Obra de Mathias Goeritz.

En 1948, el artista alemán afincado en España Mathias Goeritz tuvo una revelación mientras visitaba las cuevas de Altamira, en la localidad cántabra de Santillana del Mar. Los trazos primitivos de sus famosas pinturas rupestres le llevaron a fundar un grupo de artistas con el objetivo de fomentar una modernidad en el arte basada en algo tan antiguo como el hombre: la pureza y la fuerza de aquellas formas ancestrales.



Esta escuela atrajo sobre todo a artistas, críticos y poetas locales y de otras partes de España, y también algunos extranjeros. El núcleo lo formaban, además de Goeritz, el escultor Ángel Ferrant -miembro del grupo Amics de l'Art Nou-, el abogado, escritor y crítico Ricardo Gullón y Pablo Beltrán de Heredia, pintor, escritor, historiador y rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. "Fueron los primeros que, en plena posguerra, consiguieron que en España se hablase de arte abstracto, aunque ellos usaban el término arte nuevo", explica el investigador Javier Maderuelo, comisario de la exposición En torno a la Escuela de Altamira, que se inaugura este jueves en el Palacete del Embarcadero de Santander y que podrá verse hasta el 12 de septiembre. "En aquella época no había mucha actividad cultural en España y la que había tomaba como modelos a Garcilaso en poesía y al Escorial en arquitectura. Este grupo de artistas y críticos quiso recuperar la vena de modernidad que había existido en el país en los años 30", apunta el comisario.



La exposición pretende mostrar el surgimiento, la evolución y la repercusión nacional e internacional de la Escuela de Altamira, así como la red de contactos que se tejió a su alrededor, a través de cartas, escritos, fotografías, revistas y carteles procedentes en su mayoría del Archivo Lafuente, la institución creada por el coleccionista José María Lafuente para difundir el conocimiento del arte contemporáneo del siglo XX desde una perspectiva documental. En la muestra también se incluyen piezas procedentes del Museo Reina Sofía de Madrid y de la UIMP.



Los dos años siguientes de la fundación de la Escuela de Altamira, en septiembre de 1949 y septiembre de 1950, se reunieron en Santillana del Mar artistas, críticos y escritores en torno a este nuevo movimiento. Entre ellos estaban, además de los mencionados, Pancho Cossío, Enrique Lafuente Ferrari, Eduardo Westerdahl, Josep Llorens i Artigas, Luis Felipe Vivanco, Rafael Santos Torroella, los italianos Alberto Sartoris y Carla Prina y el pintor alemán Willi Baumeister. Las llamadas Semanas Internacionales de Arte Contemporáneo no fueron encuentros numerosos, pero sí efervescentes. Hubo ponencias y coloquios -algunos incluso en el interior de las cuevas de Altamira- que defendieron la libertad en el arte y se editó una revista antológica, Bisonte, cuyo número fundacional sería también el último.



Congresistas dentro de las Cuevas de Altamira. Segunda Semana Internacional de Arte Contemporáneo, 1950.

El movimiento duró poco, pero se relacionó con otras corrientes artísticas del momento, como Dau al Set, grupo al que pertenecieron Tàpies, Brossa y Cuixart, y dejó una huella importante en el mundo del arte contemporáneo español. Su mayor contribución, la Semana Internacional, se trasladó a Madrid y continuó celebrándose unos años más tras la marcha de Goeritz a México, explica Maderuelo.



La Escuela de Altamira recibió el apoyo y la financiación del Gobernador Civil de Santander, Joaquín Reguera Sevilla, que era a su vez el jefe provincial del Movimiento. En la época de mayor cerrazón del franquismo, "este hombre culto, abogado y poeta, vino para reconstruir la ciudad tras el incendio de 1941 que la arrasó por completo", explica Maderuelo. En Santander trabó amistad con dos personas que después estuvieron en el núcleo de la Escuela de Altamira, Ricardo Gullón, que además de abogado era también teórico de la poesía y la literatura española, y que acabó dejando su carrera como fiscal para marcharse de profesor a la Universidad de Houston; y Bertrán de Heredia, que además de ser rector de la UIMP era dueño de una imprenta que editó las primeras obras de poetas jóvenes, entre ellos, las de un veinteañero José Hierro, y las del grupo poético Proel, que aglutinaba a muchos poetas de Santander y que tuvo mucha afinidad con la Escuela de Altamira.



El nuevo grupo de artistas y teóricos también se ganó la admiración del mayor embajador cultural del franquismo, Eugenio d'Ors, que incluso invitó al fundador, Mathias Goeritz, a unirse a su Academia Breve, "una de esas pequeñas instituciones culturales privadas de ideas conservadoras que proliferaron en aquella época", cuenta el comisario de la exposición. "Pero el discurso de ingreso de Göeritz fue tan incendiario que Eugenio d'Ors revocó su invitación al artista alemán".