Francesco Clemente. Fotografía: Norbert 2011 Miguletz

Máximo exponente de la transvanguardia italiana, Francesco Clemente llevó su renovada figuración a la Documenta de Kassel, la Royal Academy de Londres o el Pompidou de París. El próximo jueves llega a la galería Javier López de Madrid con su última serie de acuarelas de gran formato.

Francesco Clemente (Nápoles, 1952) es el viejo bisonte de la transvanguardia que sigue su camino cuando todos los antiguos camaradas desaparecieron. De origen aristócrata, discípulo de Cy Twombly, estudioso de Grecia y Roma pero obsesionado con Oriente, individualista y, al tiempo, hechizado con la irracionalidad que viene de India y China, con las estaciones del arte occidental y con las fórmulas gregarias, comunales, de los colectivos de artistas de Madrás, vive en Nueva York desde 1982. Todavía conserva el estudio inmenso, muy cerca de Union Square, donde recibía a sus amigos Warhol y Basquiat. El mismo en el que mantuvo largas y provechosas conversaciones con su camarada Allen Ginsberg. "Colaboré con Ginsberg, claro. Fuimos muy amigos. Teníamos en común, entre otros intereses, una gran pasión por William Blake. Veíamos a América a través de los ojos de Walt Whitman. América puede ser también un lugar místico, propicio para los poetas y para la tierra. No hay más que perderse en su naturaleza, en sus todavía enormes extensiones salvajes".



Cabezas de dioses. Velas. Sándalo y libros. Fotografías descoloridas con paisajes desérticos. Gruesas alfombras persas. Un sofá no muy grande, donde nos sentamos para charlar, en una esquina del estudio de grandes ventanales. El suelo de madera repleto de churretones que son memoria de todos los cuadros, todos viajes y renuncias de un cazador hambriento que ha llenado el vientre y la memoria, los vientres del recuerdo, con excursiones a la luna de ida y vuelta, tumbas, lúcidos requiebros a la muerte, monedas de oro, monstruos y gritos, sin olvidar los incesantes autorretratos, en los que disecciona esa arboleda interna siempre cambiante y siempre igual. "Sí, todo cambia pero todo es igual, o no, al menos nosotros, los humanos, cambiamos por fuera, e incluso internamente, con la muerte y renovación celular, aunque en el fondo seguimos siendo los mismos. Mis razones, por otro lado, cambian pero son al mismo tiempo las mismas de siempre. En el fondo supongo que me interesa la continuidad en la discontinuidad, la destrucción que trae aparejada la renovación y la continua creación. En ese sentido el arcoiris, tan presente en mi obra, y mucho más en esta exposición, me apasiona por lo que tiene de símbolo, de puente entre dos mundos, de frágil belleza condenada a desaparecer que para escrutarla debes mirarla de un lado a otro, de un extremo a su opuesto".



En un mundo perfecto

No crean que el pintor, que el próximo jueves inaugura exposición en Madrid, es hombre de largos discursos. Observa sonriente al periodista mientras éste formula sus preguntas y luego, poco a poco, mastica mentalmente las palabras, consciente de que sobra ruido y faltan pensamientos inéditos. Lo suyo, en verdad, son fogonazos, minués, casi haikus. Por ejemplo: "Un artista es un explorador del presente. Está siempre en camino. Su principal misión es la búsqueda". O bien: "No sé muy bien qué decir cuando me definen como un pintor optimista. Lo cierto es que prefiero pensar que el mundo es perfecto. Esa es una buena idea, un buen principio para crear". O éste: "Supongo que debemos mantener el cuerpo en la tierra si queremos que la cabeza siga en las nubes". O: "El arte es un caramelo amargo cubierto de azúcar".



Anochece lentamente. El frío ártico aún no ha llegado y Manhattan ofrece al paseante un refugio cálido. Iluminados por velas y luces indirectas, decenas de obras, antiguas, contemporáneas, acabadas, repintadas, relucientes, sucias, espléndidas, rotas, descansan por las paredes de este cruzado de la figuración mezclada con lo abstracto. Inevitable preguntar por la ciudad que lo adoptó a finales de los setenta: "Nueva York sigue siendo una ciudad muy estimulante, muy espontánea y rica. Todavía hay una enorme escena creativa, es posible reunirse con distintos artistas, comparar trabajos, hablar, comunicarse. En cualquier caso quedarme en Nueva York no fue una decisión firme. Quería irme, pero no pude. Yo siempre fui un viajero. Incluso en la ciudad mantengo otro estudio, en Greenpoint, más luminoso, y hasta principios de los ochenta nunca tuve uno, nunca quise, me parecía que el estudio te ataba, que ofrecía muchas comodidades pero al mismo tiempo te obligaba a establecerte, cortaba tus alas". Pero hay más aparte de la Gran Manzana. "Oh, sí, claro. Como alternativa o incluso antítesis de Nueva York, de su escena artística, del individualismo, me enriqueció y sigue haciéndolo el arte rural de la India, ese sentido de comunidad que expresa, el esfuerzo comunal en el que no cuenta tanto la firma aunque luego cada artista tenga de alguna forma su propio sello. Y sí, sigo viviendo temporadas allí, tengo un apartamento en Madrás».



La India. Inevitable hablar de ella con Clemente. No un turista, sino un ciudadano, al menos seis meses al año, del subcontinente de las especias y los colores, los gurús, la miseria, las ratas y los elefantes, los últimos tigres de bengala y una religión, el hinduismo, que sin saberlo pronosticaba la teoría de los múltiples universos que nacen con el Big Bang y mueren con el Big Crunch, una y otra vez, eternamente... "Mi simpatía por la India ha sido decisiva en mi obra y mi vida. Incluso ahora, con los grandes cambios que se están produciendo. De hecho creo que la India atraviesa un momento fascinante. Tiene la oportunidad de cambiar y, al mismo tiempo, de conservar sus esencias, su personalidad, su cultura". Un largo viaje, para quien creció en la Italia de los cincuenta/sesenta, conoció, y rechazó, el arte povera en Roma y frecuentó la Atenas de Pericles que fue aquella constelación de intelectuales reunidos en torno al viejo partido comunista italiano. "Mire, provengo de Nápoles, una ciudad un poco hostil. Imagino que viajé hacia Oriente, que me establecí en la India porque buscaba a los dioses que dejamos atrás en Italia. Cuando comencé me obsesionaba señalar que hay muchas verdades, no sólo una, lo cual parecía en franca confrontación con los principios acuñados por la modernidad. Supongo que por eso nunca me interesó tanto el estilo. Me parece que existe una excesiva apreciación del estilo. Busco reflejar que somos muchas personas, plasmar esa diversidad, y si para ello tengo que empastar diferentes estilos, abocetar distintos lenguajes, lo hago".



Autorretratos

De vuelta al óleo o la acuarela, inquiero por los autorretratos. También discutimos su rechazo a los dogmas. Cómo asimiló la obra de artistas y pensadores muy dispares. Sus alusiones a la memoria. La febril permanencia de la muerte. Los juegos con el azogue del espejo. "Efectivamente -señala- una de mis grandes fascinaciones ha sido la indagación de uno mismo como testigo, la noción de que el centro de cada uno no cambia, de que asistimos a los cambios externos que se operan en nosotros como, sí, testigos, mientras que ante los demás somos actores. El testigo es lo opuesto al actor".



Finalmente toca repasar la obra que presenta. Brochazos delicados, flamígeros, figuras superpuestas, veladuras, transparencias y buitres picotean su penúltima creación: "Las obras de esta exposición las pinté de corrido, trabajando en una tela de dieciocho metros de largo que luego, una vez concluida, fui cortando. Para poder trabajar me construí una plataforma sobre rieles, que me permitía desplazarme por encima del cuadro. Fue un proceso muy trabajoso, muy físico, un reto, pero también estimulante. Como en tantas obras mías, hay veladuras, superposiciones. Me gusta decir y no decir, decir y desdecir, por eso la imagen superpuesta describe esa variedad de significados, a veces los oculta, a veces los revela, nunca sabes qué sucederá. Me interesa la distancia entre tus intenciones y lo que ves, entre eso que ves y lo que no puedes o no quieres ver, y por supuesto me apasiona lo impredecible, que pueda suceder algo que hasta ahora no habías pensado, y que todas esas posibilidades, todas esas sorpresas, afloren en el cuadro, se plasmen o al menos se insinúen. No olvides, además, que el cuadro aunque sea el mismo sólo existe en la medida que alguien lo mira, y puesto que ese alguien crece, tiene distintas experiencias. Al final, cuando el espectador vuelve a ver el cuadro, ha cambiado con él. Conserva ciertas coordenadas, ciertas esencias, igual que el espectador, pero al mismo tiempo cambia con quien lo observa".



De magos y brujas

Se levanta del sofá. Regresa con un libro repleto de cartelones mágicos. Dueños de una áurea brillantez. Repletos de magos, lunas, estrellas recortadas sobre un cielo de brujas, planetas en colisión perpetua. "Mi última obra es una reinterpretación de las cartas del tarot que será expuesta en los Uffizi. Me fascina la insistencia del tarot en que lo que está arriba también está abajo, tratando al mismo tiempo de darle un sentido al todo, a la existencia, al cosmos. Encuentro grandes afinidades entre el tarot, o lo que implica o simboliza, siquiera de forma poética, con lo que yo hago".



Casi una hora de conversación. La puerta del estudio que se abre para que entre su ayudante. Amable, sobrio, encantador, lo dejo en el silencio funeral del estudio. A solas con lo que de verdad le importa. Con lo vivido y perdido. Con lo que madrugada adelante quizá abocete en otro lienzo. O acaso ya no. Es un poco tarde. No sería mala idea salir a la calle.