Museo Soulages, 2014, Rodez, Francia. Foto: Hisao Suzuki

La Arquitectura está hoy de fiesta. La arquitectura española, de celebración. El mayor reconocimiento mundial a la trayectoria profesional de un arquitecto -The Pritzker Architecture Price-, conocido como el Nobel de la arquitectura, ha sido otorgado (veinte años después de recibirlo en 1996 el único arquitecto español que ha sido galardonado hasta la fecha con este premio, Rafael Moneo) a la oficina catalana RCR Arquitectes integrada por Rafael Aranda (Olot, 1961), Carmen Pigem (Olot, 1962) y Ramón Vilalta (Vic, 1960).



La Arquitectura, el mayor artificio creado por el hombre frente a la Naturaleza, hoy se escribe con mayúsculas gracias al trabajo y buen hacer de apenas un puñado de obras levantadas con gran precisión y respeto, con enorme acierto y sensibilidad a esa su gran rival, la naturaleza. Porque la naturaleza cuando tiene la fortuna de acoger una obra de estos arquitectos, se hace más bella; porque la arquitectura, cuando tiene la responsabilidad de compartir su espacio con la naturaleza, aprende de ella y se hace mejor.



No tienen más que visitar con sus propios ojos, y sus pies y sus manos, y con sus oídos y su corazón -porque esta arquitectura no se puede entender de otra manera si no es con todos los sentidos en alerta- cualquiera de los delicados pabellones de acero construidos en las inmediaciones de Olot, la sutil pista de atletismo de Tussols-Basil insertada en un frondoso bosque de robles o el Parque de Piedra Tosca en Girona, con sus taludes y trincheras, para darse cuenta de que están en una fiesta, de que están participando de esa extraña sensación que se produce escasas veces cuando todo está en su sitio, cuando todo está bien, cuando apenas hay que mover o tocar nada, pues el equilibrio entre la obra construida y la naturaleza que la soporta es perfecto.



La obra de RCR Arquitectes, en muchos casos entrevelada entre el pensamiento y la precisión de Mies van der Rohe y la sensibilidad e inteligencia del maestro Enric Miralles, ha demostrado con creces una arquitectura que merece esta distinción, y que ya estaba tardando en llegar: el uso y el conocimiento que de los materiales demuestran, sacando el máximo partido a sus texturas, su durabilidad o su geometría, así como la manera de utilizarlos, abstracta y arriesgada en muchos casos, provoca que los materiales estén siempre dispuestos a recibir con agrado la luz o la humedad, a reflejar en ellos el paso del tiempo, a envejecer con dignidad, sin botox, apaños ni liposucciones tan a la moda en las arquitecturas más recientes. Así, los materiales se transforman, como si tuvieran vida, logrando la integración entre los edificios y sus entornos, ya sean naturales o urbanos. Y lo logran en la difícil situación de resolver la escala pequeña de una vivienda unifamiliar o la escala mayor de un polideportivo; en la intervención en un medio natural o en la construcción en un vacío urbano; en la creación de un parque o en el proyecto de un museo. Y permítanme recordar que no todos los arquitectos son capaces de responder con el mismo nivel de calidad y exigencia a todos estos parámetros a la vez, por lo que la valía de estos arquitectos catalanes es, aún si cabe, mayor.



"Escribo para que me quieran", decía Federico García Lorca. Mi más sincera enhorabuena a Pigem, Aranda y Vilata que sin duda, hacen arquitectura para que la quieran.



@raul_delvalle