Un fotograma de la serie 'Ghosts of Beirut'

Un fotograma de la serie 'Ghosts of Beirut'

En plan serie

Series para el verano: el inventor de los atentados suicidas y un traficante de seres humanos

'Ghosts of Beirut' y 'Castigo' tienen formatos especialmente apetecibles: una breve y absorbente miniserie (4 episodios) y una impactante serie de antología (6 episodios)

22 julio, 2023 02:54

Hay formatos especialmente apetecibles en estos periodos de ocio en los que el tiempo que dedicamos a la televisión se reduce en beneficio del ocio exterior. Así que pensando en aquellos que están disfrutando de unas benditas vacaciones, dedicaremos este post a una breve y absorbente miniserie (4 episodios) y a una impactante serie de antología (6 episodios).

Que la miniserie es el formato que se ha impuesto tras la llegada de las plataformas no se le escapa a nadie. Que su proliferación sea sinónimo de calidad ya es otro cantar. Eso sí, tienen una ventaja sobre las series: una vez se acaban, no vuelven (algo que uno agradece si son de las que te invitan a autolesionarte mientras las ves). En una plataforma relativamente nueva como Sky Showtime podéis encontrar un buen puñado de viejos buenos ejemplos (Fuga en Dannemora) y de novedades absolutamente prescindibles (El índice del miedo).

Aquí, tanto por su brevedad como por su intensidad, nos quedaremos con Ghosts of Beirut, título que apenas les quitará tiempo de esparcimiento, aunque quizá, en alguna ocasión, les robe el aliento como si estuviesen haciendo trekking a 4.000 metros o se viesen obligados a correr los cien metros lisos, cerveza en mano, porque se les quema la barbacoa.

La otra sugerencia de la semana, siempre con el radar puesto en el escaso tiempo libre que les dejan los chapoteos, los chiringuitos y las verbenas, la trae Filmin. Nos referimos a la producción alemana Castigo, una serie de antología basada en los relatos de Ferdinand von Schirach que puede verse como a uno le dé la real gana. Más allá de la unión temática entre los episodios, su visionado no exige un orden, puesto que son historias totalmente independientes. De ese modo, uno no se encuentra atado por las leyes de la continuidad y puede disfrutar de este black mirror de la jurisprudencia a su antojo.

Ghosts of Beirut: el inventor del terrorismo moderno

Greg Barker, Avi Issacharoff & Lior Raz (2023 /SkyShowTime)

Dos de los creadores de Fauda y el documentalista Greg Barker, director de los cuatro episodios, facturan lo que podríamos denominar un biopic de acción, puesto que, partiendo de una exhaustiva recolección de datos, reconstruyen la posible vida de Imad Mugniyeh (Amir Khoury/Hisham Suliman), activista de origen libanés, miembro destacado de Hezbolá y, muy probablemente (o al menos eso se desprende de la serie), inventor del terrorismo moderno. Con poco más de 20 años tuvo la idea de promover los atentados suicidas. El primero se produjo en la ciudad libanesa de Tiro.

Fue un ataque contra el cuartel general de las fuerzas de defensa israelíes. Un Peugeot cargado de explosivos y conducido por Ahmad Qasir, de 17 años, se estampó contra el edificio y causó más de 160 muertos. La violenta respuesta obedecía a la invasión israelí del Líbano, así como al apoyo que organizaciones paramilitares de origen chií como Hezbolá recibieron del gobierno iraní comandado por el ayatolá Jomeini.

A partir de ahí, Mugniyeh, también conocido como Radwan, El padre del humo o El fantasma, se convirtió en un mercenario de la causa islamista. A él se le atribuyen un reguero de atentados entre los que figuran el de la embajada de Estados Unidos en Beirut en 1983, el secuestro de un avión de la Kuwait Airways (1985) y del vuelo de la TWA entre Atenas y Roma en 1995 o las explosiones en la embajada israelí de Buenos Aires (1992) y en la Mutua Judía de la capital argentina, entre otros.

En todo caso, y más allá del evidente posicionamiento político de la serie, lo interesante de Ghosts of Beirut pasa, primero, por no renunciar al apoyo documental, incluyendo breves porciones de entrevistas a periodistas y a distintos miembros de la inteligencia norteamericana e israelí que, de uno u otro modo, participaron de los hechos. Testimonios que pretenden no solo barnizar la historia con el color de lo real, sino también evidenciar el arduo trabajo de reconstrucción archivística que ya se anuncia en los créditos iniciales (“this is a fictional account of deeply researched events”).

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El otro punto llamativo de esta producción de Showtime radica en su estructura. Estamos ante una serie con prota-antagonista. Dicho de otro modo, mientras que Radwan permanece -su carrera terrorista se extendió hasta 2008- sus adversarios cambian continuamente: desde Lena Asayran (Dina Shihabi), la agente de la CIA que le sigue los pasos en 2007, y su colega (a la fuerza) israelí Teddy (Iddo Goldberg), a sus antecesores Robert Ames (Dermot Mulroney) y Chet Riley (Rafi Gavron).

Eso nos lleva a un ordenamiento en dos líneas temporales, la primera situada en 2007, momento en el que la CIA y el Mossad unen sus fuerzas para acabar con ‘El fantasma’, al que tienen localizado en Damasco, y una segunda que arranca en 1982 y de desplaza linealmente hasta el secuestro y asesinato del máximo responsable de la agencia de inteligencia norteamericana en Beirut, William Buckley (Garret Dillahunt), y a la posterior contraofensiva estadounidense que consistió en detonar una bomba junto a una mezquita en un barrio chií de la capital libanesa, causando 60 muertos y centenares de heridos. La detonación se produjo a la hora del rezo y, según la serie, Radwan figuraba entre los asistentes.

Cualquier seguidor de Fauda (Avi Issacharoff & Lior Raz, 2015-?) o de otras propuestas más recientes de la teleficción israelí como Red Skies (Daniel Amsel, Amit Cohen & Ron Leshem, 2023), todavía inédita en España, sabe que la gestión de la tensión en este tipo de producciones es fundamental para mantener al público alerta y Ghosts of Beirut no es una excepción. En su último episodio, a la dilatación temporal de las secuencias climáticas y a una operación contrarreloj que ha de completarse el día D a la hora señalada, se suma un elegante uso de la distancia que evita convertir una ejecución en un espectáculo.

Desde una perspectiva geopolítica, la serie explica con bastante claridad el zeitgeist del momento, las distintas alianzas, desviaciones y motivaciones que rodean el inacabable conflicto que zarandea el Oriente Medio -eso sí, la serie deja claro en su cuarto episodio que, cuando el Mossad interviene, procura causar el menor número de bajas civiles posible, no como los otros (!).

Menos convincente resulta el fulgurante romance entre Imad y Wafa (Zineb Triki), debilidad amorosa que a la postre terminará condenándolo. Flojea ese apartado del guion no porque aquel amorío no se diese en la realidad -eso es irrelevante- sino porque en la ficción ocurre tan rápido que termina por contradecir la psicología de un personaje que supo evitar a todas las agencias de seguridad del mundo durante 25 años gracias a su cautela. A ese amor otoñal le faltan minutos de metraje para resultar verosímil.

Castigo: no es bueno que el hombre este solo

VV.AA. (2022, Filmin)

Seis directores de muy distinto pelaje se enfrentan a la adaptación de otros tantos relatos cortos del abogado y escritor Ferdinand von Schirach. Por más que cada episodio se pueda ver de manera independiente y sin importar el orden, todos comparten un puñado de características que van más allá de su vinculación, total o parcial, con el drama legal. Existe, de entrada, una preferencia por los protagonistas solitarios, apartados de uno u otro modo de las corrientes mayoritarias que mueven la sociedad (una soledad que traerá funestas consecuencias).

Ahí tenemos al tímido vigilante de museos de La espina (Hüseyin Tabak), atrapado por una rutina enfermiza, alguien que ve cómo pasa el tiempo para todo el mundo (y para todas las cosas) menos para él. O al aislado sesentón que protagoniza La casa del lago (Patrick Vollrath), un remanso de paz que amenaza con ser destruido por una nueva urbanización que se levantará en el terreno colindante. Otro hombre aferrado al conservacionismo, metódico y escrupuloso, capaz de cualquier cosa para mantener las cosas tal y como están.

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Aunque sean protagonistas por omisión y el peso de la narración recaiga en las mujeres, los hombres de Un día de azul claro (David Wnendt) y El buzo (Oliver Hirschbiegel) son otros dos prototipos de masculinidades desviadas (y apartadas). El primero, por su fehaciente incapacidad para ejercer la paternidad y el segundo por sus parafilias sexuales, ambos marcados por sus respectivos entornos, la vida balanceándose sobre el umbral de la pobreza en el capítulo dirigido por Wnent y la inflexible religiosidad que ordena la comunidad que describe el autor de El hundimiento (2004).

Y cuando no hablamos de esos hombres-islote, lo haremos de tipos que se rebozan a diario en la harina de la mediocridad o en el lodo del aprovechamiento (todos los hombres de El jurado) o, directamente, en la laguna oscura de la amoralidad y el crimen (el traficante de personas de Subtonik y el jefe del despacho de abogados que lo representa).

Otro rasgo común lo encontramos en la constante alteración del tiempo, ya sea mediante ostensibles elipsis (El jurado, La espina, El buzo), empleando flashforwards (el inicio de La casa del lago), fragmentando el relato (Subotnik) o apelando a la narración in extrema res como sucede en Un día azul claro, donde la condena de una madre por la muerte de su bebé se nos cuenta en orden cronológico inverso de manera que, de una parte, desconocemos quién ha sido el culpable (real) del homicidio y, de otra parte y al igual que sucedía en Irreversible (Gaspar Noé, 2002), la oscuridad que envuelve toda la trama se abre en el tramo final para dejar paso a la luz.

Un fotograma de la serie 'Castigo'

Un fotograma de la serie 'Castigo'

Con todo, y pese a las lógicas irregularidades de un conjunto que va desde los arteros trucos de guion de El buzo, con el fetichismo sexual asociado a la muerte, a los apuntes kafkianos de La espina, pasando por el esquinado retrato de la toxicidad masculina de El jurado (un padre promiscuo, un político tonto, un novio únicamente interesado en el sexo, un uxoricida), solo por la presencia de Subotnik (Helene Hegemann) esta producción de Moovie ya vale la pena.

Asistimos aquí al ingreso de una abogada de origen turco en un prestigioso bufete. Tiene descaro y sabe apagar el interruptor de la ética cuando tiene que ejercer su profesión, así que no pone reparos cuando en su primer caso le toca defender a un traficante de seres humanos que, además, tiene ciertos vínculos con el jefe de su despacho. Sin embargo, la narración se bifurca para dar cuenta de la otra protagonista de la historia, la única testigo del caso, una mujer rumana, violada, maltratada y vejada por el acusado -hasta el punto de perder un ojo- que regresa desde su país de origen para testificar.

Si las tipologías femeninas que presenta Hegemann ya merecen un estudio aparte (verbigracia, la abogada: hija de emigrantes, con necesidad de demostrar su valía, sometida por las jerarquías de un sistema implacable y masculinizado, consumidora de prostitución femenina) y el final del episodio resulta tan lógico como descorazonador, toda la declaración de la víctima (apabullante Cosmina Stratan) es un monumento a la dignidad.

Tanto es así que, por momentos, uno se acuerda de Saint-Omer (Alice Diop, 2022). Y lo es porque la directora de Axolotl Overkill (2017) recurre a la toma larga, el recuerdo de esos episodios vejatorios atravesándola como una procesión interior y macabra.

También porque, en lugar de optar por el subtitulado, prefiere duplicar sus declaraciones originales (en rumano) incluyendo un traductor, un tipo corriente que se erige en epítome de la ciudadanía, de esos hombres y mujeres que comprenden el dolor de Vica viéndola y que después se ven doblemente agredidos por la violencia de la traducción, las palabras dando forma a aquel horror solo intuido (una tortura duplicada que a su vez refleja el doble calvario por el que han de pasar las víctimas cuando se enfrentan a un proceso en el que deben rememorar sus traumas). En ese pasaje, donde caben todo el dolor y toda la dignidad del mundo, hay cine de muchos quilates. Cortesía de Helene Hegemann.

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