Mala jugada, Ortega
El dictador nicaragüense ha arrebatado la nacionalidad a los escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli, traicionando los principios mismos del sandinismo
El dictador nicaragüense Daniel Ortega, amparado en la ilegalidad de la que hace gala cada vez que respira, ha arrebatado la nacionalidad nicaragüense a los escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli, y a otros trescientos ciudadanos honrados (conozco a bastantes y lo sé), declarándolos traidores a la patria y robándoles todas sus propiedades en Nicaragua. Nada nuevo bajo el sol si hablamos de quien hablamos, de un sátrapa sin límites a quien es imposible describir con honestidad sin insultarlo: dictador, tirano, ladrón, violador, canalla, cobarde, asesino, sátrapa otra vez, y cuantos adjetivos y sustantivos denigratorios ustedes quieran; todos le caben en un dedo.
El dictador Ortega ha cometido un gran error: ha ordenado una mala jugada y ha profanado, una vez más, el sentido sandinista de la vida. Traidores a la patria, dice y proclama. Mejor se leyera con calma, si eso le fuera posible, el poema de José Emilio Pacheco titulado así, “Traidor a la patria”, para que aprendiera de una vez que la nacionalidad real va en el alma, en lo más profundo del alma, y se sigue desarrollando, incluso más de lo normal, cada día en la lejanía y en el mundo entero. Que se entere: la nacionalidad no es más que eso, la honestidad de saber estar y ser en el mundo, dentro y fuera de su país, llevándolo en miles de actitudes que felizmente lo delatan y describen cómo es.
Mala jugada, Ortega. Ya hay más de diez países en América y en Europa que le han ofrecido los papeles de la nacionalidad a los encartados por Ortega en esta canallada que va más allá de todo.
Según el doctor Samuel Johnson, “la patria es el último refugio de los canallas”. Ambrose Bierce lo corrige debidamente en su Diccionario del diablo explicando que “no es el último refugio sino el primero”. En ese infierno está el tirano Ortega, que usa de la “patria” no sólo como si fuera suya, sino como si él y su satrapía fueran la patria nicaragüense.
En una conversación con Sergio Ramírez y Rubén Gallo de hace unos meses en Nueva York, en un agradable almuerzo en un genuino restaurante chino en Chinatown, le confesé al novelista nicaragüense que, desde el principio del sandinismo, sospeché de algunos comandantes de aquel triunfo de libertades porque respiraban autoritarismo y ambición de poder absoluto. Le di dos nombres: Daniel Ortega y Tomás Borge, y me guardé otros no tan importantes. No me equivoqué. Los traidores a Nicaragua son ellos, los que han fraguado este régimen que condena al pueblo a vivir sin libertades, que abusa todos los días del poder y que, sobre todo, traiciona los principios mismos del sandinismo desde casi el primer día de su mandato presidencial.
Mala jugada, Ortega. Atreverse a lo peor, no sólo a quitarle a un ciudadano honrado y cabal la libertad de ser lo que es, da malos resultados. Es un bumerán seguro que tarde o temprano vendrá a castigar al criminal. Eso, estoy también seguro, le pasará a Ortega. Tratando de ampararse todavía en la patria y en Sandino, este crápula del poder, este bruto animal de la autoridad absoluta, busca amedrentar a su pueblo, que ya no es suyo, y a las personalidades relevantes y honestas de su país que creen y luchan por un país libre y completo, tal como Sandino habría querido.
Si leemos los libros de Gioconda Belli y Sergio Ramírez nos daremos cuenta inmediatamente de que son lo que son, ciudadanos nicaragüenses que escriben en el español de Nicaragua. Los dos son escritores que lucharon por derrocar a Somoza, uno en el exilio y Gioconda Belli en los frentes de batalla y vestida con el uniforme sandinista.
Y ahora, ¿quiénes son Sandino y quién Somoza? Porque Daniel Ortega ya va camino de convertirse en un somocista de los grandes, con todas las características de Somoza y con todos los abusos del viejo dictador. A Ortega, cada vez más arrinconado y desnaturalizado, no le queda nada del sandinista de ayer, aunque siga utilizando las prédicas de Sandino y la palabra patria, que le llena la boca de basura y oprobio.
¿Qué diría en estas circunstancias Rubén Darío, tan utilizado por estos falsos sandinistas? Supongo que lo que yo estoy escribiendo, o algo muy parecido, aunque con palabras y versos modernistas como conviene a uno de los poetas mayores de la lengua española en América y en España.
Escribo desde Madrid, en la libertad de una tarde soleada y después de hablar con Sergio Ramírez sobre este asunto y otros muchos. Antes me había escrito, hace unos días, cuando se dio al mundo la noticia de esta canallada, afirmando que “necesitaba de su patria”. La tienes, Sergio: tú eres Nicaragua. La tiene Gioconda Belli. La tiene Chamorro y los otros trescientos damnificados por el crimen de Ortega. La tienen todos los que con honestidad de ciudadanos y con la fe en la libertad luchan desde dentro y desde fuera del país por conseguir librarse de la dictadura orteguiana. Por esto estoy seguro de lo que digo: mala jugada, Ortega, mala jugada.