Galería Maisterravalbuena. Doctor Fourquet, 1. Madrid. Hasta el 10 de diciembre. De 7.400 a 13.300 euros.

Es curioso cómo las elecciones de un par de personas pueden determinar que la obra de un artista consiga traspasar las fronteras. Podríamos no haber visto nada de Hiraki Sawa (Ishikawa, Japón, 1977) en España, a pesar de que ha tenido, sin ser un artista rabiosamente a la moda, exposiciones en importantes museos y galerías -le representa James Cohan en Nueva York-. Ha participado aquí en algunas colectivas, ya en 2005 en la galería Pilar Parra y en el MUSAC, que podrían haber pasado desapercibidas. Pero hace casi cuatro años Emilio Navarro se decidió a traer al CAB de Burgos una individual organizada por la Chisenhale Gallery de Londres, y en 2009 Pedro Maisterra y Belén Valbuena le hicieron una primera exposición en su galería, confirmando ahora su apuesta. Y hemos de alegrarnos, porque nos permiten seguir conociendo de primera mano su inconfundible trabajo.



Éste puede interpretarse en su conjunto como un gran reloj, de esos con carrillón que marcaban no sólo la hora, sino también el día, la fase lunar, la salida del sol y hasta la humedad relativa del aire... Hay en sus nocturnales vídeos a menudo mecanismos giratorios, visiones y sonidos que quedan eternizados mediante movimientos cíclicos. Se percibe en ellos, a pesar de que utiliza con pericia las herramientas digitales, algo de prehistoria cinematográfica, de imágenes de zootropo o ingenios similares. El onírico universo de Sawa parte de espacios y figuras reales con los que construye ficciones enigmáticas y no narrativas con las que se refiere al paso del tiempo: a las limitaciones, por un lado, y creatividad, por otro, del cerebro en la formación de los recuerdos.



En esta exposición, una lograda instalación de seis piezas que, interactuando en el pequeño espacio de la galería, precisamente hacen pensar en uno de esos grandes relojes llenos de engranajes, el vídeo más destacado es Did I? Al realizarlo, Sawa se basó en el caso de un amigo amnésico que había perdido por completo cualquier reminiscencia de su vida anterior. La realidad circundante se muestra fugaz, se desvanece, intangible y fantasmal, mientras escuchamos el golpeteo de la aguja de un tocadiscos que ha terminado de reproducir una música ya ausente. La alternancia del color y el blanco y negro, el positivo y el negativo, inciden en esa inseguridad cognitiva que nos mantiene en una especie de limbo lírico a sólo un paso del sueño.