Richard Serra: Double Rift I, 2012

La Casa Encendida. Ronda de Valencia, 2. Madrid. Hasta el 7 de septiembre.

¿Es posible exponer el silencio? Pero no el silencio mineral del universo, sino el silencio humano, el que antecede o sucede a un latido, un motor o una nota de música. Reconozco que esta pregunta no se me hubiera ocurrido de no haber visitado esta exposición. Por otro lado, no creo que este sea el objetivo de Variaciones sobre el jardín japonés, aunque desde luego participa de su espíritu. Aquí nos encontraremos con objetos contantes y sonantes, pero ciertamente llevan todos ellos (y el montaje de Areán y Vaquero así lo subraya) su silencio a cuestas, como islas que arrastraran el mar alrededor.



Esta es una muestra surgida como una composición libre a partir de la figura de Mirei Shigemori (1896-1975), creador de jardines, pintor y maestro de té e ikebana. Creador también del concepto de Eterno Moderno, una fórmula que prendía conjugar las artes del Japón tradicional con la estética y la filosofía europeas. A partir de esta personalidad, alguna de cuyas más brillantes creaciones están aquí recogidas, se articula un conjunto de obras que, por cierto (esto tampoco sería un propósito de la muestra, pero resulta inevitable), revelan la influencia decisiva de Japón en el arte moderno. Una influencia que es casi la condición de su existencia, pero este no es un tema para tratar aquí. Señalemos también que esta no es una exposición histórica, ni siquiera de tesis, es si acaso la materialización de una intuición de su comisaria, Alicia Chillida, visión que de este modo podemos compartir.



Algunas de sus creaciones reunidas en esta exposición revelan la infuencia decisiva de Japón.

la percepción del silencio, que suele expresarse visualmente como espacio vacío o color blanco. Pero no siempre. Ahí está el extraordinario Double Rift de Richard Serra, un aguafuerte de más de tres metros de ancho en que el negro acusa dos astillas de blancura. Y al contrario, Scroll, de James Lee Byars, un rollo de papel monumental recorrido por un sólo trazo. Yves Klein no podía estar ausente, enamorado de Oriente como fue, y del vacío, hasta el punto de que una de sus obras más célebres nos lo muestra arrojándose a él. No todo es blanco y negro, desde luego. Podemos ver un extraordinario Tàpies tardío, uno de los más bellos que he visto de este autor, de suntuosos trazos rojos. O las coloristas y carnales hasta la obscenidad fotografías de elementos vegetales de Yokio Nakawaga, que constituyen una evolución del ikebana tradicional.



La pieza de Walter de Maria, High Energy Bar, es un lingote de energía silenciosa y centelleante. Pero quizás la obra que mejor logra catalizar el vacío a su alrededor es la de Cildo Meireles. Cruzeiro do sul consiste en dos piezas de maderas distintas ensambladas en un cubo de apenas un centímetro de arista. Más previsible era encontrar nombres como June Paik, Yoko Ono o Juan Hidalgo. Y, desde luego, el de John Cage, presente a través de una partitura inspirada en el jardín de Ryoan, auténtica música gráfica, y de una serie de evanescentes dibujos a partir sobre el mismo motivo.



Todo esto y alguna cosa más (Angels Ribé, Fontana, Manzoni…) del lado de acá. Del lado de allá podemos ver páginas del maravilloso libro de jardines históricos que por primera vez cartografió Shigemori (los jardines japoneses nacen sin plano, de la mano, el ojo y el pie, solo se dibujan acabados). También sus enérgicas caligrafías. Y un conjunto de bellas fotografías de sus jardines zen y sus viviendas, realizadas por su hijo, Mitsuaki Shigemori. Hay también una notable maqueta del Santuario de Ise, de Alejandro Londoño, que consigue trasmitir la peculiar espacialidad de este tipo de lugares, inmutables a pesar de la fragilidad de sus materiales.



En fin, les recomiendo visitar la exposición, capaz de introducir una dosis de calma en nuestra agitada existencia.