Rubén Darío

Rubén Darío

A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Poetas

No leen y quieren a toda costa que se les lea; que se hable de ellos, de esos sus poemas que no son poemas

4 septiembre, 2019 12:39

Algún amigo cercano me reprocha que no lea la "necesaria" poesía de hoy; que no me "enriquezca" con la lectura de tanta poesía como hoy está a nuestra disposición. Me reprocha que lea tanta novela mala y me entretenga en discutir sobre ellas, y que mi curiosidad intelectual se distraiga en leer textos narrativos que no valen nada. Y a veces me pasa eso: hoy todo el mundo se ha puesto a escribir novela sin saber lo que es una novela. Incluso algunos de ellos llegan a la nube de la fama literaria sin saber qué es una novela, aunque hayan ya escrito varias que gozan de quienes por aquí organizan inútilmente los cánones literarios.

Lo siento mucho, pero en esas discusiones suelo traer en mi defensa mi lectura de Whitman o de Baudelaire, y para chulear un poco saco a Catulo por el lado que menos se esperan mientras libamos las mieles de la discusión literaria. Una vez me preguntaron quién era para mí el poeta más importante de la historia literaria de América Latina. Dije que Rubén, aunque me daba mala conciencia no decir que Vallejo. Dije que Rubén porque Darío lleva encima la bien ganada fama de haber recorrido el cuello de la poesía en lengua española y haberle otorgado otras siete vidas durante más de un siglo. Pero podría, considerando en frío, haber afirmado que era César Vallejo, porque su influencia en la poesía de nuestra lengua es tan grande como la de Darío. "Para la historia de la literatura es más importante Darío", dijo el sabio José Esteban. Y yo guardé un prudente silencio. Alguien en esa reunión citó a Neruda y terminamos en Juan Ramón Jiménez y su animal de fondo.

A veces, mis amigos y yo discutimos de poesía. Alguno de ellos me cita a poetas, ellos y ellas, que no he leído y que apenas han publicado (cuando no autoeditado) un par de libros de poemas que, por ser misericordioso, se nota desde el principio que no van a pasar a la historia de la literatura española.

Hay hoy poetas insistentes, intensos en su aparente vocación, enloquecidos con su obra, textos poéticos llenos de cursilería y lugares comunes, esplendorosos en la elección de la palabra exacta que ellos creen que nunca ha sido nombrada en poesía. Lo creen así porque han entrado en la poesía sin leer poesía suficiente, sin saborear durante años el respeto por los grandes poetas. Hay quien ni siquiera ha leído a Borges y escribe en español poemas que podían haberse evitado, evitado quiero decir escribirlos y leerlos, claro. Hoy hay quinientos poetas en cada esquina de cada ciudad, en cada calle de cada barrio de nuestro mundo en lengua española; poetas que beben y no leen poesía, y alguno de mis amigos quieren que yo entré en la lectura de ese lumpen intelectual, que me sumé, cada vez que intento ese disparate, en un cabreo que tardó en quitarme de encima más de la cuenta.

"Es la lectura, imbécil": esto es lo que yo le diría a tantos poetas que se matan de gloria en los "lloraremos" en los que convierten el bar de sus quejas. Porque encima se quejan: quieren que la sociedad les haga caso, cuando nunca en la vida un poeta ha sido nada en ninguna sociedad, sobre todo antes de escribirla, describirla y destruirla poéticamente, además de dibujarla con palabras tan poco usadas en el lugar exacto del poeta. "Las palabras las tengo, lo que no tengo es el orden". Esto creo que lo han dicho varios poetas, atribuyéndose el haberlo dicho por primera vez. Yo sé lo escuché a Octavio Paz una noche de tragos en el Hotel Palace, una noche llena de brillantez poética y sarcasmo intelectual por el poeta mexicano: diría una noche inolvidable, y a alguien le parecería que estoy diciendo otra cosa, aunque no diga sino lo que digo, en el texto y en el contacto, que es lo mismo no más que diferente.

Y vuelvo a muchos poetas de hoy: lean antes de declararse poetas, antes de declararle la guerra al mundo y la vida que no conocen porque no han leído lo suficiente. Eché una vez de mi casa a un joven esperpéntico que cuando le pregunté por sus lecturas me respondió con la soberbia del idiota: "Yo no leo, yo escribo". Le serví una ginebra más, la de la despedida (o la del estribo) y lo puse en la calle, planchadito y descompuesto. Digo todo esto porque este verano he leído, siempre en las redes sociales, poemas que no son poemas, aunque sus autoras (y autores) aseguren lo contrario: cursilerías que suenan a broma, versos perfectamente olvidables, libros enteros que nacen para nada, en un esfuerzo inútil, buscando el paraíso artificial de una crítica que les aplauda. No leen y quieren a toda costa que se les lea; que se hable de ellos, de esos sus poemas que no son poemas, de esos gatuperios de esta gente que no lee pero escribe, sin saber que que si no se ha leído antes toda la poesía del mundo tratar de entrar en la poesía es completamente inútil.

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