Jeff Wall: The Destroyed Room, 1978

Comisario: Joël Benzakin. CGAC. Valle Inclán, s/n. Santiago de Compostela. Hasta el 26 de febrero



Para Jeff Wall la belleza de una imagen reside en que nunca sabemos exactamente qué es lo que sentimos ante ella. Creo que es lo mismo que nos puede suceder ante esta exposición, que guarda algo de extraño, de diferente. Tal vez por todo ello resulta magnífica, porque a la calidad de las obras del artista añade una ambigua energía difícil de canalizar con la mirada de otros. The Crooked Path (El sendero sinuoso) no es una exposición de esas que se ven en diez minutos, sino que exige volver en varias ocasiones para aprehender las muchas lecturas abiertas que propone. Tampoco es una exposición obvia, al contrario, el lujo es cómo se ha sabido conjugar las muchas contradicciones derivadas de las distintas obras y artistas, afinidades electivas que Wall ha invitado para confrontar con su propio trabajo. Lo señalaba el artista en la entrevista a El Cultural casi como de punto de partida: "Es una metáfora de cómo es el camino en la carrera del artista, donde nunca hay líneas rectas ni directas. Al contrario, siempre hay sorpresas, interrupciones, rodeos, saltos y cambios de dirección inesperados".



En la exposición es evidente el predominio de lo figurativo, una vez que se ha procurado estrechar vínculos con obras que no sólo obedecen a sus gustos personales sino a influencias sistemáticas a lo largo de su trayectoria. La lista podría haber sido mayor si nos atenemos a cómo históricamente Jeff Wall ha destacado por la calidad de sus elecciones y por legar ensayos absolutamente certeros viabilizando nuevas miradas en obras como las de Rodney Graham, Roy Arden, On Kawara o Manet; siempre buscando descifrar la relación entre forma y contenido. Pero, en todo caso, la relación de artistas es suficiente y atractiva, con obras de Duchamp, James Welling, Bruce Nauman, Andreas Gursky, Hans-Peter Feldmann, Roy Arden, Walker Evans, Jean-Marc Bustamante, Thomas Ruff, Dan Graham, August Sander, Chris Burden o incluso Lawrence Weiner, Dan Flavin, Frank Stella o Carl Andre.



En muchas de estas piezas encontramos lo grotesco, la imperfección, lo dramático. Casi siempre a partir del contacto espontáneo, como en toda la obra de Wall desde que fue capaz de destilar la violencia de Delacroix en The Destroyed Room, en una suerte de manierismo fotográfico o pintura reencarnada que se tornará paradigma de un tipo de fotografía contemporánea, no sólo en lo representado sino también en la forma de hacerlo, con estrategias que coquetean al mismo tiempo con la pintura de historia y con la publicidad. Así como en muchas otras fotografías, la estrategia seguida por Jeff Wall le permite monumentalizar los temas de la vida moderna, igual que Manet y su Olympia, buscando la emersión de lo no trascendente en un casi invisible humor negro que él mismo ha calificado hace años como risa reducida. En este sentido, no está muy lejos del compromiso inherente a toda la obra de Luc Tuymans, otro de los artistas presentes, en cuya obra el tema social vibra en la superficie del lienzo. Son casos, el de Wall y otras afinidades como Velázquez, donde la tensión física se lleva al límite, como si algo se proyectase cara el espectador. En las fotografías de Wall la narración de la realidad se detiene y suspende difuminando el antes y el después del instante en que fue tomada, dejando en manos del espectador la expansión narrativa de su significado, tratando de reescribir una historia encriptada.



Es precisamente desde esa fórmula desde donde se articula la exposición The Crooked Path, un sinuoso sendero que se bifurca en distintas experiencias, esquivando lo cronológico y lo meramente formal para auscultar lo complejo de cada imagen.