Image: El frenético año en el que cayó el muro

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Exposiciones

El frenético año en el que cayó el muro

8 marzo, 2019 01:00

Harun Farocki: Videograms of a Revolution , 1989

1989. El fin del siglo XX. IVAM. Guillem de Castro, 118. Valencia. Comisarios: Sandra Moros y Sergio Rubira. Hasta el 19 de mayo

1989. El fin del siglo XX conmemora treinta años de historia del IVAM de Valencia, emblemático en España por ser uno de los primeros museos de arte contemporáneo que abrían sus puertas y que tuvo una particular proyección internacional, especialmente durante su primera década de funcionamiento. Partiendo de su año de inauguración en 1989, la muestra extiende la mirada sobre un tiempo complejo en el que se produjeron acontecimientos que determinaron la deriva de la política y la economía mundial, llevando consigo profundas transformaciones sociales. La caída del muro de Berlín, la globalización, el neoliberalismo, el afianzamiento del capitalismo voraz, el SIDA, las luchas feministas, etc., son parte de los asuntos que la exposición compendia en un calendario frenético en el que a duras penas hay respiro. Con ese objetivo y echando mano de obras producidas en 1989 -alrededor de 200 de 80 artistas-, el discurso recorre múltiples asuntos que van de los grandes temas a otros más menores, silenciados.

Una muestra sobre un año que marcó los cambios sociales que vinieron después. obliga a volver, y a verla cada vez de otro modo

Es una de las muestras colectivas más interesantes organizadas en el IVAM en los últimos años, y eso que no es fácil centrarse, en exclusiva, en una fecha tan señalada y condesar en un espacio tan reducido tanto que contar. El resultado, sin embargo, resulta sorprendente. Un esmerado montaje, con algunas forzadas localizaciones de obras, agitan el polvorín del momento. Y allí saltan nombres de artistas tan reconocidos como Sophie Calle, Martin Kippenberger, William Kentridge, Mona Hatoum, Juan Uslé, Guerrilla Girls, Susana Solano, Tracey Moffatt, Artschwager, Alighiero Boetti, James Lee Byars, Félix González-Torres, Thomas Ruff, Richard Prince, Juan Muñoz, Nan Goldin, Pepe Espaliú, Keith Haring y Rogelio López Cuenca, junto a otros menos famosos aunque no por ello menos interesantes.

Tseng Kwong Chi: Pisa, Italia, 1989

Y, aunque pudiera parecerlo, no es esto una Bienal. La cuidada selección de obras y artistas, en relación a aquello que cuentan y sobre los asuntos antes referidos, precipitan al espectador al fondo de muchas cosas que, desde entonces, aún nos tocan de lleno. Es cierto que no todos estos autores debieron producir sus mejores obras en 1989, y hay otros muchos artistas que, aunque podrían, no están. Pero de eso no va la exposición, no hay aquí una voluntad enciclopédica. Porque, incluso en obras menores, es posible estimar -más allá de los temas a tratar por el conjunto- también la relevancia del trabajo de los artistas que sí están. No hay un claro hilo conductor. Ni siquiera las obras aparecen sujetas a un estricto mandato discursivo, algo en lo que también aciertan los comisarios Sandra Moros y Sergio Rubira.

No se trata de una exposición impositiva o que plantee lecturas claras y llenas de evidencias. Más bien al contrario, asumiendo el riesgo de la confusión, dejan abierto el calendario para que el espectador se emplee a fondo en sus propias citas y resuelva finalmente su posición en las tierras movedizas que transita el arte. No es tampoco una exposición organizada en secciones. Hablan de ecos y resonancias, de analogías, pero también de disonancias, desacuerdos y diferencias. En la exposición encontramos huellas, restos, nudos y tensiones; los vértigos y vacíos que indagan en un tiempo que fluye hacia el presente. Y hay mucho de fragmentado y fragmentario, de deslizamientos y desórdenes entre los que tropezar para mirar por dónde se anda. Todo ello, y más, hace particularmente interesante una propuesta que obliga a volver a verla, y al verla de nuevo hacerlo de otro modo.

Keith Haring pintando el mural Tots Junts Podem Aturar la Sida, Barcelona, 1989. Foto: Ferran Pujol Roca

La espectacular entrada en rojo con la cortina de Maria Eichhorn, un espléndido retrato de Thomas Ruff, junto al reloj Clock de Richard Artschwager y Great Furniture for Sans-Culotte de Hamilton Finlay, abren boca sobre lo que está por llegar. A estas obras, le siguen las cáusticas portadas de Rogelio López Cuenca y el no menos mordaz lienzo El arte utiliza el pomposo léxico de las artes perdidas de un Rafael Agredano en las alturas. Arte y política se ponen por los suelos en una estremecedora obra de Ilya Kabakov, para ir más allá de lo dialéctico con un curioso y sarcástico papel de Susana Solano a lo que se suman también las emotivas proyecciones de William Kentridge y los conocidos carteles de Guerrilla Girls.

Con Pepe Espaliú y Robert Mapplethorpe, hace su presencia el SIDA y el cuestionamiento de la masculinidad, temas presentes asimismo en los trabajos de Nan Goldin o Vittorio Scarpati. Una extraordinaria escultura de Martin Kippenberger, y las piezas de Haim Steinbach y Rosemarie Trockel bordean los formalismos del hecho artístico y su puesta en escena, tanto como el plato de Jeff Koons; estas y otras obras son las que ponen el arte patas arriba. Por otro lado, en la magnífica esfera de rosas frescas The Rose Table of Perfect de Lee Byars o en la instalación con textos de Félix González-Torres, vida y muerte se dan la mano acompasadas para, en un aparte situarnos ante la pérdida, ante el tiempo que ya no será y un arte que empezó a ser un poco otro, también en el IVAM.