Image: Braque, la conquista del espacio

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Exposiciones

Braque, la conquista del espacio

6 febrero, 2002 01:00

A la izqda. Gran interior con paleta, 1942. óleo sobre lienzo, 141 x 195,6. A la dcha. Los pájaros negros, 1956-57. óleo sobre lienzo,129 x 181

Museo Thyssen-Bornemisza. Paseo del Prado, 8. Madrid. Hasta el 19 de mayo

En los años heroicos, cuando él y Picasso reinventaban juntos la pintura, les gustaba compararse con los hermanos Wilbur y Orville Wright, porque también ellos construían, con tela y bastidores de madera, máquinas nunca vistas. Pero Georges Braque fue mucho más que el alter ego de Picasso y el copiloto del cubismo. Esta espléndida exposición del museo Thyssen (que reúne medio centenar de cuadros y seis esculturas, y es, estrictamente, la primera retrospectiva global de su obra en España) nos permite seguir una larga marcha desde los primeros ensayos fauves hasta los paisajes finales, tan próximos al expresionismo abstracto. El largo camino de un pintor hacia el espacio.

Siempre se ha hablado de una dominante táctil en la obra de Braque. El cubismo fue para él el descubrimiento de ese espacio manual que emerge en torno a los objetos, cuando estamos tan cerca de ellos que podemos acariciarlos o agarrarlos. La naturaleza muerta, el género que dominó su obra durante años, le ofrecía eso, un mundo de cosas al alcance de la mano: vaso, botella, pipa, frutero o violín sobre un velador. Braque era táctil, además, en otro sentido: por su atención a la misma superficie pictórica. Fue él quien inventó el papier collé, los papeles pegados sobre la tela, y desde la época cubista hasta el final de vida, mezclaría arena, yeso o serrín con los pigmentos para obtener texturas, calidades matéricas de pintura mural.

Pero si la etapa cubista dejó una impronta decisiva en Braque, no fue menos crucial el esfuerzo por librarse de la horma del cubismo. Por romper la estricta geometría rectilínea, introduciendo en ella líneas curvas, referencias orgánicas a la anatomía, metamorfosis de cuerpos vivos. En la exposición tenemos dos excepcionales escayolas pintadas y esgrafiadas con unas líneas sinuosas, que evocan los grafismos semiautomáticos de Masson o Miró. Al enriquecer la matriz cubista con tales injertos, Braque fue capaz de crear, en los años treinta y cuarenta, grandes interiores de aliento monumental, donde el espacio se vuelve más evocador y también más complejo que nunca. El espacio de la famosa serie de los billares, por ejemplo, de los que hay aquí uno muy famoso procedente del museo de Caracas, es un espacio roto y recompuesto, atestado de objetos, de cosas vivas o inertes, como un intrincado laberinto.

Algunas de las obras maestras más personales de Braque pertenecen a las décadas finales de su vida. Las tres últimas salas de la exposición están dedicadas a la serie de los grandes ateliers, los paisajes de Varengeville y los últimos Pájaros. Los ateliers son un inventario del mundo propio y cerrado del pintor, con sus objetos familiares: la botella, el frutero, el caballete, la paleta. Pero entre esos objetos aparece un enigma, el pájaro, como un recuerdo inesperado de lo abierto, de la libertad. En los últimos años de su vida, después de haber pintado tantos interiores, Braque volvía al paisaje. En los campos y playas de Varengeville, en Normandía, donde solía pasar largas temporadas, pintó una serie de telas de formato muy apaisado, cuya composición y acumulaciones de empaste recuerdan a los últimos trigales de Van Gogh. Son pinturas-horizonte, hechas sólo de cielo, mar, tierra y a veces, algunos pájaros. Pájaros que crecen y crecen hasta dominar los cuadros reunidos en la última sala. Los pájaros en pleno vuelo, recortados contra el cielo azul, como una invitación al viaje, como un anhelo de espacio infinito para la pintura.