De formación autodidacta, Agustín Ibarrola (Basauri, 1930- Bilbao, 2023) se inició como pintor teniendo como referentes a Aurelio Arteta y Daniel Vázquez Díaz, de quien recibió su magisterio en Madrid. Fue uno de los promotores del Equipo 57 (1957-62), un colectivo de artistas que se reconocían en la herencia de las poéticas racionalistas y constructivistas de las primeras vanguardias artísticas europeas. Desde entonces, siguió actualizando, mediante un uso libre de poéticas abstractas o figurativas, varios de los postulados del Equipo 57 como el de la incorporación del arte en la vida cotidiana y el de la interactividad del espacio plástico.

Tras rechazar un contrato con la galería de Denise René en París, dado que en ese tiempo se oponía a las estructuras del mercado del arte, vuelve a Euskadi en 1961, y comienza a recrear un imaginario obrerista al tiempo que prosigue en sus investigaciones estéticas y espaciales en diálogo con el contexto social-histórico. Interesado en socializar la experiencia artística, defendió un arte crítico y comprometido a través del grupo Estampa Popular de Vizcaya que fue una sección del colectivo creado en Madrid en 1959. Participaron artistas y poetas que simpatizaban con el Partido Comunista. Algunos como Ibarrola, Vidal de Nicolás y María Dapena fueron encarcelados por sus actividades.

Ibarrola además del periodo 1962-65, padeció prisión por su militancia antifranquista en 1967 y en 1973. Fue uno de los más activos impulsores de los Grupos de la Escuela Vasca a mediados de los años sesenta, siendo el mentor principal del Grupo Emen (1966-67) en Bizkaia, que a diferencia del resto —Grupo Gaur en San Sebastián, Orain en Vitoria y Danok en Pamplona—, defendía una dinámica asamblearia y de poéticas abiertas. Tales grupos imbricaban acción vanguardista, cultura popular y disidencia antifranquista. Pero no eran ajenos a querellas y diferencias internas sobre lo que se consideraba arte vanguardista y compromiso político, que se manifestaron asimismo en otros eventos como Los Encuentros de Pamplona (1972), la II Muestra de Arte Vasco en Baracaldo (1973) y la Bienal de Venecia (1976).

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En 1948 conoce a Oteiza, con quien mantendrá una amistad duradera y cooperará en diferentes iniciativas artísticas: entre ellas la creación de la Escuela de Deba (1969-1971) donde compartió docencia con Oteiza. También impartió clases entre 1980-1985 en la Facultad de Bellas Artes; no obstante, quedó truncado su deseo de proseguir en la docencia al carecer una titulación universitaria.

La pintura de Ibarrola, sobre todo en los años sesenta y principios de los setenta, da forma a un imaginario de signo social y principalmente obrerista mediante una figuración expresionista que deriva hacia una composición abstractizante. Ese modo singular de sublimar de modo plástico una identidad obrera y contestataria será una de su sus contribuciones mas sobresalientes. Con posterioridad transitó por prácticas escultóricas en las que emplearía materiales encontrados (traviesas de ferrocarril, cartones), hierro o granito, con una poética a veces figurativa y otras abstracta y geométrica.

Es muy relevante su obra gráfica de los años setenta y principios de los ochenta, basada mayoritariamente en el grabado xilográfico, emblemas magníficos del arte implicado. Otra magnífica serie, de mediados de los setenta, es Paisajes de Euskadi, con apropiaciones del Guernica, de Picasso, y será reinterpretado y homenajeado de nuevo en un gran mural de diez metros en 1977, que pertenece a los fondos del Museo de Bellas Artes de Bilbao.

Son verdaderos documentos de cultura a la vez que de disidencia frente al régimen franquista. Asimismo su defensa de la libertad democrática se prolongará en su oposición a la violencia terrorista de ETA y en su implicación con movimientos sociales como Basta ya! Por ello y por su alejamiento del imaginario nacionalista hegemónico padeció un prolongado ostracismo desde la transición hasta el final de sus días. Recibió el Premio Gure Artea a la trayectoria artística en el año 2011.

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Magníficas son también sus series de ceras de esa época. Las series de cartones pintados o dispuestos en instalaciones, las esculturas y collages construidas con papel de periódicos, o las instalaciones con traviesas de ferrocarril serán obras más sobresalientes de los años noventa. Su proyecto más ambicioso es la intervención sostenida desde 1983 a 1991 en el Bosque de Oma (Vizcaya). Este año se ha vuelto a restaurar esa intervención que había padecido daños. En ese proyecto condensa su enfoque sobre la interactividad estética en el espacio y la recreación performativa del paseante.

No obstante, se reconocen asimismo reminiscencias románticas así como del land art, favoreciendo una interacción de elementos naturales y humanos: no busca grafíar expresivamente un espacio natural y metamórfico sino darle forma mediante un concepto estructural. En palabras del propio Ibarrola en 1991: “Las imágenes del bosque tienen las máximas tensiones y relaciones, son un análisis completo de todo ese espacio. (…) Son ciclos en los que todo se regenera constantemente”. Llanes y otros lugares acogen otros proyectos de intervención en espacios naturales.

La de Ibarrola es una trayectoria, como artista implicado en la libertad formal y como ciudadano en las tomas de posición democrática, que ningún ostracismo o dogma puede eclipsar. Oteiza en 1987 se refirió a su amigo Ibarrola de este modo: “Veo un incansable Agustín que está cansado, que no ha podido transformar la injusta sociedad como quería, no hay adorno en tu pintura herida de hombre en sus encarcelados sitios (…), encarnando en tu pintura lo terrestre y más social y humano, en tu obstinada y generosa vida de pintor con los demás, nos hemos visto muchas veces solos”. Larga vida a su memoria.