Image: El diablo, seguramente

Image: El diablo, seguramente

Exposiciones

El diablo, seguramente

El Diablo, tal vez. El mundo de los Brueghel

11 enero, 2019 01:00

Jan Brueghel: Tentaciones de San Antonio, 1601-1625

Museo Nacional de Escultura. Cadenas de San Gregorio, 2. Valladolid

"Al principio de su vida eremítica tuvo que luchar con las más patéticas estratagemas del infierno. Coronados de rosas o de cuernos, enormes como torres o diminutos e impalpables como duendes... transformados en larvas o cubiertos de pústulas repugnantes, con apostura de efebos encantadores o con ademanes de ascetas encanecidos en la práctica de la virtud, los emisarios de Luzbel estaban siempre a su lado, tentadores y atormentadores". Así se narran en La leyenda dorada las terribles pruebas que tuvo que afrontar San Antonio, el ermitaño egipcio que a finales del siglo III impulsó un movimiento de apartamiento del mundo que condujo a los desiertos de Egipto y Siria a no menos de cinco mil anacoretas, practicantes de un cristianismo radical, basado en la pobreza y la contemplación.

Por todo ello, San Antonio se convertiría en el héroe de las tentaciones, pues su indiferencia provocó el ensañamiento de las fuerzas del mal. Durante toda la Edad Media se extendería su leyenda, hasta que entre 1460 y 1510 el tema llegó a las artes plásticas. Son varios los pintores que le dedicaron cuadros notables, como los de Matías Grünewald y El Bosco. Es también en esa época cuando los demonios medievales, cazurros, traviesos y de poca monta, se transformaron en un ser terrorífico, detentador de maldad y poder a partes iguales.

Esta no es una exposición grande, pero sí una gran exposición, que privilegia la comprensión y el placer de mirar sobre cualquier otro propósito

Podemos hoy interpretar ese ascenso de Satanás como la búsqueda de una causa que pudiera dar cuenta de la desventurada situación en que se encontraba la población europea tras el turbulento siglo XV y la secesión de guerras campesinas y enfrentamientos religiosos que marcarían el siglo XVI. Pero, realmente ¿fue Lucifer el instigador de tentaciones y desgracias o surgieron de la fragilidad humana y del miedo a nosotros mismos? Como dice en el catálogo María Bolaños, comisaria de esta exposición del Museo de Escultura de Valladolid: "¿Es un mundo onírico o una verdad religiosa? ¿Es el Diablo o solo ‘tal vez'?".

En 1604 se fundó en Valladolid la primera cárcel o galera de mujeres de España, promovida por la madre Magdalena de San Jerónimo. En la carta que dirige a Felipe III pidiéndole ayuda, argumenta así la importancia de su iniciativa: "Habiendo comprobado que gran parte del daño y estrago que hay en las costumbres de estos Reynos de España nace de la libertad, disolución y rotura de muchas mugeres". Para ponerle remedio, la madre Magdalena fundó media docena de estas cárceles, a donde condujo a cuantas mujeres "vagantes, ladronas, alcahuetas y otras semejantes" pudo recoger. Allí deberían arrepentirse de sus pecados y expiar sus culpas, en un régimen de extrema dureza.

Consciente de la eficacia de las imágenes, la fundadora encargó a un prestigioso pintor flamenco, Jan Brueghel (1568-1625), tercer y último hijo de Pieter Brueghel el Viejo, un cuadro dedicado a un motivo edificante. Y qué mejor tema que el del viejo San Antonio, soportando impávido el ataque conjunto de los siete pecados capitales. Este es pues el origen de este cuadro asombroso, cuya iconografía procede de El Bosco y le llegó a nuestro pintor a través de su propio padre. En el centro del cuadro, el asceta se refugia obstinadamente en la lectura de un libro. En derredor suyo pululan más de cincuenta personajes, casi todos imposibles de definir. La excepción son dos mujeres ricamente ataviadas y otra cándidamente desnuda y acompañada de una especie de monje. El resto de las figuras es o hace lo que está fuera de toda norma, que es la definición clásica de monstruo. En el cielo, recreando una composición que tuvo amplio predicamento en la época, un remolino de diablejos vapulea al santo, que trata de mantener la compostura.

Brueghel el Viejo: La lujuria, 1558

Pero la exposición muestra además algunas variantes magníficas del tema: los relieves de Leonardo Carrión y Diego Rodríguez, centrados en dos episodios de la vida de San Antonio; la copia del siglo XVI del cuadro que le dedicara El Bosco o, como auténtica curiosidad, un escritorio del siglo XVII, en el que en doce escenas construidas con elementos naturales, cera y pintura se recrean otros tantos pasajes de la vida del santo. Se muestra también un cuadro extraordinario, La visión de Tondal, realizada en el taller de El Bosco. La desbordante fantasía con que se refleja el viaje alucinado del caballero Tondal recuerda más a Alicia en el País de las Maravillas que al Infierno a donde le ha conducido un ángel. Como antes comenté, la concepción de lo demoniaco se fue deslizando hacia la individualización del Maligno. Y aquí podemos ver, como resultado de esta transformación ya en el siglo XVIII, la imagen, verdaderamente imponente, de un Demonio volador en madera policromada.

Para pormenorizar el pecado, la Iglesia lo concretó en los llamados Siete Pecados Capitales. A Pieter Brueghel el Viejo, padre de la dinastía de pintores, le encargó un avispado editor una serie de grabados que los describieran, para lección y ejemplo de los fieles. El resultado es un derroche de inventiva y precisión gráfica realmente asombroso. Imposible describir aquí la elocuencia visual de estos grabados, que merecen ser vistos detenidamente. Y precisamente para verlos mejor y como contribución contemporánea a esta mirada sobre el pecado y el diablo, la muestra cierra con la obra del artista belga Antoine Roegiers (1980), que en un alarde de ingenio y paciencia, redibuja y pone en movimiento estas escenas personaje a personaje, para que podamos apreciar mejor la dimensión de su pecaminosa existencia.

Esta no es una exposición grande, pero sí una gran exposición, que privilegia la comprensión y el placer de mirar sobre cualquier otro propósito. Los espectadores lo agradecemos infinitamente.