Image: Michael E. Smith, minimalismo y entropía

Image: Michael E. Smith, minimalismo y entropía

Arte internacional

Michael E. Smith, minimalismo y entropía

La obra de corte minimalista del artista de Detroit se instala con sigilo en galería y museos de todo el mundo

18 abril, 2018 02:00

Una luz de un láser recorre varios espacios hasta finalizar en dos carcasas de teléfonos. Michael E Smith en Kunsthalle Basel

Minimalista confeso, Michael E. Smith (1977) ocupa discretamente espacios que carga de un eco demoledor aunque el significante sea, muchas veces, apenas perceptible. Estadounidense de Detroit, Smith ha tenido un seguimiento importante por parte de galerías e instituciones europeas de todo rango y escala, en las que ha desplegado el sucinto quehacer escultórico que le ha situado entre los grandes renovadores del género. A la exposición que estos días puede verse en la planta superior de la Kunsthalle de Basilea le han precedido recientemente muestras individuales en el SMAK de Gante, el PS1 de Nueva York, De Appel en Amsterdam o el CAPC de Burdeos, y sus exposiciones en las galerías Andrew Kreps en Nueva York, Zero en Milán, y, sobre todo, la más reciente en KOW Berlín, no han pasado inadvertidas para el aparato crítico, que ha visto una contribución indispensable a la escultura de nuestro tiempo en su intrigante yuxtaposición de materiales a la luz de la decadencia de las sociedades industriales y el advenimiento de la economía digital.

Conocer el contexto en el que creció Smith es fundamental para entender las particularidades de su obra. Detroit, ya sabemos, fue uno de los centros industriales más importantes de Estados Unidos pero su clamoroso desmantelamiento sumió a la ciudad en un tenebroso estado de precariedad y decadencia. Michael E. Smith buceó en el hundimiento de su ciudad, asumiendo, como fondo, la lógica del desastre, un examen de las posibilidades de revitalización y regeneración del tejido social y la preocupación por los estragos que se producen en el medioambiente. Resultan significativas las estrategias formales a las que acude para tratar asuntos de semejante calado, pues las suyas son operaciones de una sorprendente austeridad y sencillez, levísimos gestos que articulan la individualización y aislamiento en el espacio de objetos fabricados y otros, la mayoría, encontrados procedentes del mundo industrial, vegetal y animal. En ocasiones, los elementos encontrados son sometidos a una deconstrucción que no sólo los despoja de su función sino que los emplaza a un desconcertante estado de esencialidad. Están, literalmente, en los huesos. En De Appel mostró taladros a los que acoplaba largas y esbeltas hojas de cactus -al final acababa pareciendo una hélice, como si, en su nueva funcionalidad, el taladro renovase su existencia-, o la estructura de un calefactor amarrada a una chaqueta que, no sabemos cómo, se erguía verticalmente en clara actitud animista. Este extrañamiento no surge solamente de la deconstrucción o limitación de dicha función, pues igualmente son los objetos que no toca y que simplemente descontextualiza los que producen efectos insólitos que apelan, a menudo, a un ejercicio de percepción que trasciende lo visual, situándose en un plano de gran intensidad emocional. Al comienzo de su exposición en Basilea, Smith ha situado dos butacas de estilo modernista al final del primer tramo de escalera. No sólo ha transformado su sentido. Si uno se acerca observará las manchas, los roces, los descosidos, la despigmentación y el olor de toda una vida de uso de estas sillas. El sujeto no siempre está plenamente ausente de sus trabajos, como tampoco lo están el contexto histórico al que pertenecen ni las historias, con minúscula, que vivieron.

Instalación de Michael E. Smith en Kunsthalle Basel. Foto: Philipp Hänger

Las exposiciones de Michael E. Smith se acogen a un minimalismo radical en las que el protagonista sería el gran vacío que rodea sus trabajos, si estos no tuvieran el impacto que muchas veces producen y que acaban atestando psicológicamente los espacios en los que se encuentran. En la sala principal de la planta superior de la Kunsthalle, un espacio de una altura descomunal, tardamos en advertir la presencia huidiza de una pila de ropa de diferentes tonalidades de blanco. Se encuentra torpemente colgada de una viga, a siete ocho metros de altura. Como en la butacas de la escalera, Smith plantea la tensión entre presencia y ausencia pues la pila quiere ser un cuerpo, y no es otra cosa que el positivo del cuerpo que huyó. En una estrategia típica del artista, es a la salida de la sala cuando advertimos que había una pequeña pieza en la entrada, en un ángulo muerto para quien por ahí pasa, no así para la obra, que, vigilante, nos observa detenidamente al entrar. Son los pantalones de un chándal que cuelgan a baja altura del muro y que esconden en su interior un balón o una esfera, con la que opone la geometría al carácter orgánico del cuerpo.

Ya hemos vivido cierta intensidad en la exposición y todavía no ha llegado lo mejor. Debajo de la pila de ropa blanca, algunos metros más allá, la luz de un láser nace del muro. Vemos su recorrido a lo largo de toda la sala hasta el siguiente espacio. El láser parece golpear un fino poste de metal que hace que el hilo de luz se bifurque. Este poste es una pieza independiente, pero no se puede disociar de lo que está por venir. Ya dividida, la luz prosigue su camino hasta el muro final donde dos pequeñas superficies acogen los haces, emulando, tal vez, la forma de dos pulmones o, algo, en cualquier caso, palpitante, vivo. Son dos carcasas de teléfonos inteligentes. Tienen su vidrio quebrado, pero, sí, parecen haber pasado a otra vida tras la muerte de sus propiedades funcionales, algo muy común, como hemos visto, en el trabajo de Smith. Todavía debemos acercarnos a estas dos pantallas algo más para comprobar que, en su interior, el artista a colocado ristras de LSD, como si fueran -lo dice él mismo- iconos de aplicaciones psicodélicas.

Instalación de Michael E. Smith en Kunsthalle Basel. Foto: Philipp Hänger

Yo no sabia que el LSD había sido inventado en Basilea. Después de ver la exposición, me acerqué al Kunstmuseum a ver la muestra -estupenda- Basel Short Stories, en el que la institución presenta una sucesión de "cápsulas" sobre diferentes momentos históricos de la ciudad de Basilea ilustradas con piezas de la colección. Se narran el paso de Erasmus o Nietzsche, el Congreso de Paz de 1912 y también la creación del LSD por el químico suizo Albert Hofmann. En su pieza, Michael E. Smith acude claramente a un elemento narrativo específico de la ciudad de Basilea. A mí me solía parecer interesante que las piezas de Michael E. Smith fueran específicas sólo de sí mismas o, a lo más, del espacio físico en el que se sitúan. Me desconcertó que se ciñera al espacio desde una perspectiva narrativa, y aún estoy pensando si eso me gusta o no, aunque la pieza es, decididamente, extraordinaria en su formulación.

Ya a la salida -o debería decir a la entrada, pero yo me la perdí, tal era su discreción- una "cosa" vertical se ceñía a un muro escorado hacia una esquina en la zona de las escaleras, fragmentos de una puerta a los que Smith aplicaba unos cortes curvos para adaptar en el espacio liberado una suerte de cajetines de fibra de vidrio que contenían plumas de aves. Son de verdad asombrosas las soluciones de Michael E. Smith. Al fondo vemos el gran cuadro clásico perteneciente a las colecciones suizas que gobierna todo el espacio y en el que un personaje alado acapara la composición y con el que, sin duda, dialoga la pieza del artista. Se trata de El despertar del arte en el Renacimiento, del pintor local Ernst Stückelberg, realizado en 1877 siguiendo las sugerencias del gran historiador suizo Jacob Burckhardt, que fue su mentor y a quien la exposición la citada muestra Basel Short Stories dedica también un capítulo. Mientras el cuadro de Stückelberg, que sigue la tradición romántica, contiene indudables tintes épicos en su búsqueda de un armónico ideal de belleza, la pieza de Smith se regodea en su propia inaptitud, resignadamente suspendida en un clima propio, taciturno y distópico.

@Javier_Hontoria