Un espacio de unos pocos metros cuadrados ha sido suficiente para crear una galería de imágenes particular en la que la barrera entre realidad y ficción se diluye. Desde 1978 por el pequeño estudio de Eduardo Momeñe (Bilbao, 1952) han pasado figuras del mundo de la cultura como Ouka Leele, John Berger, Terenci Moix o Carlos Saura. Retratos y otras ficciones, exposición que le dedica ahora el Círculo de Bellas Artes, reúne una selección de esos retratos que ha realizado durante más de cuatro décadas. Sin embargo, “no es una antológica porque me gustaría seguir haciendo fotos”, reconoce.

Para esta exposición, el fotógrafo se ha centrado en algunos de los temas que más le han interesado a lo largo de su trayectoria: la figura, el retrato y el estudio, donde, aislado del mundo y recluido en su propia burbuja, huye del ruido. “Lo interesante -continúa- es que para mí es una máquina del tiempo porque desde 1978 las imágenes están tomadas siempre en esos pocos metros cuadrados. Es un no lugar”.

Pregunta. El estudio es el lugar en el se siente más cómodo. ¿Qué le aporta trabajar desde su “pequeño bunker”, como lo llama?



Respuesta. Me aporta aislarme, me aporta silencio. No trabajo con música, me gusta que todo sea silencioso. Muchas veces los fotógrafos nos callamos y dejamos que el tiempo pase, eso me permite ir lentamente y no corriendo de un lado a otro.

P. Desde la primera imagen de la exposición, fechada en 1978, hasta la última de 2023 han pasado casi cinco décadas de intenso trabajo. ¿Cómo diría que ha evolucionado su trayectoria?



R. Realmente la evolución la ha vivido el mundo, ha ido cambiando y han aparecido las tecnologías digitales, algo que me ha incitado al color porque siempre me gustó el blanco y negro. En lo que se refiere al concepto que tengo de la fotografía creo que se ha mantenido en el tiempo. Para mí la plantilla es un retrato del Renacimiento, me gusta ese orden, que las cosas estén bien puestas. La carga conceptual que pueda surgir a partir de ahí es bienvenida pero lo importante es la forma. Y tanto en 1978 como en 2023 he fotografiado colocando a las personas en el mismo sitio. Me gusta el orden.

P. El retrato es uno de sus grandes intereses y un género que podemos encontrar en todas las disciplinas artísticas. ¿Por qué interesa tanto a los artistas?



R. Quizá haya otros temas pero creo que el gran motivo del arte es el ser humano. Eso viene desde Grecia y Roma, luego llega el Renacimiento y todo el interés por el rostro humano, que realmente es lo más que habla, lo que más nos dice. Mi educación también deriva en el interés por la escultura clásica y la pintura y todo eso ha influido en mi manera de entender la fotografía. Siempre digo que el inventor de la fotografía de estudio fue el pintor Jan Van Eyck cuando pintó su autorretrato en el siglo XV. Desde entonces lo que hemos hecho han sido variaciones sobre el mismo tema.

P. Por su búnker han pasado figuras del mundo de la cultura como Terence Moix, Ouka Leele, Carlos Saura, John Berger, Luis de Pablo o Agatha Ruiz de la Prada. ¿Cómo se consigue crear una cierta atmósfera de cercanía e intimidad con los retratados y conectar con cada uno de ellos para obtener el resultado que uno quiere?



R. Hay personas con las que el reto es más formal: viene, le fotografías y se va. Pero creo que el retrato que uno quiere hacer tiene que ver con la persona que va a posar. Es un proceso de empatía, de buena educación, de cortesía y de dejar que la gente esté cómoda porque para quienes posan tampoco es fácil estar quieto delante de una cámara. Primero tienes que explicar lo que quieres obtener y crear un espacio en el que las cosas sean fáciles y cómodas. La persona no siempre está relajada porque el fotógrafo está jugando con la imagen que tiene de sí misma. Siempre digo que soy fotógrafo lento y algo pesado. Trato de tener control absoluto y le voy diciendo milímetro a milímetro hacia dónde mirar, si tiene que cerrar el ojo o poner el brazo de una determinada manera. Creo que eso relaja porque quien se pone delante tiende a pensar que tiene que hacer cosas importantes y no es así. Me gusta el control de la fotografía.

P. ¿Ha habido alguien que se haya resistido, alguien que no se haya relajado del todo? ¿Cuál ha sido el retrato más complicado?



R. Fue hace mucho y no era exactamente para mi colección de fotografías pero retraté a Leopoldo Calvo Sotelo cuando era presidente y me dijo: “le voy a decir una cosa, no soy fácil de fotografiar”. Es impresionante la razón que tenía.

La fotografía como ficción

P. Si bien la primera parte del título de la exposición alude a los retratos, la segunda se refiere a la ficción. ¿Qué es para usted una ficción en fotografía?



R. Es una palabra que cada uno la puede interpretar de una manera. Para mí poner a alguien delante de una cámara, pedirle que no se mueva y que mire hacia un determinado lugar es una ficción en sí misma, es una escena porque las personas no estamos así durante todo el día. Es una representación casi teatral. La idea de representación escénica y la palabra ficción para mí no tienen tanto que ver con que las cosas sean verosímiles o verificables como con el hecho de la escenificación, pero en el lugar del público hay una cámara y ahí es donde entra la parte ficcional de la fotografía.

P. En ocasiones a la fotografía se le pide retratar la realidad del mundo pero puede ser un medio tan subjetivo como cualquier otro porque es el fotógrafo quien decide qué capturar y cómo. ¿Qué opina?



R. Para mí la palabra verdad es incompatible con la fotografía. Lo que está claro es que la fotografía no va a decir nada sobre el mundo sino que va a enseñarte un trozo de él. La fotografía tiene una ventaja para los que no tenemos nada que contar y es que es muda y su relación con la verdad es muy frágil porque las imágenes no mienten pero tampoco dicen la verdad. Quienes mienten o dicen la verdad son las palabras que se ponen al lado. Yo juego con ese no decir. Si quieres saber que la persona que ves es Pepe, aunque enseñes un millón de fotografías de él nunca vas a saber quién es, ni qué le pasa ni dónde vive. Barthes decía que es una lengua sin habla y eso me gusta, no me gusta que hable sino que queden bonitas.

P. Es curioso que muchas veces se pregunta cómo podemos detectar que una fotografía es buena pero pocas veces qué hace de una fotografía que sea bonita.



R. Es algo muy subjetivo porque yo digo que me tiene que parecer bonita a mí, para quien está al lado quizá no lo es. Por eso yo me quedo con ese término tan degradado que es “qué bonita foto” porque es cuando quieres llevártela. Si no es bonita no te la llevas.

P. Eso nos lleva a pensar en el mercado del arte. ¿Cómo ve el reconocimiento de la fotografía en el mercado?



R. No me preocupa el mercado, tampoco el debate sobre si es arte o no lo es, me interesa que queden bien. Las galerías de pintura creen que la fotografía tiene que ver con la pintura, que son dos lenguajes que se tienen que tocar pero la fotografía se toca más con la palabra que con la pintura. Un escritor debería llevar una cámara y un fotógrafo un lápiz en la oreja por si acaso.

Seis horas y media de televisión

P. Su trayectoria ha caminado también junto a la televisión, medio para el que grabó La puerta abierta, un programa de 13 capítulos de cerca de media hora cada uno. ¿Cómo recuerda aquel trabajo?



R. Fue mucho trabajo en una época en la que no había ninguna plataforma para buscar información. Es un programa de los años 80 que en total tuvo seis horas y media de metraje que no fueron fáciles de llenar. Era un momento en el que si alguien quería un documental se tenía que ir Houston porque le habían dicho que había un trozo de una película en una universidad. Fue muy duro pero al cabo de los años resulta reconfortante porque ves que has hecho algo. Además, La puerta abierta tiene grandes documentos originales de autores que no se conocían. La televisión que lo produjo no apostó por moverlo y se ha convertido en un programa underground que va de boca en boca. Después de casi 40 años he sacado el libro de la serie de televisión.

P. Sin embargo, ahora estamos viviendo un momento en el que las imágenes nos inundan a diario. ¿Cree que se ha banalizado la imagen o que, por el contrario, tiene más importancia que nunca?



R. Yo creo que ni está banalizada ni tiene importancia. El fenómeno de las fotografías es sociológico. Lo que te permite una exposición de este tipo es refugiarte, escaparte de todo eso. Al cine le ataca menos, David Lynch no se preocupa porque la gente se envíe whatsapps con imágenes. Para mí la exposición es un refugio, no es el mundo social de las 40.000 imágenes. El museo es el espacio en el cual todo lo que va en serio se defiende de toda la banalidad que hay fuera. La fotografía es muy popular, todo el mundo hace fotos y películas pero como medio es una gran desconocida a la que hay que darle un par de vueltas porque no es fácil.