En 1962 Colita trabaja en el rodaje de Los Tarantos, película dirigida por Francesc Rovira i Beleta y protagonizada por Carmen Amaya. En uno de los descansos la bailaora se arrancó a bailar contagiando a los músicos que también se animaron a coger la guitarra para acompañarla. Aquel estallido de creatividad improvisado en un bar hizo que la fotógrafa se quedara “prendada” tanto de Amaya como del flamenco. Sin duda, fue su puerta de entrada a este arte del que suma más de 2.000 instantáneas. En una tarea casi titánica de selección 70 de ellas se reúnen, tras su paso por la Alhambra de Granada, en Colita flamenco. Un viaje sin fin, una exposición que se puede ver en la sala Andrea D’Odorico del Teatro Español de Madrid hasta finales de abril.

La muestra es tanto un homenaje a quienes protagonizan las imágenes como a la trayectoria de la propia fotógrafa. “El recorrido arranca en 1962 con su andadura en las barracas del Somorrostro y Montjuic. Entonces empieza un viaje por el flamenco en el que vemos unas fotografías de una joven de 22 años tan buenas como las que haría después”, apunta el comisario Francesc Polop. Víctima del síndrome de Stendhal, Colita ha buscado repetir el momento que vivió junto a Amaya y aunque ha disfrutado de “muchas satisfacciones con el flamenco” ninguna “ha sido comparable”.

Carmen Amaya en el rodaje de 'Los Tarantos' en 1963. Archivo Colita Fotografia

Clásicos como Carmen Amaya, Antonio Gades, La Chunga, Paco de Lucía, Lola Flores o Pepe Mairena son algunos de los protagonistas. Pero también figuras más actuales como Enrique Morente, Mayte Martín y un joven Miguel Poveda al que llamaban 'povedita' han pasado por el objetivo de Colita. “Estoy tan enamorada de este trabajo que la selección de las imágenes no ha supuesto un esfuerzo, cuando el trabajo es bueno el esfuerzo no cuenta ”, asegura.

La culpa la tuvo su padre

Cuando Colita tenía 12 años su padre le regaló una cámara y empezó a retratar perros y gatos, a sus familiares y amigos. “En verano esperaba a que mi padre llegara con las fotos que había hecho durante la semana reveladas. Era un gozo, el mejor juguete que podía tener”, recuerda. Hasta los 17 años estudió en el Sagrado Corazón y al acabar el preuniversitario de letras se trasladó a París para estudiar Civilización Francesa en la Universidad de la Sorbona. Tras este periodo regresó a Barcelona, donde conoció a Xavier Miserachs, Oriol Maspons y Catalá Roca, de quienes aprendió a mirar. “Vi cómo trabajaban los profesionales y estuve un año trabajando con Miserachs”. 

Cristina Hoyos y Antonio Gades en La Arboleda de Palamos. Girona, 1969. Archivo Colita Fotografia

Aquel aprendizaje le llevó, de la mano de Paco Rebés y José Caballero Bonald, al rodaje de Los Tarantos, una experiencia que se vio enriquecida con la venta de su primera instantánea. Fue la propia Carmen Amaya quien le pagó, cree recordar, en torno a las 500 pesetas, una cantidad que a la joven Colita le pareció “impresionante”. Su relación con la bailaora flamenca fue estrecha aunque no se puede decir que germinara en una amistad. “La fotografiaba con un gran respeto porque era la estrella del flamenco más grande del mundo. La trataba como a un ser superior, estaba a su servicio: le llevaba café, le compraba tabaco y comía en su casa pero no se puede decir que fuéramos amigas. Ella con quien mejor interactuaba era con su gente”, apunta. 

Sus imágenes, siempre en blanco y negro, transmiten una cercanía con los retratados que denotan que juntos se lo pasaban bien. De hecho, por eso le abrían las puertas de sus casas. Se trata de “caer bien al retratado, de interactuar con él, de ganarte su confianza y ser respetuosa y agradable”, enumera Colita. Para la fotógrafa se trata de un tema de educación pero añade un detalle más: “en aquella época los artistas eran mucho más accesibles que ahora. Llegabas a casa de La Piriñaca y la veías tendiendo la ropa, la seguías en su día a día. Te invitaban a un gazpacho, a una copa, a comer, te cantaban y bailaban”, recuerda.

Fernanda y Bernarda de Utrera, 1969. Archivo Colita Fotografia

Ahí está la primera foto de Peret, una imagen del Puerto de Santa María que tomó para Alberti (este le contestó con un poema) o un joven Paco de Lucía al que fotografió sin camisa y con un pañuelo al cuello en un bosque. Colita se siente agradecida porque le dieron “todas las facilidades del mundo”. Excepto Antonio Ruiz, que solo le permitió retratarle mientras actuaba. En la recta final de la muestra vemos a un sonriente José Mercé, a Estrella Morente, a Poveda. Pero las cosas han cambiado. En el flamenco “hay muchas estrellitas que siempre ponen barreras a la prensa. Es una cuestión de que en aquella época todavía existía la inocencia y la generosidad”. Todos estaban contentos de hacerlo y esto “jugaba a favor de todos y por eso salían las cosas bien”. 

Colita consiguió sacar el flamenco del escenario y continuó frecuentando estos ambientes ("algo raro para una joven catalana de entonces"), se trasladó a Madrid, donde vivió durante dos años y donde realizó las fotografías de promoción de Antonio Gades y La Chunga. Estas experiencias, junto a un viaje por Andalucía, fueron los ingredientes principales de uno de sus libros más importantes, Luces y sombras del flamenco, editado con textos de Caballero Bonald. Pero añoraba el Mediterráneo y volvió a Barcelona durante los últimos coletazos del franquismo.

El legado que nos deja es el testimonio de la España que vivió y del flamenco que sintió. Si tuviera que elegir un título para englobar todo su archivo lo tiene claro: "lo vi para ti". Ahora, aunque ha colgado la cámara sigue retratando a sus dos gatos salvajes -'veo veo y 'vaca'- y a su perrita.

@scamarzana