Una mezcla entre Atrápame si puedes (Steven Spielberg, 2002) y Transparent (Joey Soloway, 2014-2019). Ese es el mejor tagline que se me ocurre para definir The Lady and the Dale, aunque ya llegue tardísimo para que HBO coloque la frase en el cartel promocional porque esta miniserie documental de cuatro episodios se estrenó el pasado enero y hablar de ella en septiembre contraviene el signo de los tiempos y las leyes de la mercadotecnia. 

Anyway…

A mediados de la década de los años 70, el nombre de Liz Carmichael se hizo familiar para unos cuantos miles de estadounidenses. En plena crisis del petróleo, aquella mujer grandota y decidida había conseguido que un buen puñado de inversores creyera en su proyecto: fabricar un coche de tres ruedas con un bajísimo consumo de combustible cuyas cifras se alejaban inmoderadamente de los litros que quemaban los modelos fabricados por las grandes firmas automovilísticas radicadas en Detroit. La producción en serie de aquel prototipo que parecía una flecha amarilla podía suponer toda una revolución dentro de la industria del automóvil. 

Pero ¿qué había detrás de aquella rompedora iniciativa? Y, sobre todo, ¿de dónde había salido Liz Carmichael? El documental que firman Nick Cammilleri y Zackary Drucker explora en orden cronológico la controvertida biografía de su protagonista, alguien que nació con el nombre de Jerry Dean Michael, que tuvo tres matrimonios y cinco hijos, que fue falsificador y contrabandista de armas (estuvo detenido en la Cuba de Batista): alguien que podría haber pasado por el hermano gemelo de Frank W. Abagnale

The Lady and the Dale: Official Trailer | HBO

Su transición no vino acompañada de un cambio en su conducta. Se casó por tercera vez, ahora con Vivian Barrett, con la que tuvo cinco hijos. Fue detenido por falsificación de moneda en Los Ángeles y, tras pagar la fianza, huyó junto con toda su familia adoptando un modo de vida similar al de los Fox de La costa de los mosquitos (Peter Weir, 1986) o al de los Pope de Un lugar en ninguna parte (Sidney Lumet, 1988). A finales de los 60 inició su proceso de transición y adoptó el nombre de Liz Carmichael. Tras conocer a Dale Clifft en el United Stats Marketig Institute en el que ambos trabajaban, decidieron formar la compañía Twentieth Century Motor Car Corporation para desarrollar el vehículo de bajo consumo que Clifft había diseñado (no olvidemos que Liz llevaba desde el 61 huida de la justicia). Después vinieron la atención mediática, el cobro de adelantos por coches que se entregarían en el futuro cuando todavía no tenían siquiera licencia de fabricación o la venta de stock sin permisos. Detrás de Dale solo había un robo a gran escala, una estafa mayúscula llevada a cabo por una mujer con un talento para el embaucamiento digno de Bernie Madoff. El resto de su vida no es menos tranquila que lo expuesto hasta este momento, pero recapitular los cuatro episodios no es tarea de este blog. Para eso ya está la serie (o artículos como este de Vanity Fair).

Sin embargo, lo que hace interesante The Lady and the Dale no es solo la odisea criminal de su figura principal, sino esa extravagante combinación entre la peripecia delictiva y la reivindicación trans empleando como representante a alguien que dista de ser un ejemplo de conducta. La gracia -y el valor- están en la imperfección del modelo elegido porque, en definitiva, lo que se busca es que este tipo de historias no queden silenciadas, que nos preguntemos por qué muchísima gente sabe quién es Frank W. Abagnale mientras que el nombre de Liz Carmichael solo era conocido por algunos expertos en trans history

Más allá de la fascinación que provoca esta historia que tanto recuerda a otras como las de Elizabeth Holmes (ver The Inventor: Out For Blood In Silicon Valley también en HBO) o Billy McFarland (ver Fyre Fraud), tan frecuentes en un país que no se cansa de vender que en el interior de sus fronteras todo es posible sin importar quien seas ni de donde vengas, lo relevante aquí es que no se ha buscado un paradigma de éxito para empaquetar una ejemplar hagiografía, sino a un personaje repleto de contradicciones, a una mentirosa compulsiva con dejes sociopáticos devota de Ayn Rand que logró mantener unida a su familia y de la que sus descendientes hablan maravillas a pesar de sus numerosos errores; se buscó a alguien que, además, sufrió graves agresiones cuando estuvo en la cárcel y a la que no se le permitió pasar su reclusión en una penitenciaria para mujeres. 

¿Cómo encarar un retrato con tantas aristas, lleno de afirmaciones que se desmienten con asombrosa inmediatez y que muestra actitudes difícilmente justificables? Pese a que The Lady and the Dale maneja el archivo y las entrevistas a familiares, investigadores y ex colaboradores de Carmichael de un modo cercano al reportaje, su valor estético se encuentra en el uso del collage para dramatizar todos aquellos sucesos -y son muchos- de los que no se tienen imágenes. Siendo cierto que el recurso se torna cargante en algunos momentos y que su excesiva mímesis con lo expresado por la voice over lo anula parcialmente, se antoja una opción interesante en tanto en cuanto trata de desentrañar la idiosincrasia de un personaje hecho de retazos; entre emprendedora visionaria y vendedor de crecepelo, entre padre a la fuga (abandonó a cinco hijos) y madre coraje, entre adalid libertaria y egomaníaca desenfrenada. Elegir ese tipo de animación para dar cuenta de tan ruinosa epopeya se adivina como un acierto, principalmente porque no nos encontramos ante un relato unívoco: existen versiones contradictorias de los mismos hechos, los delitos cometidos por Carmichael no ocultan que existió una persecución mediática, encabezada por el periodista Dick Carlson, motivada por su condición de transgénero (y ampliable a mujeres como la tenista René Richards), algunos de los intervinientes apuntan que su cambio de género no fue más que otra estrategia para escapar de las autoridades, el coche fue un fraude pero los ingenieros que trabajaron en él creían en el proyecto…

Hemos citado Transparent en la primera línea de esta entrada. La serie creada por Joey Soloway tiene varios puntos en común con The Lady and the Dale. En primer lugar, la visibilización de la comunidad trans y el reflejo de una variopinta casuística que se aparta de los clichés forjados a lo largo del tiempo desde perspectivas que no contaban con la aportación de los interesados, visiones, por lo tanto, sesgadas y excluyentes. También coinciden en mostrar la cotidianeidad de familias con integrantes transgénero sin esconder sus problemáticas, pero también reflejando que, como en la mayoría de las otras casas del planeta, se dan espacios para el amor y la comprensión. La ausencia de dogmatismo no resta a ninguna de las dos propuestas ni un ápice de su potencial reivindicativo, antes al contrario, las eleva como paradigmas de ficción y documental, respectivamente, que tratan de lanzar una batería de preguntas que muchos de nosotros no nos hemos planteado en la vida. Que den respuestas es lo de menos.

No es casual, por lo tanto, que detrás de la miniserie de HBO estén los hermanos Duplass como productores ejecutivos (Jay Duplass interpretaba a Josh Pfefferman en la serie de Soloway) y que Zackary Drucker, productora de Transparent, de This Is Me y mujer trans, ejerza como codirectora de esta docuserie que sí, se estrenó en enero, pero quizá a muchos de ustedes, como a mí hasta ahora, se les haya pasado por alto. Salden su deuda, dudo que se arrepientan. 

@EnricAlbero