Exposiciones

La fundación de la ciudad

Misterio y metamorfosis

12 abril, 2000 02:00

Los objetos que se exhiben no son objetos convencionales, son objetos mágicos que nos hablan de la muerte y de los enigmas de la vida

La exposición versa sobre los mitos y los ritos vinculados a la fundación y a la construcción de las ciudades de las antiguas civilizaciones: Mesopotamia, Grecia y Roma. Visto fríamente, el mito y el rito son un orden mágico-sagrado-religioso que responde a la necesidad de explicar el destino del hombre; a través del mito y el rito existe una voluntad de dominar y de apropiarse de lo desconocido. También poseen una dimensión social y están relacionados con la aparición de las primeras comunidades; las fabulaciones míticas, las ceremonias rituales y religiosas son indisociables de la ciudad como crisol de sociedad y cultura: procuran elementos de cohesión social y memoria colectiva, en otras palabras, articulan una identidad y una autoconciencia cívica.

Los testimonios de los ritos de construcción de ciudades mesopotámicas consisten en amuletos, tablillas con inscripciones o clavos sepultados originalmente al lado de edificios, murallas o templos: son una especie de plegaria destinada a proteger a las ciudades y a sus habitantes del infortunio o de los malos espíritus. Otro capítulo, también muy importante, es el dedicado a ilustrar los mitos fundacionales de Grecia y Roma, por cierto de una gran belleza narrativa; en la mayoría de estos casos, los objetos arqueológicos ilustran alguno de los episodios del itinerario-relato del héroe, el fundador de la ciudad, en su búsqueda de una tierra donde instalarse.
Habitualmente este tipo de material arqueológico se presenta como un documento o como instrumental científico. Cierto que el dispositivo expositivo permite diferentes aproximaciones según el interés y el conocimiento del espectador; pero la aportación de la exposición es que facilita una lectura estética en el sentido más amplio del término; esto es la contemplación como diálogo íntimo entre sujeto y objeto. La sobriedad del montaje, el trayecto de la muestra como laberinto, las vitrinas que potencian el áura del objeto, las proyecciones del texto que sumergen al transeúnte en el relato mítico son aspectos que contribuyen a esta relación íntima entre el espectador y lo expuesto.

Los objetos milenarios, a pesar de su lejanía, son una manifestación viva, lo que pasa es que ahora somos nosotros quienes tenemos que hacerles hablar. No se trata de identificarse con ellos, ni de adaptarlos a nuestra visión del mundo, sino más bien de dialogar con ellos, de preguntarse "lo que el pasado puede decir todavía al presente, y qué respuestas podemos dar nosotros a sus misterios". Por esta razón Rubert de Ventós afirma con B. de Sahloezer que "el conocimiento científico del pasado es el conocimiento del pasado en tanto que pasado, el estético es el conocimiento del pasado en tanto que presente".

Ahora bien, ¿qué es lo que el pasado puede decir al presente? Antoni Tàpies en su último libro alude a los "objetos de poder", unos objetos que independientemente de las creencias que expresan, poseen una fuerza extraña; simplemente con mirarlos parece que nos lancen sacudidas de energía. "Es como el arte del talismán, del amuleto (piedra, madera, metal, verbo, sonido, etcétera) que, en los casos más profundos, parecen iluminarnos y acercarnos al centro del Universo, (...) a la idea de Absoluto". Para Tàpies, un Cristo románico no es una simple escultura: es una forma de espiritualidad. Este para mí es el tema de la exposición. Los objetos que se exhiben no son objetos convencionales, son objetos mágicos que nos hablan de la muerte y de los enigmas de la vida; son objetos de la divinidad. En este sentido encuentro muy significativo el gesto de Jean Genet cuando se dirige a las vitrinas de arte antiguo y explica que tiene miedo; tiene miedo porque recupera o quiere recuperar con afán didáctico aquella espiritualidad, aquella magia original que poseen los ídolos y que queda esterilizada por las limitaciones cientifistas y/o formalistas. En la actitud de Genet o de Tàpies existe un mensaje, no es sólo una lección sobre cómo mirar, es también una sensibilidad y una manera de dialogar con las cosas.

¿Por qué calificamos como artísticos estos objetos que inicialmente eran ajenos a cualquier noción de estética? Es difícil de contestar, pero para mí existe una noción fundamental en el arte contemporáneo: lo que los románticos denominaban imaginación y, por extensión, la subjetividad o la sensibilidad. La imaginación y la sensibilidad son como una linterna que proyecta sentido en la oscuridad. Los relatos míticos o los objetos rituales no tienen contenido por sí mismos: son mudos, sólo responden a quien se dirige a ellos con su propia imaginación, con preguntas. Siempre se ha dicho que el arte exótico, arcaico o tribal ha influido en el arte contemporáneo. Mi generación ha seguido el proceso inverso; es el arte contemporáneo el que nos aproxima a este otro tipo de manifestaciones. El arte contemporáneo ha ampliado nuestra percepción, nos ha enseñado a observar, ha intensificado nuestro sentido de la realidad, nos ha hecho tomar conciencia de una dimensión metafísica en las cosas.