Vista de Kinematope (paisaje técnico)

Espacio Fundación Telefónica. Fuencarral, 3. Madrid. Hasta el 16 mayo

Muchos recordarán todavía la brillante intervención en 2010 de Pablo Valbuena en el espacio Abierto x Obras de Matadero Madrid, donde bajo el barroco título Quadratura prolongaba en trampantojo el punto de fuga de la perspectiva del espacio casi hasta el infinito gracias a la alternancia de iluminación entre pilares y vigas. Desde entonces, Valbuena se ha trasladado a vivir a Toulouse y ha desarrollado otras intervenciones, como Kinematope, realizada para la Noche en blanco en la ampliación de la parisina Gare d'Austerlitz en 2014: un lugar (topos) -en realidad, un gran corredor articulado bajo arcos de medio kilómetro de longitud- puesto en movimiento (kínêma); esto es, activando el dinamismo propio del tránsito en una estación de tren, mediante combinaciones secuenciales de luz y sonido.



A esta línea de trabajo pertenece la intervención que ha realizado para la sala principal de la sede madrileña de la Fundación Telefónica que vemos por primera vez vacía, donde solo se erigen las vigas industriales de hierro; y mucho más bella, incluso cuando la iluminación es más uniforme y tiene menor presencia lo que ocurre sobre nosotros, tras el falso techo, que es el motor de todo lo que sucede a nuestro alrededor, en paredes y suelo.



Pues tras el falso techo en penumbra, entre las mangas del aire acondicionado y el cableado, parece habitar la vida electrónica de geniecillos maquinales y malévolos, discurriendo en un circuito de luz y sonido de trescientos metros de longitud que desprende un halo mágico de misterio casi infantil. Lo que se convierte en asombro y admiración ante el despliegue de siete u ocho escenas de programación exacta y, al tiempo, de pregnante poder evocador. En la más simple, se proyecta sobre las paredes la rejilla del falso techo en suaves y elegantes variaciones. En otra, de fuertes contrastes y que va trasladándose en los paños paralelos entre las vigas, las imágenes resultantes de calidad fotográfica parecen figurar densos y nocturnos fragmentos urbanos. En una más, la aparición y desaparición de volúmenes recuerdan la imagen virtual de la videoproyección sobre escultura (augmented sculpture, 2007) con que Pablo Valbuena (Madrid, 1978) se dio a conocer hace diez años en nuestro país y luego fuera (Ars Electronica en Linz, Museum of the Moving Image de Nueva York, Seoul Museum of Art, etc.).



En total, unos veinte minutos de representación que recogen en conjunto un amplio comentario sobre el cubo blanco, otro de los asuntos que sigue ocupando a Valbuena. Y sí, ahora entendemos mucho mejor por qué ese espacio en muy pocos montajes de exposiciones convencionales se ha mostrado realmente apropiado para la comunión estética del público asistente con las obras colgadas.



Un tiempo que pasa muy deprisa por una sencilla razón: el placer derivado del narcisismo cuando la propia percepción visual del espectador se siente protagonista ante un producto bien acabado que no tiene otro fin ni otro objetivo que jugar a abrir posibilidades del percibir. Este es el encanto irrechazable de lo cinético, apto para todos los públicos, sin distinción de edad, clase, raza o género. Aunque cada cual, en esta ocasión, pueda completar su visión de estas escenas en función de su background.



Desde la Óptica de Alhazén en el siglo IX todo el que se ha ocupado de la percepción visual ha aludido a los procesos de esa completud. La controvertida teoría de la persistencia retiniana, que dice salvar los huecos entre flashes de luz, se halla en la construcción de Valbuena, arquitecto de formación que se vale de programadores para lograr el hechizo en sus intervenciones.



@_rociodelavilla