Picasso: Minotauro muerto

Museo Picasso Málaga. San Agustín, 8. Málaga. Comisario: José Lebrero Stals. Hasta el 3 febrero

La exposición estrella para celebrar el 15.° aniversario del Museo Picasso en Málaga coincide con el despliegue de más de cuarenta exposiciones en torno al artista en muy diversos museos en esta y en la otra orilla del Mediterráneo, promovidas desde el Musée National Picasso-Paris. Como puede comprobarse en la web Picasso-Mediterranée.org, la mayoría repiten argumentos manidos. Picasso es una marca, que parece casar bien en cualquier combinación para atraer público. Pero también Pablo Picasso (Málaga, 1881-Mougins, 1973) fue el artista más influyente de la primera mitad del siglo XX. Y hoy su prolija obra es una de las más diseminadas entre sus propios museos y las más importantes colecciones, públicas y privadas, que conservan las consideradas sus obras maestras. De ahí la impresión generalizada de una obra sobreexpuesta y, al tiempo, siempre por redescubrir.



Pero, a estas alturas, ¿todavía puede decirse algo nuevo de Picasso? Ocurre con el arte que siempre admite una mirada distinta si proyectamos nuestras preocupaciones en la actualidad. Lo que se celebra en esta exposición es el españolismo de Picasso, respaldado por el propio artista en unas grabaciones con ocasión de su ochenta cumpleaños. En ellas le vemos y escuchamos su voz después de treinta y cinco años de exilio, prácticamente desde el inicio del siglo XX, en Francia. "Uno se siente más español cuando no vive en su país", declaraba entonces el artista comprometido, que en 1937 protagonizaría el Pabellón de la Segunda República española en la Exposición Internacional de París.



El argumento no es nuevo, pues pertenece a una polémica historiográfica sobre la nacionalidad francesa o española que se prolongó durante décadas, en medio del rechazo del régimen dictatorial hacia al artista y, por contra, la identificación con Picasso de los antifranquistas, y que terminaría con la llegada -compensatoria- del Guernica a Madrid en 1981, bien reflejada por Antonio Bonet Correa en su artículo titulado 'Picasso y España' de aquel mismo año, uno de los textos compilados en el catálogo de esta muestra.



Zurbarán: Agnus Dei, 1639

Ya su amigo Apollinaire le describía en 1913 como "el malagueño" para explicar su "gran revolución de las artes", arraigada en el "brutalismo" de la tradición hispánica. Y de hecho, al propio artista iconoclasta siempre le divirtió identificarse como métèque, peyorativo subvertido en la interpretación de John Berger. En todo caso, como "sureño" y andaluz se expresa en su poesía, destacada en esta exposición.



Pero la apuesta es arriesgada. José Lebrero, director del museo y comisario de la muestra, ha optado por llevar al extremo este argumento. Entre las doscientas piezas reunidas, más de una cuarta parte pertenecen al patrimonio español: desde el arte íbero, pasando por el legado helenístico y romano, hasta el barroco del Siglo del Oro y, cómo no, Goya, el absoluto precedente del arte moderno. La mayoría de este corpus patrimonial viene de colecciones de grandes y pequeños museos andaluces históricos y arqueológicos, lo que sin duda incentivará la visita a estos centros. A la sazón, supone una especie de "devolución" del excesivo protagonismo (y privilegiado presupuesto) del Museo Picasso de Málaga frente al resto de instituciones. Y en clave interna, quizás un mérito más a sumar en la esperable renovación del cargo de director el próximo año.



Abruman en esta exposición las maravillosas piezas íberas que el artista reivindicó como origen de su cubismo

El recorrido, a primera vista, se plantea como una de esas exposiciones en donde se compagina lo antiguo y lo moderno, tan del gusto del público mayoritario. Ahora bien, el resultado es desigual. Organizado en torno a varios temas: mediterráneo, retrato, historia, tauromaquia... en la rivalidad que el artista siempre mantuvo con ese legado histórico que, con presentimiento pionero, juzgaba "más vivo que nunca", sus papeles, pinturas y esculturas no siempre salen bien paradas.



Abruman las maravillosas piezas íberas que el artista reivindicó como origen de su cubismo. Es fantástico contemplar la serie de grabados El toro (1945), incluso que aguanten -salvando el arco temporal- su cercanía con la Tauromaquia de Goya. Pero no aguantan la comparación con los espléndidos Toro y Novillo de Porcuna íberos (600-451 a. C), procedentes del Museo de Jaén. Y frente a los que la escultura Cabeza de toro (1931) casi parece un chiste. Igualmente, se podría haber sido más magnánimo -pero no más certero- en la comparativa de las pequeñas figuras Toro echado (1957) y la Estatuilla de toro (700-401 a. C.) del Museo de Cádiz.



En el fagocitado e inevitable diálogo con los maestros del arte español (Greco, Zurbarán, Cano, Mena, Velázquez, Meléndez...), tantas veces tratado, parece muy forzada la inclusión de telas de Sánchez Cotán y Murillo para abordar el tema de maternidades, o familias. En cambio, en este guión tan compartimentado, es notable el tema de "la dolorosa" y del bodegón, con Juan van der Hamen. Al final, en tono de guitarra cubista y baile de Falla y verbena, hay piezas importantes del artista que, una vez más, reclaman su vigencia.



@_rociodelavilla