Image: David Goldblatt, los estados del ser

Image: David Goldblatt, los estados del ser

Exposiciones

David Goldblatt, los estados del ser

16 junio, 2005 02:00

Silencers for sale and fitting, Esselen and Banket Streets, Hillbrow, Johannesburg, 2002

Elba Benítez. San Lorenzo, 11. Madrid. Hasta el 16 de julio. De 2.850 a 7.740 e

No puedo dejar de pensar que David Goldblatt (Randfonteine, Suráfrica, 1930) lleva casi toda mi existencia -o que yo la he vivido en paralelo a él y sin saberlo- fotografiando y documentando los cambios sociales, el desarrollo económico y la evolución política de su país natal. Un trabajo de más de cincuenta años que ha hecho de la realidad lo que la edad hace con las personas, que almacenan memoria no sólo de los grandes acontecimientos que les ha correspondido vivir, sino de otros muchos, aparentemente triviales, que diríamos que únicamente incumben a quien los recuerda y, sin embargo, en verdad nos atañen a todos y que forman parte de una vida que no nos acordamos que también ha sido nuestra.

Sus fotografías primigenias son de aproximadamente 1948 y las primeras que publicó lo fueron en 1952. En su país se impuso el pasaporte que limitaba la libertad de movimientos de los africanos, en el nuestro desaparecían las cartillas de racionamiento existentes desde el inicio de la Guerra Civil. Allí las leyes precedentes, promulgadas precisamente desde 1948, cuando el Partido Nacional ganó las elecciones, establecieron el apartheid, una de las formas más repugnantes de hacer del racismo un marco legal y un hiriente testimonio de que la democracia por sí misma no asegura ni la equidad ni la justicia. Aquí, liquidado el soporte democrático, las leyes hicieron de los españoles dos tipos de ciudadanos, los victoriosos, desde entonces los verdaderos españoles, y los vencidos, a perpetuidad, sino a pena de muerte, "rojos" sin derechos.

Paradójicamente, el valor principal del trabajo fotográfico de Goldblatt, desde entonces hasta hoy mismo, es que su mirada ha eludido recoger o archivar imágenes de activismo o propaganda; por así decirlo, no ha decantado nunca su labor del lado más cierto de sus creencias, sino que de la raíz de éstas ha obtenido el impulso a la ecuanimidad, una suerte de templanza para ver y darnos a ver aquello sino oculto sí fácilmente inadvertido, por cotidiano, por acostumbrado, por no discutido o pensado en sus atroces consecuencias.

En una charla con Okwui Enwezor, el último comisario de Documenta, Goldblatt, que sigue viviendo en Johanesburgo, le cuenta que, mediados los cincuenta, cuando el Congreso Nacional Africano empezó la Campaña de Desafío que llevaría más tarde a Mandela y otros dirigentes a la cárcel, y empezaron a publicarle fotografías de lo que estaba ocurriendo "descubrí que como fotógrafo no me interesaban tanto los hechos. Me sentía y aún me siento más involucrado en los estados del ser que llevan a los hechos". Lo que ocurría en los momentos tranquilos, cuando aparentemente no pasaba nada importante pero "que contenían en sí mismos todo lo que más tarde saldría a la superficie. Allí estaba todo, si uno se molestaba en mirar". El conflicto se percibe, dice al fin, "por la conciencia que he intentado evocar, en mi obra, de la inmanencia y la inminencia del conflicto en la mayoría de las cosas que ocurren en la vida cotidiana de Suráfrica".

La pregunta que intenta contestar David Goldblatt, "¿cómo asumir con la propia conciencia el hecho de ser blanco en este país?", es equivalente a las que nos invita a hacernos a algunos: ¿los racistas son siempre los otros?, ¿cómo ha asumido la propia conciencia el ser hijo de los vencedores? ¿queda algún rencor en los hijos de los vencidos? ¿cuánto de la dictadura se alimenta todavía en mi interior?