor y respeto. Gracias a décadas de extorsiones, favores y represalias, casi nadie se atreve a rechazar sus proposiciones.

Solo unos pocos cometen la temeridad de no complacerle, como ese productor de Hollywood que le niega un papel a Johnny Fontane, uno de sus protegidos. Su gesto le costará despertarse a media noche con la cama inundada por la sangre de su semental, un caballo valorado en 600.000 dólares, al que han decapitado para hacerle cambiar de opinión. Por supuesto, Johny Martino conseguirá el papel.

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Oriundo de Corleone, un pueblo de Sicilia, Vito se quedó huérfano con siete u ocho años. Don Ciccio, el jefe de la mafia local asesinó a sus padres y a su hermano mayor e intentó acabar con él para que no se vengara, pero no pudo impedir que una familia lo protegiera y le ayudara a escapar a Estados Unidos. Una confusión en la aduana hizo que Vito cambiara su apellido, Andolini, por el nombre de su pueblo natal. Aparentemente, el azar le convirtió en Vito Corleone, pero cuando le observamos contemplando la estatua de la libertad desde la habitación en que le han aislado para pasar la cuarentena de la viruela, experimentamos la sensación que el destino le ha asignado una nueva identidad para hacer algo que condicionará el porvenir de varias generaciones.

Ya de joven, Vito podría haberse conformado con ser un obrero en Hell’s Kitchen (la Cocina del Infierno), uno de los barrios más pobres de Nueva York, o un pequeño ratero, pero anhelaba mucho más. Al matar a Don Fanucci, el mafioso que aterrorizaba a sus vecinos, demostró que no tenía miedo a morir y que, por tanto, su destino no era la servidumbre, sino el dominio. Su ascenso a la cúspide de la mafia escenifica la dialéctica hegeliana del amo y del esclavo, pero no será él, sino su hijo Michael (Al Pacino) quien sufrirá la soledad reservada a los que llegan a la cima.

El ascenso de Vito Corleone a la cúspide de la mafia escenifica la dialéctica hegeliana del amo y del esclavo

Michael heredará esa lucha ciega por el poder que marcó la vida de su padre, pero su destino será más amargo, pues su mujer y sus hijos se apartarán de su lado, horrorizados por sus crímenes. Aplastar sin piedad a los rivales implica un coste. No es posible desatar un baño de sangre sin perder algo por el camino.

Vito nunca se desprenderá de ciertos valores, como el amor a la familia y a la comunidad italiana, lo cual preservará su humanidad. Su pragmatismo le alejará de las venganzas inútiles, pero Michael, que de joven no deseaba ser el nuevo “padrino”, sino un ciudadano honesto, acabará ignorando los lazos de sangre por culpa de la ira, lo cual le deshumanizará, condenándole a una dolorosa soledad. Rotos los vínculos afectivos y exento de principios, solo le quedará el poder, un cetro que inspira miedo, pero no amor.

Francis Ford Coppola contrató a Gordon Willis para ocuparse de la fotografía de las tres entregas de El padrino. Willis era conocido como “el príncipe de las tinieblas”, pues en sus trabajos concedía un enorme protagonismo a las zonas oscuras y los negros intensos. En El padrino, empleó un foco cenital y una tenue iluminación frontal para obtener una sensación de profundidad al filmar a los personajes, evitando que parecieran figuras planas absorbidas por un fondo negro. Simultáneamente, unos focos adicionales iluminan los planos secundarios, destacando algunos objetos.

Con esta combinación, los fotogramas parecen lienzos tenebristas, con fuertes contrastes de luz y sombra. Ese efecto se agudizó al eludir el rostro completo. Al dejar una parte sumida en la negrura, comprendemos que el poder siempre se gesta y ejerce desde la penumbra. La cuidadosa selección de colores, que salpica la pantalla de tonos marrones, grises y amarillos, refuerza esa impresión. Los interiores, con sus atmósferas cargadas y sus inquietantes claroscuros, nos enseñan que el poder real nunca es nítido, sino deliberadamente íntimo y secreto. Los políticos se exhiben, pero solo son las marionetas de grupos que se esconden, pues saben que la exposición al escrutinio público podría destruirlos.

Michael Corleone acabará ignorando los lazos de sangre por culpa de la ira, lo cual le deshumanizará

Michael aprenderá estas cosas poco a poco. Será un aprendizaje con un alto peaje. Ser el nuevo “Don” destruirá su humanidad. Al comienzo de la trilogía, Michael confiesa a su novia, Kay (Diane Keaton), que su familia desempeña un importante papel en el mundo del crimen organizado. No quiere seguir sus pasos y, de hecho, se alistó en los marines cuando bombardearon Pearl Harbor para luchar en el Pacífico. Condecorado por su valor, estudió en Dartmouth College, una prestigiosa universidad privada, donde conoció a Kay. Su intención es casarse con ella y llevar una vida normal.

Asiste de uniforme a la boda de su hermana Connie (Talia Shire). No es una elección casual, sino deliberada. Quiere diferenciarse del resto de su familia, dejar bien claro que es un americano intachable y ejemplar. Esa aspiración comenzará a desmoronarse con el intento de asesinato de su padre. Dado que Virgil “El Turco” Sollozzo (Al Lettieri) y el capitán McCluskey (Sterling Hayden), responsables del atentado, no cesan de conspirar contra Vito Corleone, asumirá la desagradable tarea de liquidarlos.

Su experiencia como soldado le proporcionará el aplomo necesario para disparar contra ellos a sangre fría. Sus escrúpulos morales desaparecerán gracias a la certeza de que Sollozzo nunca renunciará a matar a su padre. Michael aún obra racionalmente. Su objetivo no es el poder absoluto, sino la protección de sus seres queridos.

Tras el doble crimen, no le queda otra alternativa que esconderse en Sicilia durante un año. Allí conoce a una hermosa joven, Apollonia, y se casa con ella, pero sus enemigos le localizan y colocan una bomba en su automóvil, matando a su esposa. Al regresar a Estados Unidos, el asesinato de Sonny (James Caan), su hermano mayor, añadirá más sufrimiento y traerá un nuevo problema: la necesidad de hallar un sucesor, un nuevo “Don” que continúe la labor de su padre. Todos saben que Michael es el más indicado.

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En una emotiva conversación, don Vito confiesa a su hijo pequeño que tenía otros planes para él. Esperaba que llegara a ser senador, un hombre respetable e influyente, pero el destino ha querido que ocupe su lugar. Tras la muerte de su padre, Michael asumirá el poder y su primera decisión será liquidar a los capos mafiosos que se han enfrentado a su familia. Su venganza se extenderá a su cuñado Carlo, implicado en el asesinato de Sonny. Más tarde, ordenará el asesinato de su hermano Fredo (John Cazale), tras descubrir que se había involucrado en una conspiración para asesinarle.

Vito Corleone no habría dado ese paso. Su apego a la familia se lo habría impedido. Desde sus inicios, observará una ética elemental. Su poder no se cimentará tan solo en el miedo. A diferencia de Fanucci, protegerá a los vecinos del barrio, frenando ciertos abusos. Cuando un casero desalmado intenta desahuciar a una viuda, habla con él y le paga por anticipado seis meses de alquiler. Tras averiguar quién es, el casero acude a su oficina aterrorizado, devolviéndole el dinero y bajando el alquiler a la mitad.

Michael no hace favores. Sus donaciones a universidades privadas o a la iglesia católica son intercambios disimulados. Nunca actúa de forma altruista. Al igual que su padre, no es mujeriego, pero su actitud ante el sexo no es fruto de convicciones morales. Simplemente, su ambición de poder ha desplazado al apetito sexual. Al final de su vida, solo le queda el afecto interesado de su sobrino Vincent Mancini (Andy García), hijo ilegítimo de Sonny. Vincent heredará su trono, pero el precio será otra vez la soledad, pues tendrá que renunciar a su amor por Mary (Sofia Coppola), hija de Michael.

Es imposible ser uno de los jefes de la mafia y contar con afectos sinceros. El poder absoluto implica reducir a los otros a la condición de siervos y el reconocimiento que nos humaniza solo puede proceder de un igual. Infundir miedo conduce al aislamiento. El dominio del que habla Hegel y que Alexandre Kojève identificó con la situación del Amo produce un efecto disolvente. La identidad solo puede forjarse con relaciones simétricas. La hegemonía sobre los otros, reducidos a esclavos, provoca una degradación del yo, encapsulado en un baluarte de privilegios.

La trilogía de 'El padrino' se basa en la idea de que la mafia solo es un pleonasmo de la política

Michael Corleone es una figura trágica porque parece predestinado a la soledad. Cuando comunica a su familia que se ha alistado, únicamente cosecha rechazos. Sonny intenta agredirle, recordándole las enseñanzas de su padre, según el cual solo hay que sacrificarse por la familia y no por extraños. Únicamente Fredo apoya su decisión. No es una casualidad, pues él también vulnerará el código de la familia, traicionando a su propio hermano. La soledad de Michael tras alistarse apenas difiere del aislamiento que sufrirá a causa del poder acumulado. Su muerte en un jardín, sin otra compañía que un perrito, es el previsible desenlace de un largo viaje tejido por el destino al margen de su voluntad.

La trilogía de El padrino se basa en la idea de que la mafia solo es un pleonasmo de la política. Es una teoría falsa, pues la política es un espacio de debate entre ciudadanos libres y la mafia no tolera la libertad ni el debate. El crimen organizado no es política, sino una forma de totalitarismo, pues su meta es el poder absoluto. La muerte de Stalin, que se desplomó en su despacho y no recibió ninguna atención hasta que pasaron varias horas por el miedo de sus subordinados a despertar su ira, muestra cierto parecido con el fin de Michael Corleone, que muere como un perro, con el rostro aplastado contra el suelo.

No es cierto que “la vida solo sea voluntad de poder”, como dijo Nietzsche, pero sí parece indiscutible que el poder absoluto destruye la vida, abocando a una estéril soledad.