Dibujo de Richard Ford en la exposición

Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Alcalá, 13. Madrid. Patrocinada por Fundación Mapfre. Hasta el 1 de febrero.

Hace un año vimos en el Museo Lázaro Galdiano una pequeña exposición sobre los viajes artísticos de Valentín Carderera y Pedro de Madrazo, vinculados a la documentación y preservación del patrimonio monumental español. Tuvieron lugar no mucho después de que Richard Ford recorriera España, entre 1830 y 1833, pero algunas cosas habían cambiado: se vislumbraba, gracias en parte al interés de los viajeros franceses e ingleses, un principio de responsabilidad patrimonial que antes no existía. Ford no era un historiador, ni un artista.



Era un diletante con una buena educación y cierta fortuna al que el preceptivo Grand Tour (Alemania, Austria, Italia, Francia) que realizó en 1817 le supo a poco y que innovó en el "turismo de salud" británico al elegir Sevilla como destino, en lugar de Lisboa, para que su joven y frágil esposa pasara el invierno. Se quedaron más de tres años pero la verdad es que Don Ricardo, como pasó a llamarse, paró poco en casa: recorrió España de arriba abajo con la intención de conocer el país "más romántico y característico" de Europa y de enriquecer su colección artística. Volvió a Inglaterra con cuadros de Alonso Cano, Zurbarán, Murillo, Ribalta, El Greco, Velázquez, Herrera el Viejo, Carreño de Miranda, Morales, libros antiguos, monedas... numerosos fragmentos de azulejos de la Alhambra, un conjunto de cuadernos de notas que le servirían para escribir, ya en su patria, el Hand-Book for Travellers in Spain and Readers at Home, y 500 dibujos que constituyen la materia de esta valiosa exposición comisariada por Javier Rodríguez Barberán, historiador del Arte y profesor en la Escuela de Arquitectura de Sevilla. Es una amplia selección, cuyo montaje podría haberse cuidado mejor, extraída de los álbumes conservados por los descendientes.



El impacto del Hand-Book de Ford sobre la imagen de España en Gran Bretaña fue enorme. Cuando salió a la venta en 1845, con 1.064 páginas en dos volúmenes que describían 140 itinerarios, se vendieron 600 ejemplares el primer día. A los ingleses les interesaba España como territorio "exótico", oriental, pero también como campo de batalla del héroe Wellington y como ámbito histórico-artístico "novedoso", pues entonces se empezaba a valorar allí no solo nuestra arquitectura islámica, medieval y renacentista sino también nuestra pintura del Siglo de Oro. Ford, de hecho, escribió la primera biografía de Velázquez en inglés. Dio inicio a su carrera literaria con más de 40 años y se convirtió enseguida en el mayor experto en "las cosas de España", con su guía magna y con numerosos artículos sobre historia, arte y cultura. El estilo de Ford es ameno y su capacidad de observación fina si bien, como casi todos los viajeros de la época, se dejaba llevar por ciertos tópicos y despreciaba usos y costumbres.



¿Y sus dibujos? Aceptables, no más. Los ingleses cultos miraban "con lápiz y cuaderno en ristre", como quienes hoy hacemos fotos. Era parte de los deberes del viaje, y sobre todo del de iniciación artística. Pero Ford se distingue por la cantidad y la objetividad de los suyos, de manera que el conjunto constituye un fiel e impar retrato de los hitos turísticos (que es mucho decir) del momento. O, mejor, de esos destinos "por fuera" porque aunque ilustró también edificios y detalles arquitectónicos, paisajes y algunos tipos populares (muy pocos en la muestra) la mayoría de los dibujos son panorámicas desde el exterior de las poblaciones, lo que contrasta con su descripción literaria, que sí es "por dentro". Algunos de ellos sirvieron de modelo para un diorama sobre las campañas de Wellington en España que fue muy célebre en Londres, en 1852.



En la periferia dibujaba más tranquilo pues hacerlo a ojos de los nativos, decía, levantaba sospechas; escaldados por las pesquisas de los franceses previas a la ocupación, los españoles juzgaban al dibujante extranjero como ingeniero o espía y hasta informaban a las autoridades de su presencia. Esas vistas eran, además, más fáciles. En realidad, los dibujos más detallados y bonitos en la exposición son de Harriet, su mujer, que tenía más mano y era capaz de transmitir presencialidad, como en esa galería de la Casa del Gobernador en la Alhambra en la que, tras los pasos de Washington Irving, estuvieron alojados un verano. Ford decía que "muy escasas personas dibujan en España, y quienes lo hacen es por cuenta ajena" y se quejaba de que en Sevilla no encontró quien le diese clases, lo que constata que no se consideraba a sí mismo un perito.



En España, Ford aprendió el idioma, se vistió a la andaluza y se relacionó con gentes de todo tipo: se hizo amigo de pintores como José Domínguez Bécquer y José Gutiérrez de la Vega, ya en la onda costumbrista, y hasta alojó en su casa al bandolero José María el Tempranillo. Nunca volvió. Pero vivió imaginariamente aquí para siempre: en su jardín en Heavitree imitó el Generalife y se construyó una torre neomudéjar como estudio. Allí, en su tumba, treinta años después de salir de España hizo grabar: "Rerum Hispaniae Indagator Acerrimus".



"El término general y genérico de ‘España', que es práctico para geógrafos y políticos, parece inventado para confundir al viajero. Nada resulta más vago e inexacto que dar por supuesta la existencia de una sola cosa de España o los españoles que pueda ser aplicada por igual a todas sus heterogéneas partes integrantes. Las provincias del noroeste son más lluviosas que el condado de Devon, y las llanuras centrales están más calcinadas que las de Marruecos, mientras el rudo agricultor gallego, el industrioso artesano fabril de Barcelona y el alegre y voluptuoso andaluz son tan esencialmente diferentes entre sí como los diversos tipos de una misma fiesta de disfraces. Por lo tanto, será mejor que el viajero tome cada provincia por separado y la estudie con detalle".

Extraído de Richard Ford: Manuel de viajeros por España y lectores en casa. Observaciones generales (Turner, 2008)