Exposiciones

Resituar a Gerardo Rueda

La poética de Gerardo Rueda y la tradición del arte moderno

25 mayo, 2006 02:00

Sin título, 1967

Comisario: Tomás Llorens y Consuelo Císcar. IVAM. Guillem de Castro, 118. Valencia. Hasta el 2 de julio

Tras la exposición retrospectiva llevada a cabo en el IVAM en 1996, diez años después, vuelve la obra de Gerardo Rueda a las salas del museo, esta vez para dejar ver la relación posible de su trabajo con el de otros artistas. Con ese objetivo, los comisarios de la muestra, Tomàs Llorens y José Luis Rueda, han echado mano de una parte sustancial de los fondos del IVAM -que conserva 108 obras del artista-, de la colección de José Luis Rueda -notablemente representada en esta selección-, así como de algunas colecciones privadas; obras exhibidas, en su mayoría, ya en la primera muestra.

Con ello, es probable que el espectador se pregunte cuál sería la novedad que ofrece esta segunda revisión de la obra de Gerardo Rueda en el IVAM. Como apunta el título de la exposición, La poética de Gerardo Rueda y la tradición del arte moderno, y recoge el copioso catálogo editado para la ocasión, el propósito consistiría en situar la obra del artista en relación con algunos grandes nombres del arte moderno, aquéllos cuya estela habría podido marcar los ordenamientos de la tradición en el arte posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Desde esa óptica, se justificaría la presencia de algunas obras notables -y éste es uno de los atractivos de la muestra- de artistas como Kandinsky, Klee, Torres-García, Vantogerloo, Schwitters, Arp, Kupka y Barnett Newman, entre otros, procedentes de los propios fondos del IVAM, así como del Museo Thyssen-Bornemisza, el Pompidou o el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Estrasburgo. Para ello, los comisarios han establecido un recorrido por la evolución del trabajo de Gerardo Rueda a partir de cinco fases fundamentales, a través de las cuales se puede rastrear un camino de ida y vuelta a lo largo de la trayectoria del artista. Al margen, por tanto, del seguimiento cronológico, la pretensión de esta exposición consistiría en ofrecer sugerencias, como apuntan sus responsables, antes que un conjunto sistemático para la investigación metódica o un análisis exhaustivo.

Como quiera que la mejor obra de Rueda sea probablemente la producida entre los años cincuenta y mitad de la década de los sesenta -cuando desarrolla las búsquedas y experiencias que dan lugar a la definición de su obra más personal-, esta exposición ofrece también el aliciente de no agotar tempranamente el pulso de aquellas obras, sino que mantiene el interés hasta el final, volviendo sobre lo ya andado.

El primero de los ámbitos expositivos, destinado a la contemplación del paisaje aborda el problema del espacio y, en él, se dan cabida muy diversas piezas entre pintura, papeles y esculturas de pequeño y medio formato, y en la que deslumbra la presencia de un espléndido lienzo de reducido tamaño de Barnett Newman de 1964, así como una pieza Lazló Péri. La segunda sala, titulada Lo barroco, indaga sobre los contrastes y yuxtaposiciones de un lado, y el orden constructivo y el azar de otro; complejo maridaje en el que se trata de conjugar la obra de Rueda con la de artistas tan próximos a él como Torres-García y Poliakoff, siendo más forzada la relación con el Kandinsky y el Fontana expuestos. El bodegón que da título a la tercera sala, mueve la obra de Rueda entre Morandi y Klee. Las geometrías musicales, acoge a Vantongerloo, Kupka, Delaunay y Tauber-Arp para ilustrar la preocupación permanente de Rueda por el orden espacial y el rigor geométrico, entre los que se pone de relieve el interés por el ritmo, el color y el equilibrio. Una última sala reivindica la simplicidad, a partir de la mera contemplación del blanco en la obra de Rueda, del lado Arp y un descuadrado Matisse.