Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Restaurante Les Cols en Olot, 2011. Fotografía: Eugeni Pons

El pasado miércoles 1 de marzo se hizo pública la concesión del premio Pritzker 2017 al estudio español RCR Arquitectes. Se trata del reconocimiento a una trayectoria sostenida a lo largo de tres décadas y que, desde los márgenes, ha mantenido con firmeza su apuesta por la sigilosa creación de lugares y experiencias a través de una rigurosa abstracción.

Decía Richard Hamilton que una obra (de arte) tiene dos modos de relacionarse con el tiempo: bien marcando la hora mediante la inclusión de objetos de su época, bien sustrayendo cualquier detalle que delate el momento de su creación. Los últimos galardonados con el premio Pritzker, RCR Arquitectes, prefieren, de seguro, la segunda vía. El estudio de Rafael Aranda (Olot, 1961), Carme Pigem (Olot, 1962) y Ramón Vilalta (Vic, 1960) construye universos acotados y restrictivos, que suelen conformarse a partir de un material único y sus diferentes registros, carentes de revestimiento alguno. Todo en ellos parece haber sido fruto de un proceso de abstracción terminal, sin fugas al calendario, que no deja otra cosa que arquitectura, ese extraño vacío. Nada y todo, la obra de RCR funciona como un espejo negro: el usuario puede proyectarse sobre ese recipiente para ocuparlo de contenido e interpretación.



El Pritzker a RCR Arquitectes constituye el segundo galardón para la arquitectura española, tras el que se otorgó a Rafael Moneo hace casi dos décadas, en 1996. El reconocimiento llega después de unas últimas ediciones desconcertantes, en las que los laureados fueron figuras añejas como el alemán Frei Otto (2015) -quien falleció antes de recogerlo- o prematuras como el chileno Alejandro Aravena (2016). En esta ocasión, el jurado vuelve a fijarse en arquitectos empeñados en labrar su carrera desde el mismo seno de la disciplina, sin pensamientos laterales o deudas nostálgicas: RCR (o Aranda, Pigem y Vilalta) resulta una oficina sujeta a un notable consenso crítico, con una actividad creciente que abarca ya casi tres décadas de producción.



Sorprendentemente, se ha hecho un particular énfasis en lo notorio que resulta hacer cumbre desde Olot, una pequeña localidad de la provincia de Gerona. Sin embargo, relatar este reconocimiento como una fábula de meritoriaje periférico resulta casi ofensivo. Si un youtuber puede tener una audiencia global desde su dormitorio, ¿por qué no iba a conseguirlo un estudio de arquitectura, disciplina que, a fin de cuentas, es un lenguaje franco? Así, tras décadas como oficina de cercanías, Aranda, Pigem y Vilalta han abandonado su zona de confort -La Garrocha y alrededores- para convertirse en un estudio asentado en la globalidad. Esa aventura ha incorporado a su haber frutos apreciables desde hace casi un lustro: desde el Museo Pierre Soulages, en Rodez, al centro de arte La Cuisine, en el castillo de Nègrepelisse (Francia), la inminente mediateca de Gante o unos apartamentos de lujo recién concluidos en una isla artificial de Dubai. El salto se ha producido sin traumas, manteniendo las constantes de su trabajo; el camino de RCR refleja de manera precisa la transformación del mundo en las últimas décadas, un período en el que se han diluido los peajes tradicionales asociados a los centros para que sea posible crear desde la independencia académica y geográfica.



Estadio de atletismo Tussols-Basil en Olot, 2000. Fotografía: Hisao Suzuki

La obra de RCR se entiende como una perpetua construcción de ambigüedades. Sus primeras propuestas, los pabellones y casas de mediados de la década de 1990, resultaban desconcertantes: volúmenes herméticos que, más que arquitectura, parecían referir al mundo del arte y casaban mal con una era de prodigiosas aventuras formales. Se trataba, como viene a ser habitual, de una impresión errónea. Por muy concreta que sea, la obra de RCR funciona más a partir de la experiencia que de la observación. Solo así es posible entender el paseo por la pista de Tussols-Basil (1991-2001), la secuencia de ampliaciones del restaurante Les Cols en Olot -culminada con una asombrosa carpa metálica en 2012- o el espacio público La Lira en Ripoll (2011). Son arquitecturas conformadas por lo que hay entre las cosas más que por las cosas mismas; materias primas que solo se pueden percibir mediante la experiencia directa como el entorno, la transición entre la luz y la sombra o las temperaturas.



Hay un pequeño pabellón en el jardín del estudio de RCR en Olot, una antigua fundición rescatada de la ruina y reconvertida sin excesivas amnesias. En el edículo, infiltrado de vegetación y concisas placas metálicas, uno de los soportes lleva grabada una escala métrica que registra, a la derecha, unas medidas en centímetros y, a la izquierda, a qué corresponden. A lo largo del pilar se alternan proyectos del estudio y obras ajenas que, hasta donde alcanza la vista, siempre son de Mies van der Rohe: altura de la entrada a la Facultad de Derecho: 2,42 m; techo de la planta tipo de los Apartamentos de Lake Shore Drive, en Chicago: 2,55… Esas dosis precisas de arquitectura, cotas como ingredientes, constituyen buen resumen de la actitud de Aranda, Pigem y Vilalta, empeñados en la respuesta justa, en todos los sentidos de la palabra.