El Cultural

El humor y la alegría en Nietzsche

El desafío del nihilismo

21 junio, 2000 02:00

Nietzsche, por Grau Santos

Friedrich Nietzsche, 100 años de su muerte

Lo que singulariza a Nietzsche es aquello que él reconoció como el mejor antídoto y el remedio más eficaz contra el nihilismo: el amor apasionado por la vida y el humor como estrategia para conquistar y para soportar la verdad

Existen "afinidades electivas", semejanzas entre las cosas, adecuaciones de caracteres que explican su mutua atracción. Pero hay también profundas

desavenencias, diferencias y diversidades que dan cuenta de ciertas aversiones en lo aparentemente próximo. Cuando se cumplen cien años de su muerte, aquellas afinidades y estas desavenencias ayudan a comprender a Nietzsche y a situarlo respecto a Schopenhauer y a Heidegger, dos nombres a los que tantas veces aparece ligado el suyo. Independientemente de la naturaleza de la misma, los tres coinciden en su estrecha relación con el nihilismo. Pero lo que singulariza a Nietzsche y lo separa respectivamente de uno y otro es aquello que él reconoció como el mejor antídoto y el remedio más eficaz contra el nihilismo: el amor apasionado por la vida y el humor como estrategia para conquistar y para soportar la verdad.

1. "Con el amor ocurre lo mismo que con los fantasmas: todo el mundo habla de ellos, pero nadie los ha visto". Esta máxima de La Rochefoucauld, que Schopenhauer suscribía, asumiendo un escepticismo que no puede extrañar en alguien para quien la vida era "un negocio que no cubre los gastos", o un eterno pendular entre el dolor y el hastío, no podía afirmarla Nietzsche sin reservas. él, que celebraba la fina ironía del francés y que compartía con el pensador de Danzig la convicción de que la verdad tiene el rostro terrible de Sileno, sabía que aquel fantasma había tomado cuerpo alguna vez: en Grecia y en el período trágico anterior a Eurípides y a Sócrates. Entonces tuvo lugar un encuentro feliz entre el hombre, la verdad y la vida, un encuentro como nunca hasta entonces y ya nunca después fue posible.

Es verdad que Nietzsche se aproximó al campo de la filosofía de la mano de Schopenhauer. Y éste reconoció en el dolor el origen de aquella actividad: una experiencia así, conocida por todos en algún momento de su vida, origina una necesidad, cuya universalidad radica en su raíz. ¿Quién no conoce ese canto de sirena que es la melancolía? Cuando la enfermedad, la muerte, o la fatiga nos ponen de un salto ante la vida, ¿quién deja de hacerle las preguntas de rigor?: ¿qué es la vida?, ¿qué vale la vida?, ¿para qué la vida? ¿No son ellas preguntas "metafísicas", que, independientemente de la formación y cultura del que las haga, convierten a cualquier hombre en algún momento de su vida en un filósofo pesimista? Pero, a pesar de la influencia que sobre el joven Nietzsche ejerció Schopenhauer, hay una diferencia radical entre ellos. Si para éste la vida no podía ser objeto de amor, sino de negación y desapego, Nietzsche no sólo no suscribe la renuncia, sino que hizo del amor a la vida su divisa más firme -"es verdad, nosotros amamos la vida, no porque estemos habituados a vivir, sino porque estamos acostumbrados a amar"- e invita a considerar la historia del pensamiento como una historia de amor.
Si la verdad tuviese una naturaleza femenina, y así lo supuso Nietzsche, ¿no es toda filosofía una lucha amorosa por conseguirla? Y en ese caso, si una y otra vez el objetivo falla, ¿no merecería la pena pararse a meditar sobre la estrategia y el arte de la seducción? ¿No es en todo caso necesario que la estrategia preceda a la conquista? ¿No buscaron todos los filósofos un camino y un método adecuados, cuando el esfuerzo resultaba infructuoso? Con una ironía no exenta de seriedad Nietzsche sugiere una consideración de la historia del pensamiento como un tratado y un memorial del arte de la seducción. Pero de un arte fallido, de un intento casi siempre malogrado, porque el seductor es una y otra vez rechazado, humillado, ignorado. El memorial resulta, sobre todo, un memorial de agravios, y el tratado tiene todos los ingredientes de una tragicomedia.

En ese marco resulta pertinente la sospecha acerca de los medios con que hasta ahora se han acercado los hombres a la verdad: ¿no será que "todos los filósofos, en la medida en que han sido dogmáticos, han entendido poco de mujeres?, ¿de que la estremecedora seriedad, la torpe insistencia con que hasta ahora han solido acercarse a la verdad eran medios inhábiles e ineptos para conquistar los favores precisamente de una mujer?". Si, en esa clave, la historia de la filosofía puede ser interpretada como un tratado de seducción, cada filosofía particular es el relato cifrado de una aventura, el equivalente de un enigmático diario amoroso que revela y oculta al mismo tiempo la naturaleza del seductor, su pericia o su torpeza, y en cualquier caso algo importante de él.
Pero es preciso ir más lejos. Podría ocurrir que la verdad no fuese nada esencialmente distinto de la vida, sino algo profundamente arraigado en ella, algo tan parecido que casi se confundiera con ella. Y realmente no se trata de una mera suposición: cuando la vida, "mudable y salvaje, y una mujer en todo, y no virtuosa", oye a Zaratustra hablar de la verdad, pregunta malignamente: "¿de quién estás hablando?, ¿sin duda de mí?". Y, en ese caso, si una y otra resultan tan cercanas, ¿no es un camino errado, un paso en falso malquistarse con la vida, cuando se pretende la conquista de la verdad? ¿No es toda murmuración contra la vida un signo de torpeza en un filósofo? ¿No hay detrás de todos aquellos juicios que degradan la vida, que la desprecian o la subestiman, una mente obtusa, un necio seductor, un amante inhábil? Y, sin embargo, esto es lo que la filosofía, desde Sócrates hasta Schopenhauer enseña: "la vida no vale nada". ése ha sido también hasta ahora el consensus sapientium, aquello en lo que los sabios y los filósofos de todos los tiempos parecen coincidir. Y cuanto más denigran, más degradan y desprecian la vida, tanto más creen ascender en la escala de la sabiduría, en la conquista de la verdad. Pero Nietzsche propone otra estrategia: el humor. El humor en el sentido de la ironía, en el sentido de buen talante y de ánimo elevado, en el más puro sentido de la alegría. Es aquí donde estriba una importante diferencia entre Nietzsche y Heidegger.

2. En favor de Heidegger hay que subrayar su valentía para mostrar la calidad filosófica de la reflexión nietzscheana. No sólo denunció las insuficiencias y el abuso de la lectura biologicista y filonazi de Nietzsche, sino que lo rescató de la interpretación que lo somete a la dudosa categoría de un autor, mitad literato, mitad filósofo, con las dosis oportunas de psicólogo y moralista que hacen dudar aún más de su ubicación: junto a Aristóteles, Leibniz y Schelling, entre otros, Nietzsche ocupa un lugar de privilegio en la gran tradición filosófica. Y en favor de Heidegger hay que señalar también la cuidadosa exégesis, la aguda labor del hermeneuta que asombra por la profundidad y lucidez de sus análisis y que acuña los grandes tópicos del pensamiento nietzscheano: la muerte de Dios, la voluntad de poder, el eterno retorno, el superhombre. Y, sobre todo, el nihilismo.

Heidegger y Nietzsche comparten una misma preocupación: la de reflexionar sobre el presente, y ofrecer un "diágnóstico" sobre el tiempo vivido. Nietzsche descubrió el ocaso de lo trágico en la Grecia de Eurípides y de Sócrates y desenmascaró allí una extraña inflexión que abandonó lo dionisíaco y optó por el hombre teórico. Y Heidegger denunció el olvido del ser que, desde la orientación que en Platón toma la verdad, se ha convertido en una constante y en la seña de identidad de la filosofía que se ha desarrollado bajo el nombre de "metafísica". De manera que ocaso de lo trágico y olvido del ser son fenómenos análogos en uno y otro pensador, fenómenos que admiten un mismo nombre para designar la culminación de aquel ocaso y este olvido. Ese nombre común es "nihilismo". Lo curioso es que Heidegger vea en Nietzsche la culminación del nihilismo. La técnica es a su juicio la suprema realización de la voluntad de poder y el superhombre es el hombre convertido en autómata: "lo mismo son subhumanidad y ultrahumanidad".

Abandonando ahora esa discusión, en un apresurado balance hay que reconocer en Heidegger la voluntad de tomar a Nietzsche en serio, como pocos y, sin duda, como ninguno en su tiempo. Pero, paradójicamente, en ese "haber" también está su "debe". La excesiva "seriedad" de Heidegger ignoró la importancia y la dimensión profunda que tiene en Nietzsche el humor.

La vida es para Nietzsche algo más que la verdad. Además de dolor, sufrimiento y experiencia de lo terrible, la vida es alegría, placer y juego. Sólo el amor conoce esa extraña mezcla entre alegría y sufrimiento, entre placer y dolor. Y no hay mejor estrategia que el humor para mantener vivo el sentimiento. Contra "la tiranía del dolor" no hay receta mejor que la ironía. Tal era la propuesta de Chamfort, aquella alma "profunda, sombría, dolorosa y ardiente", que juzgaba la risa como un remedio y que "daba por perdido el día en que no había reído".

Tiene razón Fernando Savater cuando distingue entre la burla y la alegría. Pero, aunque sea necesario distinguirlas, hay que reconocer el punto que tienen en común: su relación con la salud. La burla descompone su objeto y muestra el lado oculto, ridículo y de poca estimación que se oculta a la mirada. Como Cervantes, como Lubitsch, como Chaplin, Nietzsche conocía la eficacia de lo cómico: "No con la cólera, sino con la risa se mata". Esa risa nos descarga de la náusea de lo absurdo y nos ayuda a vivir. Y es, sobre todo, un remedio eficaz contra el "espíritu de la pesadez": contra todo aquello que en nosotros y fuera de nosotros dice NO a lo mejor, contra todo aquello que en nosotros y fuera de nosotros está enfermo y quiere morir. Pero hay también otra risa que es pura alegría, afirmación y juego: que favorece todo aquello que en nosotros y fuera de nosotros dice Sí a lo mejor, aquello que en nosotros y fuera de nosotros es sano y quiere vivir. Y ama la vida.

Con ese Nietzsche que enseña el amor y el humor, a sabiendas de que muy cerca de ellos planea el miedo, tiene nuestro tiempo una deuda de reconocimiento y gratitud. Más allá de "nietzscheanismos" y de "neonietzscheanismos", a pesar de sus insuficiencias y de las cosas que hoy ya no podríamos suscribir de él, Nietzsche nos invita a completar aquel axioma de la geometría, que dice que "la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos", con otro que quizás una cierta psicología pueda hacer suyo alguna vez: que el mejor y más efectivo nexo de unión es la risa, el humor y la alegría.

CRONOLOGIA

1844. Nace el 15 de octubre Friedrich Wilhelm Nietzsche en Rücken (Alemania). Dos años más tarde nace su hermana Elisabeth, quien daría una lectura sin matices a toda su obra tras su muerte.

1850. Tras la muerte de su padre, el pastor Karl Ludwig, la familia se traslada a Naumburg, donde Nietzsche realiza sus estudios primarios y secundarios. Es un joven tímido y muy religioso.

1859. Es internado en Phorta, donde cursa secundaria. Comienza a leer a Schopenhauer, su gran influencia, y el Quijote.

1864. Ingresa en la Universidad de Bonn, donde estudia teología y filología clásica. Fascinado por Schumann, alquila un piano y compone música.

1865. Estudia filología clásica en Leipzig. Abandona el cristianismo.

1868. Conoce a Richard Wagner, a cuya música "se convierte". Un año más tarde obtiene una cátedra de filología en la universidad de Basilea sin ser aún doctor.

1872. Publica su primera obra, El nacimiento de la tragedia. Esto le enfrentó a los filósofos más académicos. Sus alumnos dejan de ir a sus clases por considerarlo un profesor poco apto.

1873. Aparece la primera de las Consideraciones intempestivas.

1878. Publica Humano, demasiado humano, a la vez que rompe su amistad con Wagner.

1881. Edita Aurora. Pensamiento sobre los prejuicios morales.

1882. Aparece La gaya ciencia. n 1883. Redacta Así habló Zaratustra, que será publicado por partes. Conoce a Lou von Salomé.

1886-1887. Publica Más allá del bien y del mal y La genealogía de la moral.

1888. Escribe El crepúsculo de los ídolos, El Anticristo, Ecce Homo, El caso Wagner, y Nietzsche contra Wagner. Vive enTurín y comienzan los primeros síntomas de locura.

1889. Es internado en una clínica suiza y más tarde en un psiquiátrico en Jena.

1897. Es trasladado a Weimar.

Deja de reconocer a la gente.

1900. Muere en Weimar, el 25 de agosto, a causa de una apoplejía.