Exposiciones

Apóstoles de la piedra

El próximo día 29 se inaugura en Pontevedra la isla de las esculturas

25 julio, 1999 02:00

Doce escultores han vestido de largo esta isla semisalvaje, esta "xunqueira" natural que surge de las aguas del río Lérez en la cuidad de Pontevedra. Röckriem, Casás, Long, Holzer, Anselmo, Croft, Hamilton Finlay, Leiro, Graham, los Poirier, Velasco y Morris han intervenido el paisaje con sus esculturas. Obras de arte contemporáneo que acompañarán, a partir del próximo jueves, a los visitantes de esta isla. Se trata de un proyecto que, enmarcado en el Xacobeo 99, pretende hacer del lugar un espacio para el descanso y la reflexión. No es un museo al aire libre, ni un parque de esculturas, son obras asimiladas al entorno, obras para paseantes.

No siempre el paseante encuentra un lugar tranquilo para dejarse llevar; un lugar para pensar, para reflexionar, donde nada interrumpa el caminar. Este espacio, este sendero melancólico y soñado, quiere ser la Isla de Esculturas. Un parque natural de 70.000 metros cuadrados y a diez minutos del Parador de Pontevedra, en el que doce artistas han tenido la oportunidad de realizar doce piezas totalmente enraizadas con el entorno, con la historia, y, siempre, con materiales -piedra- autóctonos.
Se trata de una intervención en el paisaje con obras de arte contemporáneo. Rosa Olivares y X. Antón Castro son los dos artífices de este proyecto patrocinado por el Xacobeo 99 y que ha reunido a doce figuras de la escultura internacional -muchos de ellos sin obra expuesta en nuestro país-. Robert Morris, Richard Long, Ulrich Röckriem, Ian Hamilton Finlay, Francisco Leiro, José Pedro Croft, Giovanni Anselmo, Anne y Patrick Poirier, Fernando Casás, Enrique Velasco, Jenny Holzer y Dan Graham, los doce dejarán sus obras en esta isla fluvial; una colección permanente en un marco incomparable: la Isla de la Xunqueira de Lérez.

Seis meses, cien millones
Como en la mayoría de los proyectos de este tipo, el tiempo y el dinero siempre juegan en contra: en un plazo récord de seis meses, con 100 millones de pesetas y con la paciencia y entrega de los dos comisarios, ha sido posible llevar a buen término lo que hace tres años era un sueño imposible. "He paseado por la isla durante años -comenta Antón Castro- y fue hace tres cuando se me ocurrió poner en marcha algo así. El impedimento siempre había sido el dinero". Rosa Olivares y Antón Castro idearon este "museo natural" hace más o menos un año y se les ocurrió enmarcarlo dentro del Xacobeo. "La idea que teníamos -continúa Antón Castro- estaba muy relacionada con la piedra, piedra que es la base de todas las iglesias románicas que hay en Galicia, y con el camino, camino que une a Europa con nuestra tierra. Por otro lado, la piedra, material único de las doce esculturas de la isla, ha marcado la historia de Galicia hasta la actualidad. Verdaderamente existe un culto a la piedra".
Los comisarios han querido respetar en todo momento el carácter semisalvaje de la isla, de tal manera que las piezas han quedado totalmente asimiladas al paisaje; el visitante las ve, pero no le molestan, no irrumpen en la naturaleza como algo ajeno, sino que pasan a formar parte de ella. Los artistas han trabajado el espacio desde dentro. "En todas las piezas hay un concepto romántico de enfocar las intervenciones -dice Rosa Olivares-, no se trata de decorar la isla. Los escultores también han hecho incapié en esto". A pesar de que los políticos insisten en vallar todo el espacio, los comisarios no quieren ni oir hablar del tema. "La gente tiene que asumir que las piezas son de todos. Además es igual de terrible que alguien haga una pintada en un árbol que en una escultura. Todo es naturaleza; nosotros somos naturaleza", comenta Olivares, que basa en esta idea su texto realizado para el catálogo que se publicará el próximo mes de septiembre.
Es este un proyecto único en la península. Un proyecto, además, que requería la presencia de artistas muy concretos, con experiencia en esculpir en granito (solamente Dan Graham no había realizado nada en este material) y, por supuesto, con un interés grande por fusionar, en una pieza exclusiva, arte y naturaleza. Por eso la selección de los escultores ha sido muy importante: una elección muy personal que se debe únicamente a los dos comisarios. Los ocho artistas en los que se pensó al principio se han convertido en doce. Sólo un cambio de última hora: Robert Morris ha sustituido a Mario Merz. "La presencia de los gallegos era casi obligatoria, ellos conocen el espíritu que envuelve a esta isla. En cuanto a los demás -asegura Rosa Olivares-, buscábamos a artistas comprometidos con la naturaleza, no queríamos sólo nombres famosos. El poco tiempo que había para realizar las obras también ha limitado la selección. De todos modos, están los que tienen que estar". Resulta difícil pensar que alguien lo hubiera podido hacer mejor. Las intervenciones han sido un éxito y, en Pontevedra, las "xunqueiras" han dejado de ser las únicas protagonistas y ya se habla del lugar como de "la Isla de Esculturas".

El tiempo y el espacio
José Pedro Croft (Oporto, 1957) fue el primero en cruzar el río Lérez y empezar a trabajar en su obra: una casa de piedra gris, sin puertas ni ventanas. Sólo los árboles parecen poder entrar en este singular hogar. Es un pedazo construido del paisaje. "Yo planteo una estructura sencilla", dice Croft, "que trata de reflejar las tensiones espaciales. Por un lado, está el granito estático, que nunca cambia, que representa la inmovilidad. Por otro, los árboles, siempre diferentes". Desde la orilla de enfrente, el paseante se encuentra también el reflejo de la casa en el río, un espejismo que nunca es el mismo, que el agua mueve y remueve hasta la eternidad. "He trabajado con mármol muchos años, así que la piedra no me era muy ajena -dice-. Además, es un privilegio estar incluido en este grupo de artistas".
El paso del tiempo, la inmovilidad frente al cambio no son temas exclusivos de la obra de Croft, son las reflexiones que plantean la mayoría de las piezas. Ulrich Röckriem (Dösseldorf, 1938), expone un diálogo similar. Ha construido una columna de granito rosa de Porriño, de un metro cuadrado de ancho y cinco metros de altura, en la unión de dos caminos interiores de la isla. "En esta pieza se plantea un diálogo entre la verticalidad de la obra y la horizontalidad del río", comenta el escultor. "Además -dice-, propongo también dos concepciones distintas del tiempo: el fluir continuo del agua del río y la permanencia de la piedra".
Para Richard Long (Bristol, 1945) lo más importante ha sido el lugar, la isla en sí. "El arte no está sólo en los museos; de hecho, mi obra suele estar entre lo visible (un museo) y lo invisible (el desierto, los Andes). Entre una y otra están las cosas que me interesan, como este proyecto: un lugar en la naturaleza pero accesible a la gente". Su intervención tiene que ver también con el camino, es un sendero de granito blanco de 37 metros de longitud que, como él dice "resume las características de mi trabajo". Long pidió que fueran trozos sin tratar y que los pudiera levantar una sola persona. él ha colocado cada una de las piedras del camino, pero siempre ayudado por los alumnos de la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra.

Negro queso de tetilla
Una intervención bien distinta ha sido la de Francisco Leiro (Cambados, Pontevedra, 1957) que ha situado su salón de granito en el río, flotando en el agua. Se trata de una sala de estar compuesta por un sillón, una mesa de centro y una estantería en la que hay dos quesos gallegos de tetilla de granito negro, "los dos primeros quesos de tetilla que no son blancos -bromea Leiro-. Estaba en Nueva York (donde pasa la mitad del año) cuando me escribieron contándome el proyecto y me pareció muy interesante". Ha sido la de Leiro una de las esculturas más complicadas: 20 toneladas de piedra flotan gracias a una estructura de madera, flotadores y contrapesos. La tapa de la mesa, de cristal, hace las veces de visor de un mundo submarino.
La pirámide es una de las formas más características de los trabajos de Dan Graham (Illinois, 1942) y, aunque normalmente las realiza en cristal o aluminio, la piedra es la materia prima de ésta, colocada junto al río Lérez. De nuevo lo fugaz y lo permanente. "Cielo acortado" es la frase que Giovanni Anselmo (Borgofranco d’Ivrea, Italia, 1934) ha escrito sobre su bloque de granito de 22 centímetros cuadrados y casi metro y medio de alto, en un intento de acortar la distancia entre cielo y tierra, de reducir el infinito.

Obras para paseantes
La idea de que estas son esculturas para los que recorran la isla, la acentúa la obra de Jenny Holzer (Ohio, 1945): ocho bancos en el paseo central enfrentados al cauce del río. En la superficie de piedra, Holzer ha escrito doce frases en cada uno de estos asientos: "Pretendo que estos bancos, que son obras de arte, se conviertan en objetos de uso normal, de manera que el objeto artístico cumpla también su misión. Quiero que el paseante se siente, lea los mensajes y reflexione". "Conocerse a uno mismo permite entender a los demás; Todas las cosas están delicadamente entrelazadas", son dos de las frases que Holzer propone al visitante que, ante esta explosión de sinceridad no puede permanecer al margen.
Fernando Casás (Gondomar, Pontevedra, 1946) trabaja con la naturaleza desde 1967 (es uno de los precursores del land-art en nuestro país) y tiene en común con Long y Röckriem el hecho de que los tres han participado en el proyecto de Arte y Naturaleza de Huesca que, desde 1995, ha venido impulsando la creación e instalación de esculturas en recónditos emplazamientos de la montaña. En esta ocasión, Casás ha ideado un pequeño bosque talado, 36 troncos de árboles de granito negro, como si un huracán hubiera pasado por la isla. "Creo que a partir de un determinado momento el entorno es parte de la propia obra y, en proyectos de este tipo, la relación se hace mucho más intensa". El número 36 proviene de la tradición hebrea según la cual 36 personas ocultas controlan el universo, y es que "mi obra no es de las que impactan; funciona porque está oculta, como la propia naturaleza", dice.
Más a la vista están los dos caminos de granito de Enrique Velasco (Pontevedra, 1954) que se elevan sobre la rivera del río, por debajo del nivel del paseo central. "La vida es un camino -dice Velasco- y hace tiempo que mi obra se centra en esta concepción". No ha querido utilizar ni un gramo de cemento y ha respetado la vida subterránea de las especies animales, por eso los dos senderos se elevan 90 centímetros sobre el suelo, una altura semejante a la de los juncos que, cuando crezcan, harán que los caminos "floten" sobre un mar de "xunqueiras". Una fuerte carga simbólica envuelve esta intervención.
Todos los artistas invitados a participar en este proyecto se han desplazado a la Isla de la Xunqueira de Lérez. Ver el lugar, medir, valorar el clima, la geografía, se hacía imprescindible para montar estos trabajos. Solamente Ian Hamilton Finlay (Nassau, Bahamas, 1925) no ha podido visitar Pontevedra durante estos meses de intenso trabajo. Su delicada salud y su ya conocida agorafobia -siente angustia ante los espacios abiertos- no le han permitido salir de su taller. Sus ayudantes han traído los tres medallones creados por el escultor y los han colocado en tres eucaliptos al final de la isla. Son piezas de pizarra verde y en cada una reza una evocadora leyenda: "Petrarca", seguido del número de un soneto del poeta renacentista, uno de los primeros en fijar el concepto de paisaje como una construcción mental del que observa. Son versos sobre amor y soledad que forman parte de una pieza romántica y decadente. De nuevo, obras para paseantes.

El último laberinto del siglo
Paralelo al río han realizado Anne y Patrick Poirier (Marsella, 1941; Nantes, 1942) su intervención. Es un jardín de 3.000 metros cuadrados de piedras y plantas. Un camino de arcos levantados sobre lápidas de piedra conduce hasta un gran cerebro de granito, un mundo aparte, realizado fuera de la isla, en la orilla de enfrente, y para ser contemplado desde ella.
Robert Morris (Kansas City, 1931) ha sido el último en llegar, su obra será la única que no pueda verse terminada el día de la inauguración (el próximo jueves), no sólo por el poco tiempo que ha tenido, sino por lo costoso del trabajo. Morris ha ideado una de las obras más espectaculares del conjunto y una de las que mejor ha sabido captar la historia del lugar: el escultor ha construido un laberinto en recuerdo del de Mogor (uno de los primeros descubiertos en Europa, que data del 3000 a.C.). Elevado a pocos kilómetros de su referencia arqueológica, el laberinto circular, de dos metros de alto, está coronado por una cubierta de pizarra. Será el último laberinto del siglo XX.
"Entre todos hemos conseguido hacer un espacio de enriquecimiento intelectual y de descanso, hemos logrado un paseo que, en ningún momento, se ve interrumpido por las obras", comenta Olivares. La comisaria asegura que la isla no nace con ánimo de museo, ni de parque, sino de ser un espacio abierto al público, con espíritu de libertad absoluta. Se ha intentado mantener la idea que los vecinos de la zona tienen de la Xunqueira: una isla familiar, donde juegan los padres con sus hijos, donde hacen ejercicio los que más se cuidan, donde las parejas buscan la intimidad, donde el paseante encuentra la paz.