Juan Hidalgo: Gafas Gay, 2000

Tabacalera. Embajadores, 51. Madrid. Comisario: Fernando Castro Flórez. Hasta el 11 de noviembre

Tenemos un problema con la palabra arte. La usamos para referirnos a Las Meninas y a una máscara de Costa de Marfil. A un fresco románico y al edificio del Reichstag empaquetado como si fuéramos a llevarlo a Correos. Esto ha dado lugar, en el último siglo y medio, a innumerables incidentes, incluso de orden público, porque los espectadores quieren ver lo que esperan. Y tras lo dicho, podemos imaginar que los malentendidos han sido frecuentes. En todo caso, que el arte es otra cosa, está claro desde los años sesenta del siglo XX, aproximadamente. ¿Otra cosa respecto de qué? Pues siempre otra cosa. Que de esto no se haya percatado el público es problema suyo. Es como si, aunque seguimos diciendo que el sol se levanta sobre el horizonte, fuéramos a una conferencia sobre astronomía y esperáramos oír que la Tierra es plana. Pero vuelvo al principio: como no tengo el talento necesario para encontrar variantes del término común, arte, con el que nombramos manifestaciones tan diferentes, lo que intento es determinar qué tienen todas ellas en común.



Esta exposición de Juan Hidalgo (Gran Canaria, 1927-2018), que fue Premio Nacional de Artes Plásticas en 2016, es una buena ocasión para hacerlo. Se trata de una muestra excepcionalmente concebida, porque abarca de principio a fin una obra muy variada en lenguajes y formatos (y esa es mi única crítica también, el exceso de obra). Incluye incluso algunas inéditas: la póstuma Piano diferente (lacado en rosa y con una pata de lo más diferente) o el proceso de creación de alguna fotografía: Hombre, mujer y mano (1977). Toda su trayectoria estuvo guiada por una libertad irrestricta que, a estas alturas, me parece sencillamente un ejemplo a seguir. Libre y por tanto experimental en sus manifestaciones: músico de vanguardia, pionero en España de la fotografía conceptual, performer cuando no sabíamos que existía esa palabra… Y libre también en la elección de sus temas: el cuerpo, la homosexualiad, la vejez…



Juan Hidalgo: Algo kitsch en mi vida, 2010

La versión más divulgada de Juan Hidalgo le presenta como uno de los creadores, junto con los compositores Ramón Barce y Walter Marchetti, de Zaj, un grupo neodadaísta surgido en 1964 (posteriormente se integrarían el poeta José Luis Castillejo y la artista Esther Ferrer). La música fue la cuna artística de Hidalgo y el origen de lo que vino después. En 1957 fue el único compositor español que participó en el mítico festival internacional de Darmstadt y en una edición posterior allí conoció a John Cage y David Tudor, que fueron fundamentales para orientar su trabajo hacia el arte de acción. El pensamiento zen y la influencia de Marcel Duchamp completaron el cóctel, al que él agregó unas gotas de un humor característico y un amor por las palabras que le convierten en un raro poeta.



Con todo esto irrumpió en el escenario de la España franquista. Dar conciertos, como el del Teatro Beatriz en 1967, en el que se comía una manzana, exponer fotografías como Barroca alegre y barroca triste en 1969 (una extraña flor con un pene como pistilo) y publicar sus Etcéteras, no es que le excluyera de la condición de artista, sino que podrían haberle conducido a la cárcel o al manicomio. Juan Hidalgo se mantuvo durante medio siglo en ese mismo filo radical, trasladando la vida al arte y el arte a la vida. Su estética estaba muy próxima al Grupo Fluxus, que por entonces se convirtió en el representante más avanzando de la vanguardia internacional. Hidalgo y sus compinches fueron invitados a integrarse en él, en Tabacalera hay una foto en la que se les ve a todos de espaldas, con la que respondieron a la proposición.



La exposición muestra muy bien lo que creo que caracteriza su producción artística: formas sobrias y elegantes que presentan una carnalidad avasalladora. Y no solo en su dimensión sexual, también el dolor y el paso del tiempo se muestran en toda su crudeza. El (buen) humor se plasma de forma visible en una reiterada presencia del color, incluso sus últimas y melancólicas fotografías de flores. ¡Ay, la alegría sin más del color! La música aparece de forma destacada (una faceta que suele quedar relegada en su obra), pues en la sala se emiten sus composiciones más célebres.



Pero también, y es de agradecer, hay numerosos paneles con sus pensamientos sobre el arte y su sentido. En uno de ellos recuerda que su madre le contaba que de pequeña, en La Mancha, tras hacer la compra en la tienda pedían el algo. Y el tendero les daba unas pastillas de limón, unas habas secas, algo. Y el artista nos dice: "Yo también les doy este algo". Esta es la clave: el arte siempre consiste en un exceso de sentido, en un regalo a la imaginación. Por eso es siempre lo otro, lo que sobra de lo ya completo. Lo que no necesitamos, pero otorga a la vida un relieve que no proporciona lo que es simplemente bastante.