Instalación tras la acción de Héctor Zamora

Una gran exposición en São Paulo con 100 artistas brasileños e internacionales propone una gran celebración del arte contemporáneo que rivaliza con la Bienal.

En São Paulo, estos días no sólo se habla de la Bienal. Como suele ser habitual, la ciudad se engalana para recibir al gran número de profesionales y aficionados del mundo del arte y las instituciones y galerías privadas sacan lo mejor para acompañar al gran evento que cada dos años se despliega en el fastuoso edificio de Oscar Niemeyer en el parque de Ibirapuera. En esta ocasión, una de las exposiciones que más está dando que hablar es la que se ha montado en al antiguo Hospital Umberto Primo, conocido también como Hospital Matarazzo en Bela Vista, junto a la Avenida Paulista, en el centro de la ciudad.



El Hospital Matarazzo fue construido a principios del siglo XX siguiendo los preceptos estilísticos de la arquitectura italiana del momento. Si lo ven en un mapa observarán una gran mancha marrón en la selva de cemento de esta ciudad de escala ingobernable. Ocupa el antiguo hospital una superficie de 27.000 metros cuadrados con largos pasillos jalonados por grandes ventanales que se abren a bellísimos patios. Es un espacio muy singular que se someterá pronto a un importante proceso de transformación que lo convertirá en uno de los grandes centros para el turismo de ocio de la ciudad. El hospital mantuvo una intensa actividad durante buena parte del siglo pasado, especialmente entre la población de raíces italianas, muy importante en la urbe brasileña, pero llevaba más de veinte años cerrado.



Para dar lustre a este gran proyecto y para subrayar el talante cultural que tendrá de ahora en adelante el espacio se ha inaugurado estos días una gran exposición titulada Made by... Feito por Brasileiros, un proyecto que integra trabajos de cien artistas brasileños e internacionales y que rivaliza con la Bienal. Y, como veremos más adelante, no lo hace sólo en la escala. Este es un proyecto de intervenciones en el espacio. Son obras que quieren adaptarse a la realidad del espacio arquitectónico para ensalzarlo. Dicen sus organizadores que no les gusta el término "exposición" y que prefieren optar por denominarlo "invasión creativa", algo a todas luces delicado. Como ocurre con muchísimos de estos proyectos a los que también estamos acostumbrados en nuestro país, el resultado es desigual, el comisario se diluye en un magma de obras irregular y dificilmente controlable, pero la exposición cumple con el objetivo de ensalzar las cualidades estéticas e históricas de un lugar que es, de verdad, formidable.



El proyecto no oculta la verdadera ambición de sus organizadores, el Groupe Allard francés, liderado por Alexandre Allard, un empresario parisién que quiere dar un golpe de efecto en la ciudad construyendo la Cidade Matarazzo en los terrenos del antiguo hospital, con un gran hotel, complejos comerciales y una gran ciudad para la cultura. Allard dice haber escogido Brasil para desarrollar sus negocios por el caracter creativo de sus gentes, y el proyecto tiene ese aura de celebración, del gran evento de caracter festivalero que es precisamente de lo que pretende huir la Bienal, mucho más escorada a lo social, a la necesidad de preservar lo público, a horizontalizar el entramado que sustenta la realidad política y económica de nuestro tiempo. Así, Sao Paulo ofrece al visitante la posibilidad de enfrentarse a dos formas muy distintas de concebir y presentar el arte contemporáneo.



Pintura mural de Janaina Tachäpe

El espacio está dividido en cinco grandes bloques, y en una de las entradas principales, la artista brasileña Janaína Tschäppe ha pintado un gran mural muy proclive a la evocación. Es un inmenso mar que juega con las singularidades del propio muro, desigual y avejentado, por cuyas incisiones y desconchones corre la pintura, irregular y azarosa. El tono de esta pieza puede ser prefigurador de muchos en la exposición, pues plantea, primero, una reflexión sobre la particularidades del lugar y, despúes, un modo de percibir la creación que, instalado en lo poético, es ajeno a las vicisitudes de la vida.



De los sucesivos pasillos emergen habitaciones de tamaño más bien menor. Todos los lenguajes tienen cabida aquí aunque los trabajos en video salen perjudicados por la escueta proporción de algunas de la salas. En el mejor de los casos, funcionan como documentación de una acción, y, por lo tanto, no se le exige tanto. Es el caso de la pieza de Hector Zamora, mexicano residente en São Paulo que realizó una acción previa a la inauguración en la que eran arrojados centenares de macetas con sus plantas desde las ventanas de los pisos superiores al patio central. La documentación en vídeo muestra un estruendoso clima de accidente y de ruina, prefigurador tal vez del destino del edificio.



Las mejores piezas son, a mi juicio, las de Francesca Woodman y Cynthia Marcelle. Las fotografías de la italiana están tensadas entre el espacio psicológico que proyectan y la fragilidad del lugar en el que cuelgan. No muy lejos, la brasileña Marcelle ha realizado un sutil y sin embargo magnética instalación en un pasillo y en sus salas adyacentes, reordenando el polvo acumulado durante años. Próxima a la pieza que realizó Gabriel Orozco en la última Bienal de La Habana, en la que el polvo era ordenado en función de los patrones geométricos de las arquitecturas que lo encerraban, Marcelle crea superficies impecables que irán deteriorándose con el paso del tiempo.