El aislamiento, el empleo de otros tiempos de producción más relajados o la hiperconectividad, son temas que ya estaban ahí pero que en los últimos meses se han agudizado en obras y exposiciones al calor del Covid-19. Ya en septiembre, la galería 1 Mira Madrid abría la temporada con Discurso de incertidumbres, un atractivo y abigarrado montaje que tenía mucho de libro expandido en las paredes. Analizaba los efectos de la pandemia –pasados, presentes y futuros– a través de la obra de una treintena de artistas, Hamish Fulton, Esther Ferrer, Juan Uslé y Fontcuberta, entre ellos. Y la galería Joan Prats convocaba a sus artistas a mostrar sus reflexiones sobre papel.

Algunos de los experimentos que proliferaron en la red ya están tomando formas en carne y hueso. Las de Nosotros estamos bien. Espero que vosotros también, de Miguel Aguirre en la galería Daniel Cuevas de Madrid, se fraguaron en los meses de aislamiento en la casa de sus padres en Lima. Subía una imagen a su Instagram cada día, a modo de diario visual: de una lata de sopas Campbell’s, huérfana en un supermercado arrasado a una maraña de móviles, cables y ordenadores conectados… De esas semillas surgieron las obras que vemos ahora en la galería, transferidas a lana de oveja, pequeños retablos y pinturas, muchas de ellas realizadas en colaboración con artesanos. Son metáforas de nuestra vida, de la distancia que separaba nuestros cuerpos y nos acercaba a las pantallas. En Cola (2020), una de las piezas textiles, Aguirre representa a varias personas colocadas disciplinadamente en fila. “Perú es el país de las colas –ilustra el artista–. Con la pandemia, la distancia entre las personas es mayor, y van todos con mascarilla y el móvil para sobrellevar la espera”. 

Las personas en fila de Cola (2020), de Miguel Aguirre, escenifican el paisaje urbano cotidiano con su distancia social, mascarillas y móviles

Al margen de la vida digital, en los meses de cuarentena, han sido muchos los artistas que han tirado de los materiales que tenían más a mano. Carmen Laffón trasladó el estudio a su salón, moviendo el sofá y orientando la mesa hacia la luz, y realizó algunos de los dibujos de las Salinas de Bonanza que todavía se muestran en el CAAC de Sevilla, y algunas obras de formato pequeño y medio que veremos en marzo en la galería Leandro Navarro. Fuentesal & Arenillas, en febrero en la galería F2, se confinaron en su estudio, recuperaron materiales a su alcance y utilizaron las baldas de las estanterías como soporte. “Jugamos con el espacio –recuerdan– llenándolo y barriéndolo con cartón, cola, algunos trozos de madera y grapas”. Andrea Canepa (en junio en la galería Rosa Santos de Valencia) ha empezado a trabajar con telares de forma autodidacta. Y Jessica Stockholder, a la que recordarán por su intervención en el Palacio de Cristal en 2010, acostumbrada a trabajar con objetos y materiales cotidianos, echó mano de los que encontró en su casa. En su serie Corona Homeworks (2020), recién inaugurada en Max Estrella, ensambla con brío –cuidando la combinación de colores y texturas– papeles, hilos y tejidos diversos, que interviene con grafito, lápices de colores, markers y pintura. Todos ellos están conectados en el montaje por una enorme serpiente ondulada hecha con telas anudadas. 

Vista de la exposición de Jessica Stockholder en la galería Max Estrella

Las esculturas de yeso de Gabriel Alonso, ahora en Oculto en la sombra, una colectiva de Marta Ramos-Yzquierdo en la galería Nordés de Santiago, son una vuelta de tuerca a otras posibles maneras de entender los objetos, como apoyo de nuestras emociones. Acumulan todas las caricias que el artista no pudo darle a un ser querido enfermo, la ansiedad de no poder tocarle, envuelto en la capa de látex que le alejaba del mundo. “Volcaba en las piezas todos esos gestos que no podía hacer en la realidad, convirtiéndose en acumuladores de esas caricias perdidas”. 

El desván del artista

En otros casos, la coyuntura ha sido la ocasión de revisar los archivos propios. Iñaki Bonillas  cuenta que su obra se desarrolla “en el desván”, en ese espacio en el que almacenamos todos aquello de lo que no conseguimos deshacernos. Acude con frecuencia a archivos externos –bibliotecas, librerías de viejo…– que con la situación sanitaria le fueron vetados. Desempolvó sus viejos negativos y creó con fragmentos de ellos las siete piezas –el mismo número de días que tiene una semana– que muestra ahora en ProjecteSD. Tienen algo de pantallas, divididas en ocho partes como los antiguos negativos estaban atravesados por bandas verticales y horizontales. Entre las imágenes hay paisajes vistos desde una ventana, ruinas, una mano sosteniendo el cabello mientras se hace una coleta, un desayuno... Todos estos “pedazos” de realidad –recuerda el artista– le hacen identificarse con los pacientes miniaturistas medievales. Son, además, “acciones poco trascendentes que miden el pasar de las horas en tiempos de la pandemia, una semana completa que se repite sin mayor variación, como nuestras vidas en el encierro”. 

Iñaki Bonillas: 'Libro de horas: Lunes' (detalle), 2020 (ProjecteSD). Foto: Roberto Ruiz

También Beatriz Dubois aprovechó para ordenar su archivo, en el que acumula imágenes sacadas de revistas y libros. Crea con ellas collages fotográficos combinados según los motivos que representan. En WeCollect hace ahora un juego partiendo de las acepciones del término digital: es la antítesis de lo analógico pero también cualquier ejercicio que realizamos con los dedos. 

El vídeo y la fotografía han sido testigos privilegiados del último año. Es difícil olvidar el documental que mostró la galería Helga de Alvear de Santiago Sierra con las filas de personas en los comedores sociales o la publicación Tiempo detenido (La Fábrica, 2020), un must en nuestras bibliotecas para recordar todo lo ocurrido. Y todavía se puede ver el mural de la galería Moisés Pérez de Albéniz en el que Alejandro S. Garrido ha congelado la nueva normalidad londinense.

Iñaki Bonillas desempolvó sus viejos negativos y creó siete piezas que equivalen a una semana completa que se repite sin mayor variación

A pesar de los meses transcurridos hoy sigue todo en el aire. La nevada de la semana pasada en Madrid ha retrasado muchas inauguraciones de galerías, cerrado museos y salas de arte y no conseguimos, todavía, despegarnos la amenaza de nuevas restricciones. Intermediae, en Matadero, responde con el programa Ciudad Bailar. Exagerar que nos recuerda la capacidad catártica de un baile que hasta hace muy poco era compartido. En el C3A de Córdoba acaba de inaugurarse Vivir-juntos. Una puesta en común de las distancias, un comisariado de Jesús Alcaide de los resultados de varias semanas de convivencia de seis artistas. Su celebración es un éxito, teniendo en cuenta las dificultades que atraviesan hoy las residencias artísticas con la limitación de desplazamientos y contactos. Y ya en junio, Cristina Garrido, atenta siempre al sistema del arte y sus dinámicas, presenta en Didac, en Santiago, una intervención que transformará el espacio en una “imagen”. Abre así el debate, en un momento muy pertinente, a reflexionar sobre qué aporta la visita presencial a las exposiciones

@LuisaEspino4