Image: Rafael G. Bianchi

Image: Rafael G. Bianchi

Arte

Rafael G. Bianchi

22 julio, 2004 02:00

En juego, 2002

Max Estrella. Santo Tomé, 6. madrid. Hasta el 31 de julio. De 3.700 a 13.900 euros

En su primera individual madrileña, con la que Max Estrella cierra su temporada expositiva, Rafael G. Bianchi trata de sumir al espectador en una rara sensación de desconcierto. Como en esos breves momentos tras el primer despertar, cuando aún no se tiene noción real de casi nada, con la mirada, todavía borrosa, pendiente de definir el entorno, estos trabajos del artista catalán versan sobre la sensación de desorientación, confusión y pérdida en la que muchas veces se ve inmerso no sólo el artista sino también el ser humano de un modo general. Porque en el arte de hoy la dimensión espacial resulta decisiva. La relación tantas veces obsesiva del artista con el espacio y la percepción de éste no como mero contenedor sino como contexto de la obra constituyen las claves de buena parte de la creación actual, algo que queda claramente definido en la pieza que muestra el plano de la galería, la mejor, en mi opinión, de esta exposición, con la que Bianchi expresa estas inquietudes con mayor clarividencia. Una estructura a modo de mesa con un plano de líneas entrecruzadas que se funden desvirtuando el espacio. Ni siquiera el "Usted está aquí" se percibe con claridad. En esta misma dirección, aunque desde un prisma mucho más lúdico, se encuentra la pieza del futbolín en el que los jugadores de ambos equipos e incluso el arbitro tratan de encontrar su situación entre el amasijo de líneas que delimitan el terreno de juego. Hay, además, otras piezas que enlazan con las ya comentadas. Una de ellas -dibujos de personajes cotidianos alineados horizontalmente en posturas similares a las de los futbolistas, como no enterándose de nada-, se percibe como un ejercicio de lectura, pero es una lectura del absurdo, una secuencia incongruente que carece de sentido. Todo en esta producción reciente de Bianchi tiene ese carácter lúdico y absurdo, como el personaje que nos recibe a la entrada de la sala, resignado ante la confusión reinante en este mundo de locos.