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Vivir en la era de la imagen nos hace olvidar que durante siglos esta solo estaba reservada para unos pocos. Las élites utilizaban sus retratos para proyectar poder y alianzas, mientras que la mayoría solo podía contemplar el mundo a través de las iglesias o las fachadas de los palacios.

Ahora, en plena saturación, la llegada de la inteligencia artificial atemoriza porque reabre la pregunta sobre qué lugar ocupan las imágenes en nuestras vidas.

Bajo esta premisa surge El sueño de la razón, exposición de la Fundación Telefónica en colaboración con el Museo Universidad de Navarra, que recorre el Siglo de las Luces, con el dibujo y el grabado científico del siglo XVIII, hasta la revolución actual de la IA, para descifrar el papel de la imagen y la tecnología en nuestra forma de entender el mundo.

Con más de 300 piezas procedentes del Museo Universidad de Navarra y la colección Fernández Holmann, la muestra arranca en el siglo XVIII, con la Enciclopedia de Diderot y d’Alembert (1751- 1772), símbolo de la liberación del conocimiento frente al control monárquico y religioso.

Aquí, la pionera combinación de texto e imagen da origen a una nueva cultura visual, capaz de documentar el mundo con una objetividad y precisión que sentó las bases para el desarrollo científico posterior.

Arte y ciencia siempre han ido de la mano. Mientras una estudia el mundo desde la observación y el análisis, la otra lo transforma mediante la imaginación, pero ambas son responsables de renovar nuestro concepto de la realidad.

Una realidad que intentaron explicar los más de 72.000 artículos de la Enciclopedia—obra de Rousseau, Voltaire y Montesquieu—desde la anatomía hasta la astronomía, reflejando la ambición ilustrada de contar todos los ámbitos desde el conocimiento científico.

Esta búsqueda se aprecia también en los numerosos grabados de plantas y flores del siglo XVIII, expuestos en la muestra: obras de los botánicos Ehret, Trew y Bateman que muestran cómo arte y ciencia se aliaron para ilustrar con rigor plantas, frutos y flores, buscando representar y clasificar el mundo natural con exactitud y belleza.

No en vano decidió Napoleón llevar consigo 167 científicos y 2.000 artistas en su expedición a Egipto en 1798: las pirámides y toda la riqueza cultural del país debían ser estudiadas y documentadas con el máximo rigor y detalle.

Allí, el emperador francés fue derrotado militarmente por los ingleses, pero volvió a París como un héroe gracias a los extraordinarios hallazgos científicos y artísticos del viaje.

Grabados de Egipto en la exposición 'El sueño de la razón'.

De ellos nació la monumental Descripción de Egipto (1809–1823), compuesta por 23 volúmenes de textos, grabados y dibujos que abarcan desde templos faraónicos a la flora y fauna, y que son grandes responsables de la imagen estereotipada que hoy tenemos de lo que es Egipto.

Esta obra no solo impulsó la egiptomanía que llega a nuestros días —con la inminente apertura del Gran Museo Egipcio de El Cairo en noviembre —y la investigación en Europa, sino que anticipó el desarrollo de la fotografía, que aparecería apenas una década después de la publicación del último volumen.

Si el emperador francés hubiese contado con al menos un daguerrotipo, hoy habría otra decena de volúmenes sobre su expedición, más allá de las ilustraciones y grabados.

Al menos se conservan las de fotógrafos como Maxime Du Camp y Teynard, quienes, ya en el siglo XIX, capturaron jeroglíficos y paisajes con una precisión inédita, gracias a la consolidación de la fotografía a partir de 1839. El daguerrotipo dio paso al calotipo, permitiendo la reproducción masiva de imágenes, y poco a poco se gestó una auténtica revolución visual.

A partir de 1850, surgieron estudios fotográficos locales que replicaron los modelos europeos y alimentaron el incipiente turismo tras la apertura del Canal de Suez. Los hermanos Zangaki, junto a Bonfils y McDonald, documentaron paisajes desérticos y tipos populares, mientras que Béchard aportó encuadres originales que se alejaban de la mirada turística convencional.

Las fotografías de estos pioneros dialogan con piezas actuales como Storms (2021), proyecto audiovisual de Quayola.

En esta obra, el artista italiano traslada el estudio del paisaje tradicional al medio digital, utilizando grabaciones en ultra alta definición de los mares agitados de Cornualles como base para producir composiciones visuales. Estas creaciones no buscan copiar la naturaleza, sino transformarla mediante algoritmos.

Otras obras contemporáneas dialogan con las piezas del siglo XVIII, como ScanLAB Projects, un recorrido inédito por Ecos en la luz. Fragmentos del Foro Romano (2025), que dialoga con los icónicos grabados de Roma de Giovanni Battista Piranesi, utilizando tecnología de escaneo láser (LiDAR) para reconstruir el Foro romano en tres dimensiones.

La tecnología actual también es pieza fundamental de Miríada. Tulipanes (2018) de Anna Ridler, quien recopila miles de imágenes de tulipanes para entrenar algoritmos de inteligencia artificial y generar nuevas flores digitales.

Ridler demuestra que, aunque la máquina produce las formas, la sensibilidad, las reglas y las excepciones del proceso siguen en manos humanas.

Miríada, Tulipanes (2018), obra de Anna Ridler.

Al respecto, Ignacio Miguéliz, comisario de la exposición junto al fotógrafo Valentín Vallhonrat, es claro: "La susceptibilidad de ahora hacia la IA es la misma que tuvo la fotografía con la pintura".

Recordar que, en su momento, los pintores decían que era la máquina quien hacía la imagen y los fotógrafos analógicos que era la máquina la que producía la fotografía digital ayuda a ver, apunta Miguéliz, un motivo de optimismo ante la irrupción de las nuevas tecnologías: cada revolución técnica ha abierto caminos creativos después del recelo inicial.