Evolución de una pista de Wimbledon durante las dos semanas de torneo

Evolución de una pista de Wimbledon durante las dos semanas de torneo Stefan Wermuth Reuters

Tenis

El césped de Wimbledon que acaba siendo tierra: un peligro para los tenistas y una huella que refleja la historia del tenis

El desgaste natural de la hierba revela la evolución táctica del tenis, del saque y volea al dominio del fondo de pista y supone un reto físico para los tenistas.

Más información: El camino de Carlos Alcaraz en busca de su tercer Wimbledon: iniciará ante Fognini y evitará a Djokovic y Sinner hasta la final

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Wimbledon es sinónimo de tradición, elegancia y excelencia. Pero también lo es de una batalla diaria contra la naturaleza.

Pocos elementos definen tanto al Grand Slam británico como su césped, una superficie viva, cuidada con mimo extremo y que, sin embargo, no escapa al desgaste brutal al que se ve sometida durante las dos semanas del torneo.

Lo que empieza como una alfombra perfecta acaba convertido en una pista con calvas, tierra suelta y botes imprevisibles que retan tanto la técnica como la resistencia física y mental de los mejores tenistas del mundo.

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El deterioro en 13 días

Antes del primer saque del torneo, el césped se presenta como una obra de arte botánica: cortado exactamente a 8 milímetros de altura, regado con precisión quirúrgica y preparado por un ejército de jardineros liderados por Neil Stubley.

Pero la pureza de esa hierba dura poco. Con los cientos de partidos disputados en apenas dos semanas, el tránsito constante de jugadores, sus frenazos, sus giros y sus caídas desgastan especialmente las líneas de fondo, donde hoy se juega la mayor parte de los puntos.

Las imágenes son elocuentes: donde al principio hay verde intenso, al final del campeonato predomina el marrón tierra.

Especialmente en pistas como la 18, testigo del histórico duelo entre Isner y Mahut en 2010, donde el césped desaparece por completo en algunos tramos.

La comparativa del estado de la pista central del All England Lawn Tennis y Croquet Club esta semana y cuando se dispute la final es un ejemplo sencillo de este desgaste.

Esta semana Novak Djokovic y Carlos Alcaraz entrenaron en la pista central que lucía un césped inmaculado que nada tenía que ver con el que pisaron en la final del año pasado.

Cómo afecta al juego

Este deterioro tiene consecuencias directas sobre la competición. A medida que el césped pierde densidad y vitalidad, el bote de la pelota se vuelve bajo, irregular y resbaladizo.

Ya no es un rebote controlado, sino un pequeño caos que obliga a los tenistas a mantenerse siempre flexionados, expectantes, con una concentración extrema para no errar por milímetros.

El movimiento también se ve afectado. Las zonas resbaladizas generan pérdida de tracción, y no son pocos los que han sufrido resbalones peligrosos e incluso lesiones.

Fabio Fognini fue tajante hace unos años: "Muy, muy mal, mucho peor que otros años", dijo al observar las manchas donde el césped simplemente había desaparecido.

Pista central de Wimbledon

Pista central de Wimbledon REUTERS

Kristina Mladenovic, por su parte, confesó sentirse aliviada por no haberse lesionado. Para adaptarse, los jugadores modifican su calzado, su técnica de desplazamiento y sus patrones tácticos.

Zapatillas con más tacos, pasos cortos, mayor uso del revés cortado y una clara tendencia a acortar los puntos para evitar los efectos del terreno deteriorado.

Cada decisión táctica se adapta al estado de una superficie que cambia día a día durante las dos semanas de duración del torneo.

Un cambio histórico

Más allá del desgaste funcional, el césped de Wimbledon narra en su deterioro la historia táctica del tenis.

Las imágenes de los puntos finales de distintas finales del torneo, desde la década de 1970 hasta hoy, muestran una evolución fascinante.

Margaret Court vs Billie Jean King - Final Wimbledon 1970

Margaret Court vs Billie Jean King - Final Wimbledon 1970

En los años 70, como en la final entre Margaret Court y Billie Jean King de 1970, el desgaste era uniforme en toda la pista: la red, la línea de saque, el fondo. El saque y volea dominaba, los jugadores recorrían todo el campo.

Björn Borg vs John McEnroe - Final Wimbledon 1980

Björn Borg vs John McEnroe - Final Wimbledon 1980

A mediados de los 80, el patrón empezó a definirse: un desgaste en forma de "I", desde la línea de fondo hacia la red, como reflejo del clásico recorrido tras el saque agresivo.

Pete Sampras vs Pat Rafter - Final Wimbledon 2000

Pete Sampras vs Pat Rafter - Final Wimbledon 2000

Pero hacia el año 2000, con la victoria de Sampras sobre Rafter, ese patrón cambió radicalmente. El centro de desgaste pasó a estar concentrado en las líneas de fondo, reflejo de un nuevo estilo: más conservador, más físico, más de fondo de pista.

Roger Federer vs Rafa Nadal - Final Wimbledon 2008

Roger Federer vs Rafa Nadal - Final Wimbledon 2008

En 2008, cuando Federer cayó ante Rafa Nadal, ya apenas quedaban señales de juego en la red. Y desde entonces, esa tendencia se ha acentuado. El saque y volea es una rareza táctica y el fondo de pista es el nuevo terreno de batalla.

Este cambio no se debe únicamente a una evolución estratégica. La tecnología ha sido clave. La llegada de raquetas de grafito a partir de los años 80 cambió por completo el perfil del jugador.

Más ligeras, con cabezas más grandes y cuerdas más resistentes, permitieron devolver saques que antes eran inalcanzables y extender los peloteos.

Esto provocó que, incluso en Wimbledon, históricamente la cuna del juego agresivo, los jugadores optaran por la seguridad del fondo de pista.

La estrategia cambió, el desgaste también. Y con él, la propia identidad visual del torneo londinense.

Una superficie única

La superficie en sí ha evolucionado. Hasta 2001, Wimbledon usaba una mezcla de dos tipos de césped.

Desde entonces, se utiliza únicamente ryegrass, más resistente y que mantiene la firmeza del suelo, ideal para un tenis más físico.

Sin embargo, esta mayor durabilidad no impide que al final de las dos semanas, la pista esté marcada por el combate.

Pese a los avances, el césped sigue siendo una superficie traicionera. Su velocidad y bajo rebote requieren reflejos, anticipación y valentía.

Federer, voleando ante Berdych.

Federer, voleando ante Berdych. Tim Ireland Reuters

"El césped es extremadamente complicado porque puedes hacer que la pelota se deslice y sea prácticamente imposible de devolver", señaló Caitlin Thompson, cofundadora de Racquet Magazine en declaraciones a Reuters. Y es justamente esa dificultad lo que hace de Wimbledon un desafío único.

La temporada de hierba en el circuito profesional apenas dura unas semanas. Su culminación es Wimbledon. Pero su exigencia técnica, física y mental es máxima.

Ganar en Wimbledon exige un tipo de adaptación que no se ve en otros torneos, porque no hay dos partidos iguales sobre hierba desgastada. Cada día la pista cambia. Cada jornada exige un nuevo ajuste.

Los organizadores se esfuerzan por mantener viva esa tradición, con más de 30 trabajadores encargados de mimar el césped a diario, recortando, regando y repintando las líneas.

Pero el paso de los jugadores, como en una obra de arte efímera, deja su huella irreversible.

El césped de Wimbledon, que termina transformado en tierra, es mucho más que un símbolo visual.

Se trata del reflejo de cómo ha cambiado el tenis, de cómo la fuerza ha reemplazado a la técnica, y de cómo la tradición lucha por sobrevivir en una era de modernidad implacable.