Juan Luis Moraza junto a sus obras en el Museo Reina Sofía

El Museo Reina Sofía apuesta por el arte patrio para inaugurar el curso artístico. república es el título de la antológica de Juan Luis Moraza que hoy se presenta en Madrid y que ocupará la tercera planta del edificio Sabatini hasta el próximo 2 de marzo.

La invitación de la exposición de Juan Luis Moraza (Vitoria, 1960) llevaba dando vueltas por el Museo Reina Sofía los últimos años. Más de una década. Era una de las más esperadas y él uno de los artistas españoles más destacados de su generación. La cosa empezó a concretarse hace un año, cuando Joâo Fernandes, subdirector del museo, asumió el comisariado. Hoy inaugura ocupando la tercera planta del edificio de Sabatini, tomándole el relevo a un exultante Richard Hamilton y esperando a que llegue Patricia Gadea en noviembre. Aunque la exposición empieza mucho antes de subir hasta ahí, en el propio título, conciso y en minúsculas: república.



Dice que no es una respuesta política, pero sí una pregunta ética: "La idea estrictamente política de república no me interesa tanto como la noción de lo común, en el sentido de que es sinónimo de la 'causa pública'. República remite a modelos estructurales no centralizados, a modelos de complejidad, por lo que me parecía muy útil para abordar la cuestión de la representación, especialmente entre dos puntos: por un lado, la representatividad, en el sentido más social y político, y por otro, la represencialidad, referida a la evocación de una presencia en la obra. La primera remite a una dimensión pública; la segunda a una cuestión íntima. Ambas entrelazan ética y estética. Sobre ellas se estructura esta exposición".



La exposición no está planteada como una retrospectiva aunque recoger trabajos de hace décadas. Moraza siempre ha construido un discurso conceptual donde el lenguaje y las ideas son un lugar habitado por el artista, junto con las formas, objetos y situaciones que propone en cada proyecto. En total vemos más de 180 obras que reflexionan sobre la crisis de la representación. Ese es uno de los temas centrales de su trabajo. La más antigua es un dibujo en bolígrafo de 1974 que recoge los movimientos de su mano izquierda. Las más nuevas se esconden en la serie Ornamento y ley. El reto ha sido presentarlas como un nuevo contexto que las distribuye en el espacio más que en el tiempo, reinterpretándolas desde y para el presente.



Uso el lenguaje con la libertad física de quien corta, lija, rompe y deforma un material"

Explica que lo que él propone no trata de una apología antimonárquica sino que para él república es una cuestión de responsabilidad cotidiana. Tiene una voz pausada, de profesor experimentado, y se nota que además de a la docencia, dedica tiempo a escribir. Pronto tuvo claro lo de ser artista, con cuatro años y tras llenar de bolígrafo la tela de la almohada de su cama. Una plaza de toros entonces infantil fue decisiva para saber que el creativo sería el espacio donde aprendería a mirar el mundo.



Cada una de sus obras encierra una paradoja. También sus frases se convierten en laberintos. Las contorsiones lingüísticas recuerdan a los metacrilatos de sus retorcidas reglas, cartabones y escuadras de la serie Anormalidad (torsiones legales), premiada en ARCO 2013 por Audemars Piguet. La veremos en la muestra junto a Democracia fiscal, una singular propuesta de uso de los impuestos, el Museo Demográfico, Acordes, que presentó en el Centro Montehermoso de Vitoria o la mítica Moldes de besos, de 2004. Habla de implejidades, un término con el que designa la encrucijada entre la complejidad y la implicación... ¿Es Moraza un artista difícil? "En absoluto. Es cierto que cuando algo se comprende suficientemente puede explicarse de manera sencilla, pero hay momentos para la divulgación y momentos para la indagación. Lo difícil es sostener la idea de que lo que no encaja en el slogan o el titular es el síntoma de una deficiencia comunicativa. Gran parte de la literatura y del arte quedarían fuera de juego medidos por la vara de la facilidad. Lo que se muestra como difícil pero atractivo, incita a la acción y emociona, en el mejor sentido", responde.



-Pregunta difícil, ¿qué es el arte para Juan Luis Moraza?

-El arte es lo que me hace.



-¿Y qué es lo que le hace? ¿De qué tiene necesidad de hablar?

-Sinceramente, no creo que se trate de querer hablar sobre algo. El proceso de trabajo se rige por un deseo que no sabes del todo conscientemente, y que te hace ir más allá de tus cálculos. Los significantes sirven de poco, ni para el autor ni para el espectador. En realidad, una obra no quiere decir nada. Más bien hace decir, hace pensar, hace sentir.



-Algo habrá en sus cuadernos de notas...

-Se entremezclan dos tipos de preocupaciones, las que tengo como sujeto, las propias de la vida, que comparto con muchos otros, y las que tengo como artista. Renunciar a una de las dos sólo provocaría un arte ensimismado, o un arte comprometido no con el arte, sino con la vida. Creo que para el arte, los temas que trata deberían ser menos importantes que el arte; pero para los temas que trata el arte, éste debería ser menos importante que los temas que trata. Lo que convierte algo en arte no son los temas que trata, sino la cualidad artística derivada del modo en el que se tratan los temas.



Algunas de sus esculturas en la exposición república

-Mirando atrás, ¿cómo ve que ha evolucionado su trabajo?

-Siento que a lo largo de los años, las evoluciones se han movido por la pasión de descubrimiento y el deseo, sin pretender ajustarme a una idea, ni a un material, ni siquiera a una congruencia. Pero mirando atrás, uno se da cuenta de que sus asuntos propios son muy pocos...



-Su trabajo crece al margen de modas. ¿Qué cree que le singulariza?

-Hace tiempo comprendí que la moda es una cuestión de paciencia. Responde más a una necesidad humana de renovación cuyo origen es el aburrimiento. En el mejor de los casos, los cambios de estilo se producen como vacunas contra la simplificación: cada nuevo estilo recuerda aquello que el estilo anterior había olvidado. Uno es singular no en función de sus posibilidades, sino de sus realizaciones. Nunca he intentado ser original ni novedoso, y considero la idea de creatividad supone una minimización del talento humano: si la creatividad es una predisposición y un potencial, la creación es una acción y una resultado.



El peso de Oteiza

-Usted es, por encima de todo, un escultor. ¿Qué puede decir de la escultura hoy?



-En una cultura de la imagen, que en buena medida pretende escindir las vivencias de los cuerpos, la escultura recuerda vívidamente la fisicidad material de la vida. De ahí que sea un campo artístico imprescindible para ofrecer una mirada compleja y consistente sobre el mundo y lo real.

-¿La escritura es una extensión de sus esculturas?

-Pertenece a mi sensibilidad de escultura, sí. Uso el lenguaje con la libertad física de quien corta, parte, lija, rompe, une, construye y deforma un material.



-¿Qué vínculos tiene con la escultura vasca?

-Han sido vínculos más personales que ideológicos o estilísticos. El Museo Guggenheim de Bilbao me dio la oportunidad en 2007 de reflexionar sobre el arte del País Vasco, y tuve la oportunidad de contar con la inestimable ayuda de muchos artistas para la confección de aquella "cartografía", pues me ofrecieron un material inédito sobre sus preocupaciones, aspiraciones, influencias, motivaciones, modos... Aquella experiencia reforzó mi convicción de que cualquier intento de definición de una identidad artística regional resulta bastante problemática o forzada.



-Viendo la dificultad del momento actual en relación con la cultura y el arte, ¿cree que cualquier tiempo pasado fue mejor?

-Cualquier tiempo pasado fue más complejo de lo que estamos dispuestos a admitir para justificar nuestra sensación de zozobra. Resulta más sencillo realizar un balance nefasto que detectar esos atisbos de excelencia, que son siempre insignificantes en términos cuantitativos, pero primordiales en términos cualitativos. Conforme más problemático es nuestro presente, más nos compromete a la sutileza del análisis, a la atención.



-La exposición reflexiona sobre la propia idea de museo. ¿A qué conclusión ha llegado?

-A que un museo es un espacio de representación social y un tesoro público donde habitan condensaciones de sensibilidad e inteligencia. Es un lugar de conservación y de incremento patrimonial. También, un laboratorio donde una cultura se cuestiona a sí misma. En el caso del Reina Sofía, el museo es un motor que genera un movimiento económico importantísimo para la ciudad, e incrementa el capital cultural del país.



-¿Trata bien el Reina Sofía a los artistas españoles? ¿Son fundadas o no las quejas que hay al respecto?

-Entiendo que un museo de titularidad estatal asume ciertos compromisos con el contexto artístico nacional, lo que supone una atención al arte español, pero también supone la comunicación internacional bidireccional. Sin embargo, existe un desequilibrio en esta balanza de importación y exportación cultural. Las posibilidades de desarrollo de un artista español están muy limitadas por el escaso impacto que el arte español tiene en un contexto internacional complejo e interesado. Las políticas del Estado respecto al arte se han limitado a una infructuosa compra de espacios internacionales para artistas cercanos a la administración o a los gestores culturales ad hoc, sin ningún balance de resultados. Por otra parte, los museos se ven sometidos a la tensión dinámica entre el mantenimiento y el desarrollo de cierto nivel de calidad y las presiones de artistas que legítimamente sienten que merecen atención. Cualquier esfuerzo para la puesta en valor de los artistas españoles viene a intentar remediar una situación muy precaria. Esta exposición es un ejemplo.